IV Un día, después de almorzar, entró en mi cuarto, jadeante, y me gritó: —¡Ven en seguida! ¡Tu hermana está ahí! Salí corriendo. En efecto: ante la casa grande había parado un carruaje, junto al cual se hallaban mi hermana, Ana Blagovo, y un señor con uniforme de oficial. Cuando estuve cerca le reconocí: era el hermano de Ana Blagovo, un joven médico militar. —Hemos venido —me dijo— a merendar con usted. ¿Aprueba usted la idea? Mi hermana y su amiga se advertía que deseaban preguntarme qué tal estaba allí; pero me miraban sin hablarme. Yo también guardaba silencio. Comprendieron que distaba mucho de ser feliz. Los ojos de mi hermana se llenaron de lágrimas, y la señorita Blagovo se puso un poco colorada. Nos dirigimos al jardín. El doctor marchaba delante, y decía a cada momento