— Asseyez-vous donc. [2] El príncipe casi gritó para decir: — Mais comprenez-vous, mon cher! L’assasin!. [3] . Al asesino… lo tenemos… Razumov giró en redondo. Los tersos y abundantes carrillos del general reposaban sobre el cuello rígido de su uniforme. Debía de llevar unos momentos mirando a Razumov, pues éste vio que los ojos azules y claros se cerraban sobre él con frialdad. Desde un sillón, el príncipe hizo un impresionante gesto con la mano. —Este honorable muchacho, a quien la mismísima Providencia… el señor Razumov. El general respondió a la presentación mirando con el ceño fruncido a Razumov, que no hizo el menor movimiento. Sentado ante su escritorio, el general escuchaba con los labios apretados. Era imposible detectar ningún signo de emoción en su semblante. Razumov o