Jacqueline da vueltas en su habitación, no quiere salir, no quiere ver a nadie, mucho menos a Arturo, con quien las cosas no terminaron bien la noche anterior. Dos golpes en la puerta la hacen sobresaltar. Esta se abre despacio. Ella se queda estática esperando a quien quiere entrar. ―Jacqueline, ¿por qué no ha bajado a desayunar? ―le consulta Arturo a la joven. ―No tenía hambre. ¿Y usted? ¿No fue a trabajar? ―Ya volví, son las doce y media, voy a comer y luego tengo que ir al pueblo, ¿quiere ir conmigo? ―No, no, está bien ―responde la joven. ―¿No que no quiere ir o está bien de que sí quiere? ―se burla el hombre. ―No, no. No sé. ―¿Qué le pasa? La mujer lo mira como queriendo asesinarlo. ¿Es capaz de preguntarle todavía? ―Si es por lo que pasó anoche, me disculpo ―le dice