CAÍDA ONCE Héctor se pasó toda la mañana en el teléfono. Era nuevo en este negocio, y en realidad no logró contactar a nadie. Lo mantenían en espera por horas, la estúpida sosa música perforándole el cráneo. Incluso peor, algunos dueños usaban mensajes grabados que eran incluso más estúpidos que un estúpido hablando a través una lata atada a una cuerda. Después de una hora queriendo arrancarse el cabello, admitió la derrota. “Ni siquiera puedo tener una conversación con estos tipos, mucho menos discutir un negocio, se dijo a sí mismo, sujetándose la cabeza. Su escritorio era un desorden de notas, nombres y números de teléfonos, tanto en papel como en el veil. No conocía a esa gente y a los que sí conocía no eran un buen indicio de cómo eran los otros en realidad. Admitió que necesitaba