DOCE

1383 Words
Tener al esclavo nada menos que en su habitación, en medio de la noche y con la única compañía de una criada que seguramente no tendría por qué haberse tomado tales libertades, resultó algo de lo más surreal, un escenario tan difícil de digerir que Beatrice incluso sopesó, durante un momento, la teoría de que seguía estando profundamente dormida y que aquello no era sino una parte de su sueño. No obstante, por más tentadora que se le hacía aquella idea, supo de inmediato que todo aquello sí estaba pasando en realidad, por lo que preguntó: —¿Qué hace él aquí?—la pregunta iba dirigida a Laura, más sin embargo sus ojos estaban fijos en los del esclavo, quien tampoco parecía ser capaz de dejar de mirarla—¿Cómo te atreves a traerlo hasta aquí, Laura? ¿Tienes idea de lo que podría pasar si mi padre, o aún peor, mi madre lo descubre? La criada, evidentemente arrepentida de lo que había hecho, y temerosa de las consecuencias que Beatrice acababa de plantearle, estaba a punto de hablar cuando fue interrumpida por el esclavo: —Discúlpela, mi ama—dijo el hombre, cuya voz parecía tener un matiz mucho más cautivante en aquellas singulares circunstancias—. No es su culpa. Fui yo quien le dijo que me trajera con usted cuando la escuché preguntándole a Lola sobre la flor del corazón. Con la sola mención de aquella bendita planta, el corazón de Beatrice comenzó a latir de una forma extraña y diferente, casi como si pudiera reconocer, incluso antes que la propia Beatrice, que aquella planta no era algo tan simple como podría parecer en un principio. —Eso es verdad, señorita—confirmó la criada—. Después que usted me preguntó sobre la planta, encontré a Lola y aproveché la oportunidad para preguntarle. Él nos escuchó, y me insistió en que debía venir a verla cuánto antes para advertirle algo que, según él, solo a usted podía decirle. De nuevo, parecía que algo muy dentro de ella era capaz de adelantarse a la situación, pues con solo escuchar aquello sintió un escalofrío terrible que no supo de dónde salía, o mucho menos a qué se debía. Sin embargo, seguía siendo la situación demasiado peligrosa como para abandonarse a sus sentimientos y dejar que todo se le saliera aún más de las manos. —Laura, ve afuera y permanece muy atenta por si mi madre o alguien más se acerca—le dijo a la criada, quien de inmediato asintió a sus palabras y abandonó la habitación. Una vez sola con el esclavo, Beatrice se levantó de la cama, y tras colocarse la bata para cubrir su delgado camisón de seda, se acercó a la ventana y la abrió, pues de pronto sentía dentro de ella un calor terrible, potente y casi asfixiante que la hacía reclamar un poco de aire fresco. La noche era tibia, pero una brisa fresca de lo más oportuna le devolvió de golpe las ganas y las fuerzas necesarias para enfrentarse a todo aquello. Un poco más recompuesta, se dió la vuelta y descubrió que el esclavo seguía plantado en el mismo lugar de antes, tan incómodo y fuera de lugar como cualquiera habría esperado que estuviera. —¿Y bien?—le preguntó Beatrice—. ¿Qué era eso tan importante y tan urgente que tenía que decirme? ¿Qué tenía que advertirme? El esclavo no contestó de inmediato, y aunque en circunstancias normales aquello habría sacado de quicio a Beatrice, decidió tomarlo como una oportunidad, como la excusa perfecta para mirar y admirar sin culpa alguna los hipnóticos ojos de aquel hombre, que en la semi oscuridad de la habitación parecían refulgir como dos amatistas encantadas. Cuando el hombre por fin habló, era tal el estado de inmersión de Beatrice, que por poco y le perdió el hilo a lo que decía. —¿Perdón?