Le di vueltas y vueltas a la situación. Ekaterina debía pagar, pero tampoco me sentía cómodo con la idea de lastimarla. No quiere decir que no pueda lastimar mujeres; lo he hecho, pero no es algo que me guste o de lo cual me sienta orgulloso. Soy un experto en tortura, pero los gritos de las mujeres y los niños no tienen el mismo efecto en mí. Además, tampoco me agrada la idea de ajusticiar a una mujer que ha estado en mi cama y me ha dado tan buen sexo. Afortunadamente, la tortura no se limita a generar un dolor físico; el peor golpe es quizás el psicológico, y en este momento, ese es el que tendrá que enfrentar Ekaterina.
La respuesta no demora mucho en llegar a mi celular.
—Llego esta noche a tu apartamento —responde, y el celular me avisa que sigue en línea.
—Necesito algo diferente, más que sexo. Vámonos primero a un bar; necesito licor —respondo.
Su respuesta demora casi un minuto en llegar. Está pensándolo, pues nunca nos hemos encontrado en un lugar público. Responde que sí.
—Debe ser grave si necesitas licor también. Envíame la dirección y nos vemos ahí. Te conforto un poco.
"Te conforto un poco" me causa algo de gracia. Claro que me va a confortar, y no se imagina de qué forma. Esta primera parte salió perfecta. En un rato, no solo me despediré definitivamente de nuestros encuentros sexuales, sino que haré que, por un buen tiempo, no pueda decirme que no a nada de lo que le pida.
Tengo algo de tiempo, así que le doy algunas instrucciones a Fausto, quien es algo así como mi aprendiz, pues tengo a mi mano derecha ahora dedicado solo a cuidar de Alexander. Llego a mi apartamento y enciendo la PC para buscar por fin el archivo de Isabella. Ese archivo tiene un dato que quiero, y es el nombre completo del ex de Sophia: Terry Theodore Lewis. No necesito esforzarme mucho para saber todo lo que necesito sobre él.
No puede ser. Según parece, a la doctora le gustan los hombres malos. El sujeto creció en un barrio de mala muerte, tiene antecedentes penales, fue jugador de fútbol, y cuando empezaba a surgir, una lesión lo alejó de su sueño. Desde entonces, ha estado en diversos trabajos. Lo interesante es que vive en una zona mejor que la de Sophia, así que es fácil suponer de dónde llegan la mayoría de sus ingresos. Tal como lo suponía, el hombre tiene una orden de restricción por haber lastimado a Sophia. Deduzco que es por eso que ella pasa tanto tiempo en el hospital. El hospital tiene guardias, algo cobardes, pero es seguridad, y saben que no lo pueden dejar pasar.
—Mañana me encargaré de ti —digo, mirando la imagen del sujeto que me muestra la pantalla.
Me aplico loción y tomo las llaves para salir del apartamento, dirigiéndome al lugar en el cual he citado a Ekaterina. Elegí un costoso pub irlandés que sé que está abierto entre semana y que no es tan concurrido, para no estresarme. No suelo venir a este tipo de lugares; no me gustan, pero siempre existirán ocasiones que requieran que me integre. Posiblemente, si quiero o necesito algo de acción nocturna, deberé empezar a frecuentar este tipo de lugares, pues después de esta noche, Ekaterina no volverá a estar en mi cama.
Llego primero al lugar y busco una mesa estratégicamente ubicada para lo que necesito. Pido un trago y observo con algo de calma el entorno. Hay un par de mujeres en la barra que, a juzgar por su atuendo, acaban de salir del trabajo y charlan de manera animada; otras cuatro mesas distribuidas con hombres y mujeres, y una que otra pareja en plan romántico. La música está a un volumen tolerable; afortunadamente, parece que hoy es noche de clásicos, pues lo que suena no me desespera. Miro por unos minutos una de las pantallas de televisión, en las cuales se ve un juego de fútbol americano, y tras protestar mentalmente por un mal pase, le doy un trago a mi bebida.
Levanto la mirada justo a tiempo para ver a un hombre dándole un codazo a otro mientras mira hacia la puerta. Por pura inercia, miro hacia ese lugar, encontrándome con la despampanante mujer, forrada en un pantalón de cuero n***o muy ajustado y con tacones de aguja que sabe manejar de maravilla. Esas curvas siempre generaron un efecto estimulante en mí, pero en este momento, aunque soy consciente de su belleza, no tengo pensamientos de índole s****l hacia ella. Aun así, debo aparentar que sí, así que me levanto y la recibo de manera efusiva, haciendo que su rostro muestre sorpresa.
Sin darle tiempo a protestar, tomo sus labios, obligándola a recibir mi lengua en su boca, y no la suelto hasta que es evidente su falta de aliento. Me mira de manera acusadora, pero la ignoro y la llevo conmigo hasta la mesa. Sé que soy la envidia de todos los hombres de este lugar.
—No esperaba ese recibimiento —dice, observándome algo contrariada—. Esperaba encontrarte triste o muy estresado.
Levanto mi copa indicándole que beba conmigo. Su trago contrasta con el mío, pues el mío es de tono ámbar con un par de hielos en un vaso recto y corto, mientras que el de ella está en una bella copa que más parece de helado, con los bordes escarchados y un pedazo de fruta.
—Hoy será diferente. Necesito atención extra para calmarme, así que por solo esta noche, pórtate como si fueras una mujer enamorada tratando de complacer a su hombre porque sabe que algo malo me está pasando —tomo un nuevo sorbo antes de seguir hablando—. Necesito que bebas conmigo y me escuches, porque no tengo a nadie más con quien desahogarme.
Su mirada cambia a una complaciente, y ahora sé que me dará todo lo que quiero. Será dulce, será cariñosa, y me mimará con tal de que yo le cuente todo lo que necesita para luego correr a contárselo a los Williams. Esta noche no seré medido con esta mujer; es nuestra última noche, y pienso despedirla disfrutándola al máximo, sin importarme mucho que ella lo pase igual de bien.
Llevo un rato gastando tiempo en tonterías, "ambientando". Todos están aparentemente concentrados en lo suyo. Ekaterina está cumpliendo su papel y, a ojos de cualquiera, sus besos y caricias parecen mostrar afecto, tal y como yo necesitaba que se viera. Aprovecho la oportunidad y bajo su mano a mi entrepierna, haciendo que ella se ría por lo bajo y mire a todos lados para confirmar que no hay curiosos.
—En apariencia nadie nos mira. Además, estos muebles son en forma de U alrededor de esta mesa; podrías bajar a chupármela y solo habría una pequeña abertura para que alguien se diera cuenta —digo mirándola sugestivamente—, a menos que haya alguien escondido en el techo.
—¿Es en serio? —pregunta, dudosa.
Corro un poco la mesa, separo las piernas, y estiro los brazos sobre el largo espaldar de la silla a modo de respuesta. Necesito que funcione, que sea tanta su necesidad de que le cuente todo que acceda a esto. Mira nuevamente a todos lados, evaluando el nivel de riesgo, y mientras lo hace, siento cómo baja mi bragueta e introduce su mano en mis pantalones, liberando mi m*****o.
—Solo por esta noche, Sebastián, solo porque me dices que estás mal. Esto no se podrá volver a repetir, ¿entendido?
Gané.
—No se volverá a repetir —confirmo.