CAPÍTULO VEINTE El segundo sol estaba en la parte baja del horizonte, era una enorme bola roja en el cielo, y Selese miró hacia arriba y lo observó, con su rostro cubierto de lágrimas. En su mano, ella sostenía los pedazos de pergamino que había roto, las letras dobladas en su palma, las que demostraban que Reece amaba a otra persona. Después de romperlas en pedazos, ella había guardado el pergamino hecho pedazos. Después de todo, era todo lo que le había quedado de Reece en el mundo. Era su letra, y a pesar de todo, a pesar de cómo la había lastimado, todavía lo amaba — más de lo que podía decir. Y necesitaba aferrarse a algo de Reece cuando vino aquí, al Lago de las Tristezas. Selese miró el sol rojo y no alejó la mirada, sosteniendo la mirada lo suficiente hasta que le lastimaban los