—No deberías pensar eso —dice Sophia.
La abraza de manera protectora, y de pronto pienso no solo en que es una escena bonita, sino en cómo ella hace lo mismo que yo siempre he tratado de hacer con mis primos: protegerlos. A su manera, eso es lo que hace al mirarme de forma severa. No entiendo del todo lo que piensa. Sé que no me tiene miedo; hemos estado solos y, a pesar de que no he podido evitar mostrarle pequeños apartes de mi verdadera personalidad, ella no me teme. Pero cuando se trata de su hermana, de pronto evalúa mis actitudes con otro estándar. Me ve peligroso, igual que a Alexander.
—No es tu culpa. No tenías motivo para pensar que eso era una amenaza y no una felicitación, menos después de la pérdida de tu celular. Era lógico pensar que era la felicitación de un amigo —continúa Sophia.
Tomo nota mental de lo que acabo de escuchar. No sabía que la línea telefónica y el celular de Isabella eran nuevos. Con esa información, puedo suponer que ella perdió algunos contactos, así que pudo haber pensado que el mensaje era de uno de ellos y, por eso, solo lo detectó como algo malo al final. Quiero saber si intentó devolver la llamada para salir de dudas, pero no puedo con Sophia aquí.
—Deberías ir a descansar, llevas muchas horas aquí —dice Isabella tras aflojar el abrazo—. ¿Cuánto llevas ya?
—No te preocupes, ya estoy acostumbrada. Duermo por ratos en la habitación de los médicos.
Pongo atención extra a esta parte de la conversación. Eso quiere decir que anoche amaneció aquí. Espero que esa costumbre que tiene, según he escuchado, sea por amor a su trabajo y no por evitar llegar a su apartamento, temiendo encontrarse con aquel sujeto en la entrada. La sangre me vuelve a hervir y me recuerdo que debo zanjar ese tema.
—¿En cuánto tiempo terminas turno? —insiste Isabella.
—Terminé hace una hora, por eso estoy tan campante aquí.
—Si es así, yo la llevo hasta su apartamento para que duerma adecuadamente —ofrezco—. No vaya a ser que, del cansancio, se quede dormida en el taxi.
Ese comentario logra sacarle una sonrisa a Sophia, quien, ante la insistencia de Isabella, termina aceptando mi ofrecimiento.
Mientras ellas conversan un poco más antes de irnos, me paro junto a la cama de Alexander y algunos recuerdos llegan a mi mente. El que más predomina es el del muchacho aislado y lloroso después del entierro de sus padres. No importó cuánto lo intentamos con Noah; nuestra relación con Alexander nunca volvió a ser la de antes. Nos preocupamos mucho por él, pero cuando llegó con Roberto, nos alegró de verdad que hubiera encontrado un amigo y no estuviera solo. Aunque su vida se volvió desordenada y frívola, al menos parecía pasarlo bien, aunque no nos incluyera.
Miro ahora hacia atrás y, al ver a Isabella, recuerdo la cara de fascinación de mi primo el día de su boda y aquel extraño comportamiento durante el baile. Está enamorado, es feliz, y gracias a ella estaba volviendo a nosotros. De pronto, siento que me pesa un poco el pecho. Esa felicidad en su rostro es la que no creo poder tener algún día. Papá la tiene, pero no sé cómo lo consiguió. Mamá es un regalo del cielo, uno que quizás él no merece, al igual que yo.
Recuerdo las peleas de mis padres cuando era un niño, pero lo que más recuerdo es el llanto de mamá. Lloraba principalmente por nuestra seguridad; también la estresaba pensar que yo no pudiera tener el tipo de vida de un muchacho normal. Siempre estaba preocupada. Por un pequeño periodo de tiempo, tuvimos lo que ella llamó una vida normal, cuando dejó a papá y tuvimos que hacer muchas cosas nosotros solos. Ese fue un periodo extraño de mi vida, pero lo disfruté; disfruté sentirme el apoyo de quien siempre vi como alguien fuerte de mente, pues aunque los músculos eran de papá, la realidad es que ella era quien siempre tenía la razón y a quien papá más respetaba, incluso más que al abuelo.
Nuevamente, el sonido de golpes en la puerta llama nuestra atención y una cabecita rubia asoma por ella. Acaba de llegar Chloe y veo cómo se saludan efusivamente las tres mujeres, para luego voltearse a verme y saludarme de manera formal, pero alegre.
—Buena noche, señor Sebastián —dice la chica, regalándome una sonrisa suave. Devuelvo el saludo.
Mi ego crece al darme cuenta de que en medio de la conversación que sostiene con las otras mujeres, de manera disimulada, su mirada me detalla muy bien, tal como yo no pude evitar hacerlo la primera vez que la vi. No puedo tocarla; ella es nómina y la nómina no se toca. Luego mi mirada salta a Sophia, a quien tampoco debo tocar por ser casi familia. Qué días tan extraños estos, dos mujeres preciosas de formas diferentes y las dos fuera de mi alcance.
Un trío no estaría mal. Debo estar enloqueciendo de verdad, pues aunque pensé en un trío de cama, también llevo días imaginando una relación de verdad, cortesía de lo serias que se volvieron las relaciones de mis primos y de lo felices que eso los ha hecho. ¿Cuál de esos dos tipos de mujeres prefiero? Sería genial poder tener a las dos. ¿Se imaginan lo que debe ser convivir todos los días en perfecta armonía con estas dos bellezas?
Retengo la sonrisa ante la tontería que estoy pensando y corto el hilo ahí.
—Discúlpenme, debo retirarme. Cualquier cosa que pase, no dudes en llamarme, no importa la hora, Isabella.
Hago esta aclaración porque Isabella no es tan directa como su hermana. Luego miro a Chloe.
—Fue un gusto encontrarte aquí, Chloe. Si hubiera sabido que venías para la clínica, te habría traído.
—No hay problema, señor —contesta de inmediato.
Con la cantidad de confianza que tengo con esta mujer en mi cabeza, estuve muy tentado a pedirle que me llame solo Sebastián, pero no podría explicar tanta confianza.
—Vamos, recuerda que te llevo —digo mirando a Sophia. No estoy seguro si fue mi impresión, pero por un segundo creo que la sonrisa de Chloe desaparece.
—Tienes razón, vamos —se despide rápidamente de las dos chicas, y salimos.