— Tómelo y dese la oportunidad de usted mismo quitar sus vendas. — ofrezco nuevamente el teléfono. Está vez si lo toma. Comienza a reproducir el video que hace pocas horas habíamos grabado. La madrasta de Esteban inmediatamente se levantó de su puesto al escuchar su voz. Pero le negué que se acercara a ellos. Cuando con fuerza la lance al sillón y le susurré: — Ya es hora que conozcan tu verdadera cara, así que no te lastimes innecesariamente al intentar impedirlo. Por qué hoy así muera en el intento, haré que está familia conozca la verdad de todo esto y que gracias a ello se haga justicia, asesina. Los ojos de aquella mujer se abren inmensamente, sabía perfectamente que lo que decía era cierto. Mi voz y autoridad amenazante no daba espacio a la duda. No había hecho nada hasta el mo