—le preguntó, todavía muy distraída—¿Qué ha dicho? —Le he preguntado si mi ama sigue bien. Tenía cortes muy feos. Inmediatamente y como por cosa de instinto, Beatrice se miró los brazos, pese a que sabía muy bien que los encontraría en perfecto estado. Luego de eso, miró de nuevo al esclavo y respondió: —Sí, estoy bien. Los cortes sanaron ese mismo día, cuando me aplicó...cuando me puso esa planta. La sonrisa del esclavo fue tan grande, tan amplia y abierta y brillante y hermosa, que por poco y no dejó espacio para sus siguientes palabras: —Yo sabía que flor del corazón iba a ayudar a mi ama. Flor del corazón nunca falla ni fallará nunca. —Ahora que lo menciona, ¿qué es exactamente esa planta? ¿Cómo es posible que me haya curado así, en tan poco tiempo? Casi parece...cosa de magia. Como si nunca hubiera existido en realidad, la sonrisa del esclavo desapareció de un momento a otro. De pronto muy serio, receloso y hasta con miedo, dió un par de pasos y se acercó hasta Beatrice. Una vez así, comenzó a susurrar: —De eso justamente quería venir a hablarle a mi ama. La flor del corazón es algo muy de mi pueblo, muy propio que no compartimos con nadie de fuera y yo...yo rompí las reglas al usarla con usted, al enseñárselas y dejar que se beneficiara. Por eso le ruego a mi ama que no esté preguntando a nadie sobre ella, porque si mi mama o algún otro de los míos se enteran de lo que hice...me van a dar palo. —¿Y por qué lo hizo entonces?—inquirió Beatrice, cada vez más intrigada y confundida con aquella historia—¿Si sabía el problema que se podía armar, por qué me ayudó? —Porque no soporté ver la piel de mi ama, una piel tan perfecta y hermosa, cubierta de cortes y sangre. La forma en la que aquellas palabras repercutieron en Beatrice, no tenía nombre. Fue como si, de pronto, todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo se pusieran a vibrar al unísono, convirtiéndola a ella en una masa temblorosa e inestable, que a duras penas y fue capaz de rescatar su propia voz para seguir con la conversación: —Aún así, quiero...necesito saber sobre esa planta. No puedo solo ignorarla cuando yo misma ví lo que pasó. No es algo común, no es normal. —Yo puedo contarle a mi ama todo lo que quiera saber sobre la flor del corazón—respondió el esclavo—. Puedo responder todas las preguntas que tenga pero por favor ayúdeme a guardar el secreto. —¿Y cómo se supone que voy a saber lo que necesito saber de esa planta si no puedo preguntar? ¿Cómo va a decirme lo que quiero si una escena como esta no se puede repetir? Inesperadamente, el esclavo parecía estar preparado justo para aquella pregunta, pues inmediatamente después de que Beatrice la formulara, empezó a rebuscar entre el bolsillo de su pantalón corto hasta que sacó un extraño saquito de piel muy bien anudado, que dejó sobre la primera superficie que se le atravesó por delante, que resultó ser la cama de Beatrice. —Cuando encuentre el momento oportuno, sea cuál sea, utilice esto para buscarme. Entonces y solo entonces yo podré contarle todo lo que quiera saber si ha guardado mi secreto. Nuestro secreto. Después de eso las cosas pasaron tan rápido, que Beatrice apenas y tuvo tiempo de procesarlas. Alertada por un movimiento que al final no resultó ser nada, Laura, la criada, dió el aviso de emergencia y ella, junto al esclavo, escaparon de la habitación como alma que lleva el diablo. Beatrice permaneció alerta durante un poco más de tiempo, y al darse cuenta de que no era nada, estaba a punto de volver a dormir ( o a tratar de hacerlo, al menos) cuando recordó el paquetito que le había dejado el esclavo, y se decidió a abrirlo. Resultó que eran un montón de pétalos de la flor del corazón, pétalos pequeños y hermosos que, pese a no saber cómo podrían ayudarla a encontrar de nuevo al esclavo, le resultaron bellísimos y, una vez más, muy parecidos a los ojos de su inesperado visitante.
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