Bajo sospecha.
Al entrar en la sala de interrogaciones de la policía de investigaciones de San Antonio, miró a su alrededor y la vio bastante destartalada, las paredes mostraban el paso del tiempo y la falta de mantenimiento, la pintura estaba vieja y resquebrajada. El escritorio mostraba su desgaste por el tiempo y el uso, sobre la madera se podía ver las marcas de los vasos. Miró hacia la ventana, los vidrios se veían opaco, tal vez por los años. El piso tenía algunas baldosas quebradas, y en una esquina se podía apreciar una grieta en la pared provocada, de seguro, por el último terremoto que sacudió fuerte aquella zona. Al abrir la puerta rechinaba por la falta de lubricación en las bisagras. Al entrar en la sala le pareció que olía a armario viejo. Al adentrarse más en ella, pudo distinguir el olor a café recién echo, por sobre el olor a cigarrillo.
Marian del Solar se movía de lado a lado por la incomodidad y la dureza de la silla. Se había sentado en la que parecía más cómoda, la otra estaba coja y al mirarla, se fijó que le resultaría más incomoda. Llevaba cuatro horas de interrogación, suficiente tiempo para sentirse cansada, hambrienta y enfadada. El día anterior había pasado tres horas contestando las misma preguntas, a estas alturas le resultaba frustrante e incómodo y hasta infructuoso. Había contestado las preguntas tanta veces que hablaba de corrido, por pura inercia, como un discurso que se aprende de memoria. No le resultaba muy convincente a la detective, le había comentado que todo era una invención.
Marian al escuchar aquello se enfado, apretó sus puños y se tragó su molestia. Para ella no era invención, decía la verdad, la pura verdad.
No se había acercado al hotel el viernes por la noche, aunque reconocía haber discutido con Rodrigo aquel día. La forma en la que le dijo, que estaba dispuesta a librarse de el, resultó amenazante, pero no la había cumplido, tampoco lo haría, aunque estaba dolida, no era capaz de vengarse, menos de quitarle la vida a alguien.
No podía comprende, como es que nadie la haya visto en el único bar independiente, de su hotel en la ciudad, aquella noche, y desde luego, menos entendía que no hayan encontrado al rubio, con cuerpo atlético con el que había salido desde allí.
Ella no había matado a su esposo. No tenía motivos para hacerlos, razones si, pero no había motivo alguno para hacerlo.
Sin embargo los detectives no le creían. Y no le sorprendía. Los primeros sospechosos, siempre son los cónyuges.
Cansada, Marian pasó sus manos por su cara, luego ató su pelo rubio dorado en cola, dejándolo caer en bucle por su espalda y agregó.
—Escuche detective, ¿ Por qué no buscan a Agustín?, el corroborará mi historia, y así ustedes podrán buscar al asesino de mi esposo, en lugar de perder el tiempo conmigo.
—Soy Sargento, sargento Villalobos para usted— aclaró molesta luego habló en tono sarcástico —Ah, si, Agustín, un hombre suficientemente atractivo como para que una mujer olvide que está casada— respondió mirando a su compañera que estaba sentada a su lado—¿ Conoces a alguien con esa descripción, Verónica?
—No— fue la escueta respuesta de la detective.
—Menos yo— dijo, y a continuación se paró, caminó a la puerta, llamó con la mano a alguien más, al entrar la otra detective, ella le preguntó— ¿ Conoces a un rubio, cuerpo atlético, de aproximadamente un metro ochenta?
—No mi sargento— respondió la mujer.
—Verónica y Paula, son las detectives solteras que tengo en este pequeño puerto— dijo mirando fijo a Marian, y a continuación agregó —ellas conocen a todos los solteros de San Antonio. Y si ellas dicen no conocer al tal Agustín, es por que no es de aquí.
—No he dicho que fuera soltero— dijo apretando los dientes— Había pensado…
—¿Qué es lo que pensó señora del Solar?
Marian había pensado que era hora de acabar con 10 años de infierno en un matrimonio infeliz, y dos años durmiendo sola.
Agustín era un hombre atractivo, con voz rasposa y muy tentadora que a ella la alucinó, sus ojos azules como el cielo veraniego estaban llenos de promesas. Se entregó a la tentación, pensando en que no tenía nada que perder y mucho que ganar, aunque aquello fuese pasajero. Pensó que no había nada de malo ceder a la tentación por una vez en su vida. Se dejó llevar, pensando en que merecía pasar una noche de placer, después de pasar tantas a solas.
—Pensé que podría estar casado y que solo quería divertirse un poco. Aproveché la oportunidad que se me estaba presentando, y también pensando que el la estaba entregando en ausencia de su mujer o quizá por despecho.
_¿En que se basó para pensar eso?, o usted estaba aprovechando la oportunidad de engañar a su marido, al fin, las mujeres reconocemos a un infiel cuando lo tenemos enfrente. Es que las mujeres que engañan a sus maridos, reconocen a los que engañan a sus mujeres. Entre infieles se reconocen y muchas veces se potencian.
—Nunca lo engañé, era la primera y única vez.
—Como diga — dijo con incredulidad, — me gustaría que conteste mi pregunta, ¿Cómo sabía que era casado?
—Primero no dijo su apellido, segundo, tenía la marca de un añillo en su anular izquierdo, tampoco preguntó mi nombre, es más, no quiso hablar de nada personal.
Marian, solo quería beber algo, pasar la amargura con un par de tragos. No estaba en sus planes mirar a nadie. A ella, él le pareció que buscaba lo mismo, pasar un rato agradable, sin compromiso, solo disfrutar de un agradable momento y ya.
Agustín quería tomarse unas copas y tener un poco de amor. Marian no hubiera accedido en otras circunstancias, se sentía tan sola aquella noche, había llegado a creer que Agustín no se entregaría a cualquier desconocida. Entre copa y copa, se fue desatando la pasion, el coqueteo comenzó a fluir, tan pronto como entraron un poco en confianza, planearon trasladarse a un lugar donde poder estar a solas, quitarse la ropa, desatar sus pasiones y entregarse aquella noche sin remordimiento, al menos para Marian. Al salir del bar, se subieron al auto de ella, él se puso al volante, manejó con precaución.
Ella iba aturdida por el nerviosismo que le provocaron las copas de más, a él se le notaba lo excitado por la cercanía de ella. Ambos eran adultos dispuestos a desnudar sus cuerpos, más no su alma por la falta de conversación en esos momentos.