Alex me llamó por la mañana, dándome un pequeño beso en la mejilla. Me ruboricé al instante. Había pasado toda la noche soñando con él, y no precisamente viendo películas. En los sueños me follaba como nunca. No sabía a qué se debía el sueño pero estaba completamente mojada y su beso en la realidad me hizo salir corriendo a vestirme, tomarme un café rápido e irme a mi casa. Vivía con mis padres como es normal a los 18 años, y llegaba tarde a la comida familiar de los sábados. Esa tarde quedaría con Sara. No se que sensación me invadía, pero no era la normal al abrirle la puerta. Estaba nerviosa, traspuesta, acalorada. No me apetecía tener sexo, pero si me negaba Sara se extrañaría. Y no me equivocaba. Acepté a regañadientes, intenté centrarme en ella y en su cuerpo. Sus tetas eran grandes