Como siempre el clima era severo, un calor del infierno, Asía manejaba su Audi A3 sedan, color rojo, manejaba rápido, con semejante tráfico, estaba por llegar a casa, hace tiempo que había vuelto de Nueva York. Escuchaba «Rolling in the Deep» y cantaba a todo pulmón, mientras incrementaba la fuerza del aire acondicionado para menguar semejante ola de calor.
Alexander y Tobías caminaban de regreso a casa, venían de trabajar en la obra, habían esperado al señor que les dio su buen p**o por su trabajo, contaron los trescientos pesos y pelearon por un poco más, pero el contratista solo les dio eso.
Caminaron para ir a tomar el transporte público que los llevara de regreso a casa.
Corrieron hasta el lugar, pero vieron con pesar que el autobús se escapaba de su alcance
—¡Chingada madre! —espetó Alexander con visible mal humor—. ¡De aquí a que pase otro! Y con este pinche calor, ¡Ay, que mala pata! —exclamó molesto
—Bueno pues ya ni modo que hacerle, carnalito, eh, mira, y si nos compramos unas gelatinas.
Ambos vieron el carrito de helados, iban dispuestos a comprar algún helado para calmar el terrible calor, cuando sintieron el frío de la navaja que les tocaba el brazo
—¡Tranquilitos, perritos, cáiganse con la lana, o aquí te lleva la chingada!
Lex y Tobías respiraron profundo, sintieron el terror, y vieron tras ellos a esos tipos, eran tres jóvenes con muy mala pinta
—¡Dale calmado, compadre! —dijo Lex y muy a su pesar tuvieron que entregar el dinero que, con gran esfuerzo, hoy, habían ganado
Minutos después se largaron los sujetos y ellos se quedaron ahí, en la parada de autobús, sin un solo peso en la bolsa
—¡Maldita sea! ¡Me lleva la que me trajo! Mira nomás lo que nos pasó, ahora no solo no tenemos ni un baro, menos para comer, ¡Mierda! —exclamó Lex con furia
—Bueno ya, tranquilo, si seguimos maldiciendo nuestra jodida suerte, no nos irá mejor, hay que ir a casa.
—¿Y cómo, wey? Porque caminando solo terminaremos tirados en la calle, con la lengua de fuera, por el calor.
Tobías supo que Lex tenía razón, bajó la vista
—Pos ni modo, por lo menos quedamos vivitos y coleando, así que ve el lado bueno, tenemos manitas, y patitas, podemos conseguir lana.
Lex le miró con amargura, pero al cabo del tiempo con el buen ánimo de Tobías tuvo que ceder, intentaron varias cosas, pero ninguna les funcionó, se aventuraron a caminar hacia las calles, y llegaron a una gran avenida, bien transitada, ahí encontraron a unos vecinos que trabajaban limpiando coches.
Discutieron por largo rato
—¡No seas pinche codo, ándale, déjanos trabajar por lo menos una hora! —exclamó Lex
—¡Qué no! Aquí se paga piso, y ni en una hora vas a tener suficiente lana.
—No seas mamón, bueno, píchanos el camión para ir a la casa, wey, este viernes te p**o, te lo juro por mi San Juditas Tadeo —dijo besando su dedo, que había puesto en forma de cruz
—Tan fácil, vato, vende tu pinche colguije de oro.
Lex le miró con rabia, y le tomó del cuello
—Mira, culero, esta cadena, es lo único que tengo de mi jefecita, así que no seas perro, que ahorita tú estés en lo alto, no significa que seas mejor, la vida da muchas vueltas, perro, y tarde o temprano, te va a alcanzar el karma.
Rodrigo se echó a reír
—Bueno ya, los voy a dejar que anden limpiando por una hora, pero el pinche viernes, en la peda, me tienen que pichar una caguama, cada uno.
—Pos claro, carnal —dijo Lex y sellaron el trato chocando las manos en un saludo cordial
Lex y Tobías se separaron y cada uno comenzó a limpiar parabrisas, cada que el semáforo de tan prestigiosa avenida se ponía en color rojo. Era el mejor de los puntos para sacar dinero, trabajando de esa forma, pues por esa zona transitaba la gente de la clase alta.
Lex ya tenía casi cincuenta pesos en su bolsillo, pero pensó que, si seguía trabajando duro por una hora, quizás podía llegar a obtener el dinero robado, se acercó a ese parabrisas, y como siempre hizo una señal para comenzar a limpiarlo.
Asia no pudo negarse por estar escuchando música, pero cuando alzó la vista y observó a ese hombre limpiando las ventanas de su auto se mostró furiosa
—¡No! Maldita sea, ¡No! —exclamó negando con señales, aunque Lex la había visto, se hizo el que no, para que al final de cuentas la mujer tuviera que pagarle, Asia enojada bajó el vidrio
—¿Acaso no sabes que he dicho que no?
