Capítulo 14: Mi decisión

1468 Words
Mirar hacia arriba ya no significa lo mismo... Antes, el cielo era un símbolo de esperanza, de sueños que podían alcanzarse, de metas por cumplir, de un futuro esperando ser conquistado. Ahora, no hay más que un vacío opresivo, una oscuridad infinita que aplasta cualquier destello de ilusión. Mirar hacia arriba se ha convertido en un recordatorio cruel de todo lo perdido: miedo, desesperanza... fracaso. Ya no hay futuro, solo un abismo inmutable. Caigo de rodillas, como si la gravedad del mundo entero me hubiera vencido. El frío del suelo se clava en mi piel como una advertencia, pero no importa. Todo en mi interior se derrumba, y el peso de la realidad me aplasta. Dejo salir un grito, un rugido desgarrador que brota desde lo más profundo de mi alma, como si con él pudiera arrancar la oscuridad que me devora por dentro. Es un grito de rabia, de impotencia, de puro dolor. Y cuando el eco de mi voz se pierde en el vacío, todo lo que queda es el silencio... y el peso insoportable de esta nueva realidad. -Tenía tantas cosas por hacer —susurro entre dientes, sintiendo cómo las lágrimas caen sin control por mi rostro—. Yo... tenía una vida planeada... ¡¿Por qué todo se tuvo que ir a la mierda?! Ana, con lágrimas en los ojos, se acerca lentamente y coloca una mano temblorosa en mi hombro. Su gesto es pequeño, pero en este momento significa más de lo que puedo expresar. -Michael... —dice, con una voz rota pero llena de compasión—. No eres el único que lo ha perdido todo... pero tú aún tienes alguien por quien luchar. Helen... tu amada sigue ahí fuera. Estoy segura de que, en algún lugar, está esperando encontrarse contigo. ¿No es eso suficiente para levantarte y luchar un poco más? La mencionó... Helen. El sonido de su nombre me golpea como una ola, trayendo consigo recuerdos que intentaba mantener enterrados. Me dejo caer completamente al suelo, con las manos en mi rostro. Su imagen invade mi mente: su sonrisa cálida, esas noches en las que llegaba tarde y ella estaba ahí, esperándome con una mirada que decía "todo está bien". Puedo oler el aroma de su perfume, sentir la suavidad de sus manos cuando se entrelazaban con las mías. Pero, como un cuchillo, llegan otros recuerdos: las discusiones, los silencios incómodos, las promesas rotas. Aquellas veces en las que la decepcioné, en las que mi orgullo me impedía decir un simple "lo siento". Todo lo que no hice, todo lo que nunca podré corregir... Y ahora estoy aquí, perdido, sin un mapa, sin un camino, sin recursos. Sin nada. -Yo... —mi voz es apenas un murmullo mientras Ana me envuelve en un abrazo, intentando sostenerme mientras me rompo por completo—. Ni siquiera sé si pueda encontrarla... no sé dónde estamos... no hay nada... no hay nada... Me levanto lentamente, apartando sus manos de mí con un gesto suave. Mis piernas tiemblan, no solo por el frío, sino por el peso de lo que llevo dentro. Miro a David, y sus palabras vuelven a mí: "No hay esperanza". Quiero gritarle, culparlo por su frialdad, por no darnos algo a lo que aferrarnos, pero sé que tiene razón. Sin embargo, esas palabras no son lo único que llenan mi mente. Helen regresa una vez más, no como un recuerdo... sino como una promesa rota. Me acuerdo de nuestro primer beso, de lo nervioso que estaba. De su risa, tan dulce, tan auténtica, que me hacía olvidar todo lo demás. Pero también me vienen imágenes de nuestras peleas, de las noches en las que me quedé callado por orgullo, de los "te amo" que nunca dije porque siempre pensé que habría más tiempo. Promesas de un futuro juntos que ahora parecen ridículas en este mundo roto. -¿Saben algo...? —digo en voz baja, metiendo la mano en mi bolsillo y sacando lo único que he guardado con más cuidado que mi propia vida. El anillo brilla débilmente bajo la luz de la linterna, como si aún se negara a aceptar la oscuridad absoluta—. Aún me pregunto cuál hubiera sido su respuesta... Ana toma mi mano entre las suyas, envolviendo el anillo con calidez. Sus ojos están llenos de lágrimas, pero también de algo que no esperaba ver: esperanza. -Michael, aún no es tarde