III

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III El camino de hierro en construcción cerca de la ciudad atraía gran número de obreros. Las vísperas de fiesta se paseaban por las calles en nutridos grupos, atemorizando a los indígenas. A veces, cometían robos. Era frecuente verlos, con la cara cubierta de sangre, destocados, la blusa hecha jirones, conducidos al puesto de policía por haber hurtado un samovar o una pieza de ropa tendida. Sus lugares predilectos eran los mercados y las tabernas. En la anchura abierta a los cielos de las plazas públicas comían, bebían, gritaban, juraban. En cuanto veían una mujer de conducta no muy austera la saludaban con un coro de agudos silbidos. Los lonjistas, para divertirlos, les daban vodka a los gatos y a los perros, o ataban a la cola de un can una lata vacía y asustaban con grandes gritos

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