Lex la miró con mucho coraje, odiaba a las personas que se creían mejor que otras
—Híjole, seño, no la oí —dijo con una mofa en su rostro
—¡Imbécil! —exclamó
Lex quiso contenerse, pero ser insultado y callarse no era algo habitual en él
—¿Cómo me dijistes? ¡Botellita de jerez, lo que digas será al revés!
Asia le miró con confusión, y con bastante desprecio, mientras pensaba mentalmente que se decía «dijiste» y creía que ese tipo apenas sabía hablar. De pronto, un golpe en la parte trasera del auto los dejó atónitos
—¡Ay, maldición! —exclamó Asia frustrada, bajó de inmediato, Lex sonrió—. ¿De qué te ríes?
—Ya ves, el karma es una perra.
—¡Naco! ¿Crees que me importa? Mira mi auto, tengo tres de estos parqueados en mi casa, ¿Y sabes qué? Ninguno vas a poder limpiarlo, ¡Ay, puedes llorar! —dijo con burla
Lex formó una mueca rabiosa en sus labios. Y la maldijo en silencio, la miró bien, era una chica hermosa, seguro de que pertenecía al barrio rico, ella nunca podría haber crecido por sus calles, era alta y muy delgada, sus cabellos eran largos y del color del trigo frente al sol, además sus ojos azul verdoso recordaban a las olas del mar que vio de niño, esa mujer era alguien que jamás lo voltearía a ver, excepto por tal situación.
Asia miró a quien había chocado su auto de lujo, eran dos tipos en una camioneta, se acercaron rápido, y ella se sintió intimidada, Lex dio la vuelta, dispuesto a irse
—¡Espera! No te vayas.
—¿Y ahora qué?
—Voy a darte buena propina, pero quédate aquí.
Lex la miró con recelo, sonrió con sarcasmo, iba a irse, hasta que ella le mostró un billete de quinientos pesos, y decidió quedarse, necesitaba mucho el dinero, el caminar de los tipos se volvió severo, además tenían tan mala cara, que Lex creyó que eran unos bandidos, ni siquiera se equivocó, porque apenas se acercaron los sujetos sacaron un arma
—¡Súbete al auto, princesita!
Asia gritó como loca, pero nadie hizo nada, Lex sintió terror, lanzó un silbido, esperando que sus amigos le ayudaran, así debía ser, porque Tobías y los demás jóvenes corrieron a ellos, sin embargo, el tipo le puso el arma en la cabeza
—¡Ni lo pienses, hijo de perra! ¡Súbete al auto!
Ambos subieron y le ordenaron a Asia manejar, ella lloraba de miedo, pero lo hizo, manejó dejando atrás a los demás chicos que miraban con estupor la escena.
Asia conducía rápido, siendo apuntada por esos sujetos, siguió hacia un rumbo desconocido
—¡Yo no tengo nada que ver! Déjenme ir —dijo Lex
—¡Cállate cobarde! —espetó Asia y los malos los callaron, les obligaron a parquear en un lugar baldío en la carretera
Salieron del auto, y los apuntaron
—Danos el número de tus papis, princesa, vamos a ver cuánta lana nos dan por ti.
Asia temblaba al pensar que su madre pudiera recibir tan horrible llamada, pensó en su tío, después de todo, él era muy importante para la policía, y así esos tipos caerían en una abominable trampa, ella les extendió su móvil, y les dijo que número llamar.
Uno de los tipos llevó a Asia a un lado
—¡¿A dónde la llevan!? —exclamó Lex, escuchando como se susurraban entre burlas, «yo voy primero»
Lex seguía siendo apuntado, mientras el sujeto llamaba en el móvil
—Hey, wey, déjame ir, yo no conozco a esta reinita, de veras.
El tipo se frustró al no tener respuesta a la llamada y le miró bien.
—Mira, calladito, que a lo mejor también puedes unirte a nosotros, vamos a sacar mucha lana de esta perra.
Lex sintió un escalofrío terrible.
Asia fue lanzada al suelo inerte, observó como el tipo la apuntaba, mientras se iba quitando su cinturón, y le refería miles de insultos lascivos, ella chilló asustada, tuvo mucho miedo, y suplicaba, sintió el peso de ese hombre sobre ella, olía de forma nauseabunda, ella luchó, suplicaba por ayuda, hasta que de pronto sintió como si alguien le quitaba de encima a ese malvado hombre
Lex le dio tremendos golpes que lo dejaron inconsciente.
Tomó la mano de la chica y corrieron para irse, Asia tomó su móvil del suelo, y contestó la llamada de su tío
—¡Tío! ¡Ayúdame! —exclamó llorando.
Asia abrazaba a su tío con fuerza, y él besaba su cabello, respiraba tranquilo de que había podido rescatarla, y los malditos que se habían atrevido a dañar a su sobrina por fin estarían tras las rejas, y él se encargaría de hacerlos padecer
—Gracias a Dios que nada te pasó, cariño.
