Un momentito

1761 Words
Vidal y Consuelo estaban acostados en su cama en silencio, reflexionando sobre la vida, cada uno por separado. Ella fingía estar leyendo y él, jugando en el celular. Eso sí, no se atrevían a soltarse. Consuelo estaba pensando en su año: lo había iniciado esperando el momento perfecto para casarse con el hombre que creía la haría feliz, un hombre al que no conocía realmente, con quien había compartido una relación basada en mentiras. Un verdadero acto de ilusionismo donde ella era una mujer virginal y él, un hombre heterosexual. Lo que pasa es que ese tipo de mentiras tienden a terminar en escándalo, con todos los involucrados viviendo el drama, y la gente alrededor alimentándose de ello en forma de chismes. Consuelo, en menos de un año, había pasado de vivir una mentira a adoptar a tres niñas y a vivir con un hombre totalmente diferente al que había planeado, y además estaba embarazada de él. Era una verdadera locura, pero era su realidad. Se había enamorado de Vidal mucho más rápido de lo que pensaba, y sus hijos le habían dado un empujón al acelerador de su relación. Por su lado, Vidal no había tenido un año complicado, sino una última década difícil. Se había divorciado de su primera esposa, la madre de sus tres hijos mayores: Xavier, Tessa y Anastasia, debido a una infidelidad tras otra, lo que hacía su relación insostenible. Además, muy cerca del final de su relación, Francesca estaba embarazada del padre de sus hijos más pequeños, y él no planeaba permitirle criarlos junto a Vidal. Por lo menos uno de los dos tenía los huevos de ser honesto. Él se había perdido en su mundo, lo había dejado todo, a todos. Se había mudado, veía a sus hijos poco, y se había enamorado de una bailarina y cantante, Bella. Era divertida, preciosa, una excelente madrastra y una buena madre para su hijo, Alex, un niño que Vidal sentía como suyo, al que amaba con locura. Su vida se sentía perfecta, sana, hasta que descubrió que su esposa no estaba siendo totalmente honesta consigo misma. Bella no podía ser lo que intentaba ser: no era una madre, una esposa ni una madrastra, simplemente era una mujer en recuperación intentando no recaer. Pero, una vez adicta, no podías simplemente bajar la guardia. El desastre había sido gigante esta vez. Les habían quitado la custodia del niño, Vidal se deprimió, Bella terminó en un reformatorio y él, en su casa, recogiendo los pedazos y ahogando las penas en alcohol, hasta que casi perdió la vida de alguien más en cirugía. Fue entonces cuando entendió que no podía seguir así. Consuelo parecía haberle devuelto todo: una familia, un hogar en el que compartía con todos sus hijos. —Siento mucho lo de mis hijos. —Yo también lo siento, me precipito a tomar decisiones. —Yo también —respondió Vidal. Soltó el celular, se acercó un poco más y besó a Consuelo. Ella tiró el libro para enredar sus dedos en el cabello sedoso del hombre que la besaba con toda su pasión. Movió su pelvis contra la de Vidal, y los dos rieron. Se separaron un poco, se quitaron las camisas y rieron como un par de adolescentes, como una pareja normal que se lleva bien y se siente feliz de haberse encontrado entre tanto desastre. —Papá, ¿a quién le toca la cena? —escucharon la voz de Tessa al otro lado de la puerta—. ¿Hay un rol o por qué no tenemos una cocinera? —Si nos quedamos callados, puede que piensen que nos dormimos. —Creo que lo interpretarán como una invitación para entrar —comentó Consuelo, mientras buscaba su blusa entre las almohadas, angustiada. —Si entran, aprenderán una lección de por vida. —No quiero discutir esa lección con ellos, así que espero que nunca entren mientras lo hacemos. —Papá, vamos a pedir pizza y comida china —anunció su hija—. Cool, usaré tu cuenta de comida rápida. Bye. Consuelo observó a Vidal y le dio un beso. Este la abrazó de vuelta para retomar lo que estaban haciendo, cuando escucharon múltiples golpes en la puerta. —Papá, Tessa no quiere pedir ensalada para mí ni una sopa baja en calorías. —Mamá, ¿tú quieres algo en específico? —preguntó Alice. —Vidal, ¿tú quieres algo? —No entiendo por qué le dan tanto poder a Tessa. —Es mayor, por eso. —Vale... Seguro no están durmiendo. —Consuelo tal vez sí; mi papá, no. Definitivamente no. Tiene insomnio desde tiempos prehistóricos. Vidal se rió, le dio un beso en la mejilla a Consuelo, la cobijó y le pidió que cerrara los ojos antes de ir a atender a sus hijas. Las dos lo miraron sorprendidas y le dieron todas las quejas posibles. Vidal tomó el celular de la mano de su hija mayor, revisó la orden, les preguntó qué más querían pedir y hizo un pedido final. Consuelo bajó un poco después y puso la mesa. Sus hijastros la miraron preocupados, y Vidal dejó el celular en el sofá para tener una conversación privada. