Al siguiente día de recibir esta carta, Fleda halló motivo de ir a una gran tienda de Oxford Street, viaje que efectuó dando un tortuoso rodeo, primero a pie y después con la colaboración de dos ómnibus. El segundo de estos vehículos la depositó en la acera opuesta a la de su tienda, y mientras, en el bordillo de la acera, se dedicaba humildemente a esperar, con un paquete, un paraguas y las faldas ligeramente arremangadas, a poder cruzar con seguridad, se percató de que muy cerca de ella se había detenido en seco un cabriolé obedeciendo al bastón blandido por su expresivo ocupante. Este ocupante no era otro que Owen Gereth, que la había divisado según iba traqueteando y que, exhibiendo una blanca dentadura que, bajo la capota del carruaje, casi resplandeció entre la niebla, ahora se apeó