—Ya quiero irme a Nueva York, haya esto no me pasaría.
—Cariño, donde quiera hay gente mala, un lugar no siempre determina que algo así pase.
Ella asintió
—Tuve suerte, tío.
—No, fue Dios que te salvó.
Asia que no era muy creyente, hizo un gesto de desdén
—Bueno… también tendría que agradecer a ese tipo, que me salvó, después de todo.
—¡¿Qué tipo?! —preguntó con mucha intriga
—El lavacoches que estaba a mi lado, por cierto, ¿Dónde está?
—¡Madre mía, Asia! Pero, si lo he puesto tras las rejas. Debiste decirlo antes.
Después de una hora, Lex salió.
—¡Lamento mucho este error, señor Dalmau!
—¡Ay, sí! Ahora si mucho perdón, pero hace rato me trataron peor que una rata de alcantarilla, y yo sin deberla, ni temerla, eso me sacó por querer ganar unos pesos de buen modo.
—Lo siento, de nuevo, señor. Discúlpate hija.
—¡¿Qué? Yo, ¡Yo, por qué? —espetó Asia avergonzando a su tío, quien la miró severa, pero Lex salió dejándolos ahí
—¿Qué clase de mujer educó mi hermano? Tu padre no te crio para ser así, Asia.
Ella quiso decir que su padre la había criado para ser una traidora, pero se contuvo, nadie en la familia conocía esa triste historia, y por la memoria de su padre se quedó en silencio
—Está bien.
Asia salió de prisa, bajando los escalones del centro de policía, Lex ya se iba, solo tenía cincuenta pesos y estaba tan lejos de casa, que le tomarían tres autobuses para poder llegar
—¡Espera! —escuchó esa voz, cuando regresó la mirada y cruzó su vista, se detuvo, ella bajó con ese porte de la realeza, Lex esperó, solo por dejar de ser grosero
—¿Ahora que hice? No vaya a seguir ofendiéndome.
—Gracias —Lex la miró impactado, alzando las cejas
—¿Me vas a dar las gracias? ¡Vaya! ¡al fin! ¡Nos va a llover! La princesita se volvió humilde, eso sí que debería grabarse, si tuviera un celular, la grabaría pa´ enseñarlo en el barrio.
—¡Para! Se dice para, no pa´, ¿Acaso no terminaste la escuela?
—¡Ah, no! Aquí no va a humillarme, ¿Sabes que, reinita? Bye.
—Espera, de verdad, lamento que te hayan confundido con un delincuente, pero entiende.
—¿Qué? —exclamó cruzando los brazos, Asia sonrió al entender lo malo de sus palabras—. Ah, claro, nomás porque traigo pinta de cholo, ¿Verdad? Pos fíjate, princesita, que soy más honrado que todos los que ves hay.
—Ahí —dijo corrigiendo con desdén
—Hay, ahí, o haiga, como sea, yo no sabré hablar como tú, con esa papa caliente en la boca, pero te digo que sí sé, sé diferenciar entre los buenos y malos, y que, si me toca elegir el bien, siempre lo haré, yo si duermo bien por las noches, y ya me voy, hay los vidrios, no quiero seguir peleando y llenarme de malas vibras.
Asia no pudo dejar de reír, Lex la miró con rabia, odió su mal trato, pero eligió seguir, Asia caminó unos pasos
—Oye, de verdad, lo siento, gracias, déjame recompensarte.
—¿¡Recompensarme?! —Lex volvió sus pasos a ella, y la miró con evidente coraje—. De veras, señito, ¿Crees que ahora vas a comprar mi honor? Pos no, yo no me vendo, así que guárdate tu dinerito, no lo ocupo.
—¡Ay, que digno! Vamos, es solo un dinero por tu ayuda —Asia sacó billetes, y observó como Lex la miró impactado, era más dinero del que él había visto en su vida
—Pos guárdeselo, no quiero nada.
Asia se mostró decepcionada, guardó el dinero y le miró bien
—Ya me cansé, dime ¿Qué quieres de recompensa?
—Quiero un beso —dijo acortando la distancia, con sarcasmo mientras observaba esos ojos, que parecían piedras preciosas, engrandecer irresolutos.
La risa de Lex la incómodo
—¡Nunca!
—Un besito en la mejilla, no dije que me besarías, no te creas tan hermosa —dijo muy engreído
Ella le miró con ojos pequeños, e inseguros, mientras él ponía la mejilla, respiró con cierta duda, se acercó a darle el beso, pero cuando sus labios casi rozaban esa piel morena clara, Lex volteó su rostro, tomándola desprevenida, y capturando sus labios en un ligero roce, tan suave, que, por un segundo Asia, no pudo huir, al sentir un calor que impregnaba en su boca.