para averiguarlo —dice, su voz firme pero tierna—. Te vamos a ayudar a encontrarla, ¿verdad, papá? David asiente, acercándose lentamente. Coloca una mano pesada en mi espalda, pero su gesto no tiene frialdad; es cálido, casi paternal. -Claro que sí, Ana —dice con una pequeña sonrisa, que parece cargada de melancolía—. Estoy seguro de cuál será la respuesta que te dará, Michael. Hace mucho tiempo que no asisto a una boda. No me molestaría que la última a la que fuera... sea la tuya. Por primera vez en mucho tiempo, las lágrimas que caen por mi rostro no son solo de tristeza. Son de algo más. Quizá, solo quizá, haya algo por lo que seguir adelante. Miro el anillo una vez más y lo aprieto con fuerza entre mis dedos. Helen... aguanta un poco más. Estoy en camino. Pero entonces, mis pensamientos vacilan, como si la misma oscuridad que me rodea intentara infiltrarse en mi mente. Vanessa. Su nombre llega a mí como un susurro inquietante, una sombra que no puedo ignorar. Cierro los ojos y, por un momento, todo lo que he vivido junto a ella desde que esto comenzó se despliega en mi mente como un torbellino. Vanessa, la mujer que apareció en medio de la desesperación, con una fuerza que jamás creí posible. Me salvó cuando más lo necesitaba, cuando estaba al borde de rendirme. Su presencia, su valentía, se convirtieron en un ancla que me mantuvo firme en este caos. Recuerdo sus palabras, su forma de mirarme cuando todo parecía perdido. Esa mirada, llena de determinación, como si pudiera enfrentar cualquier cosa, incluso cuando ambos sabíamos que estábamos caminando hacia lo desconocido. Pienso en el poco tiempo que hemos compartido y el gran impacto que tuvo en mí, donde la única luz provenía de las linternas y del calor tenue de nuestras voces. En su risa, breve y rara, como si todavía quedara algo humano en este mundo roto. Pero también pienso en los momentos de tensión, en las discusiones, en cómo he sentido su enojo y su frustración. Y, sin embargo, nunca se apartó. Nunca dejó que me hundiera por completo. Helen... su nombre aún pesa en mi corazón. Su imagen sigue viva en mi mente, como una promesa, como un destino. Pero Vanessa... ella es aquí, es ahora. Ha estado conmigo en todo esto, y aunque no lo quiera admitir, sé que, sin ella, quizá ya habría caído. El conflicto dentro de mí es insoportable. ¿Es traición pensar en Vanessa cuando Helen sigue ahí fuera, esperándome? ¿Es egoísta depender de Vanessa cuando sé que mi corazón pertenece a alguien más? O, peor aún... ¿y si Helen ya no está? ¿Y si lo único que me queda es lo que podría construir con Vanessa en este mundo sin luz? Mis manos tiemblan mientras sostengo el anillo. Miro a Ana y a David, quienes ahora me observan en silencio, sus rostros llenos de algo que no puedo identificar, quizá esperanza, quizá compasión. Pero mis pensamientos están en otra parte. En Helen, en Vanessa, en las promesas rotas y en los lazos que he construido en este lugar de sombras. Me obligo a respirar profundamente, pero el aire frío apenas llena mis pulmones. Helen... Vanessa... Ambas están grabadas en mi mente, en mi alma, y cada una representa algo que no estoy seguro de poder reconciliar. Helen es mi pasado, mi futuro, todo lo que alguna vez soñé. Pero Vanessa es mi presente, mi salvación, la razón por la que sigo vivo, sé que no llevo mucho tiempo de conocerla, pero... no lo se... Cierro los ojos, apretando el anillo en mi mano con tanta fuerza que siento el metal cortarme la piel. No importa lo que sienta. No importa lo que piense. Primero debo encontrar a Helen. Primero debo saber. Pero el peso de esta decisión, de lo que podría significar para Vanessa, para mí, para todos nosotros, no deja de aplastarme. Finalmente, abro los ojos y guardo el anillo en mi bolsillo con manos temblorosas. Ana me observa, como si pudiera ver la tormenta dentro de mí, pero no dice nada. David da un paso atrás, dándome espacio. Y yo... solo susurro para mí mismo, como si con esas palabras pudiera darme fuerzas: Helen, aguanta un poco más. Estoy en camino. Vanessa... lo siento.

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