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Vidal al verla. —Poniendo la mesa. —Lo veo, pero la magia de la comida chatarra es que se atraganten con ella y nos dejen en paz. —La familia que come unida nunca será vencida —respondió Consuelo. —Es la familia que ora unida, cariño. Consuelo lo miró divertida y se rió. —No soy muy de orar, pero sé que comer juntos es importante, y estamos intentando unir dos familias. Así que vamos a comer juntos hasta que seamos una sola familia. —Gracias a Dios no se te ocurrió que cagar juntos es fortalecedor —comentó Vidal. Consuelo lo miró seria, intentó con todas sus fuerzas no reírse, pero su sonrisa la traicionó. Los dos rieron juntos. —Consuelo, sé que no eres mi mamá ni nada, pero eres mujer, eres la señora de esta casa y no es posible llevarte la contraria. Pero si yo pienso comer alitas de pollo en una mesa larga de familia, al menos déjame hacerlo en la caja, porque luego, ¿quién va a lavar los platos? Después de mis alitas yo solo quiero acostarme y tal vez ver mi teléfono —comentó el hijastro de Consuelo. Ella lo miró, asintió como si no estuviera entendiéndole y continuó con su tarea. Los chicos tenían buenos argumentos, pero su razonamiento era más importante por ahora, y Vidal le apoyó: cenarían comida chatarra, pero lo harían todos juntos. —A mí me encanta comer sola, me da la sensación de que soy hija única —comentó Tessa. Vidal no quiso recordarle lo que pasaba cuando comía sola: básicamente se moría de hambre y solo fingía que estaba comiendo, pero omitió el comentario. —Nosotras estamos bien comiendo donde sea —respondió Mariana. Consuelo no pudo evitar sentir la tristeza en su hija. Se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y la abrazó. —¿Qué pasa, cariño? —No me siento bien. Creo que prefiero no comer hoy. —Vas a cenar y luego te irás a acostar. —Fingir que estás enferma con mi papá nunca funciona —comentó Anastasia—. Ni siquiera si es para no ir a la escuela o para dormir. —¿Mamá, puedo? —preguntó Mariana. Consuelo le acarició la espalda y la acompañó a su habitación. Mariana no estaba de humor para discutir nada; simplemente se cambió de pijama y se metió entre las sábanas. Su madre le acarició el cabello y le preguntó si quería hablar. Su hija negó con la cabeza mientras Consuelo intentaba tranquilizarla. Parecía mucho más triste de lo normal, y a veces no sabía cómo ser de ayuda para ella. —Mi amor, siento lo de Tessa, de verdad. —Lo sé, pero no me siento cómoda en esta casa. Te quiero y quiero que seas feliz, pero no sé dónde calzo aquí, dónde calzamos mi hermana y yo en todo esto. Consuelo se sentía culpable. Sabía que las niñas tenían que vivir en medio de todas sus decisiones, y que la mudanza, los bebés y Vidal, junto a sus hijos, no encajaban en la normalidad esperada cuando fueron adoptadas. Siempre esperaba poder darles el alivio que vio en sus rostros cuando les dijo que se las llevaría a casa por la vía legal. Su corazón se rompía al verlas tristes por sus decisiones. —Ven a cenar con nosotros, por favor.—le ruega su madre. —De verdad que no tengo ganas. —Vale, te prepararé un té y un emparedado. —Gracias, mamá. —Mar... —dijo Consuelo antes de salir—. Tú, Naty y Alice me salvaron la vida. Me llenaron el corazón de amor, felicidad y me recargaron de fuerza. Las amo demasiado, que les quede claro, y no voy a irme nunca, nunca. Ustedes son mi familia, lo más importante para mí, y si te recupera un poco el ánimo, voy a ir a zurrarme a alguien por ti. Ambas escucharon los golpes en la puerta y vieron a Vidal asomarse. Este traía pizza y un té de durazno. Su hijastra lo miró sorprendida, tan asombrada como su madre. —Mariana, voy a consentirte y dejarte comer aquí por hoy. Pero eres parte de la familia, y para las próximas cenas, abajo, con todos. ¿Vale? Lamento mucho lo que dijeron Tessa y Alex. No tengo otra excusa más que mis hijos han estado demasiado dolidos por mucho tiempo, y sacan su dolor contra los demás. Definitivamente, eso queda prohibido para cualquiera en esta casa. Pero mucho más prohibido está alejarnos los unos de los otros. Alice entró a la habitación como si fuera la suya y le contó a Mariana que Anastasia estaba cenando una ensalada y una sopa sin sabor. Vidal elevó las cejas y negó con la cabeza. —Esa come unas cosas...—comenta su papá divertido. —Tienes que venir a verlo. Xavier cree que puede comerse veinte alitas él solo, y Alex no se ha dado cuenta, pero va por su tercer slice de pizza. Ven, no puedes perdértelo. Consuelo le dio un beso a Alice en la frente, si alguien podía mantenerles unidos era la más pequeña. —Te amo —le dice Consuelo mientras al carga al primer piso. —Y yo a ti, eres mi persona favorita.
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