Capítulo 1

1850 Words
CAPITULO 1 —¡Es un hermoso día, arriba esas nalgas! Escucho el quejido de mi hermanito pequeño y poco después, escucho como algo golpea contra un cajón, suelto una pequeña carcajada sabiendo que ese golpe ha sido de mi hermana de 12 años, que recién despierta y no sabe ni en qué mundo anda. Abro las ventanas de mi sala de estar que dan justo a una perfecta vista, pero lo que me encuentro me deja con la boca abierta. —¿Qué carajos…? Una valla verde cubre la vista que me ha acompañado durante toda mi vida, literalmente. Abro la ventana y comienzo a escuchar el sonido de máquinas, camiones y personas que ayer no estaban ahí. Frunzo el ceño buscando una explicación. Veo pasar a varios hombres frente a mí con un cartel que comienzan a clavar justo frente a mis ojos en el que alcanzo a leer “Proyecto Paraíso…” No continúo leyendo porque la rabia comienza a subir hasta mis orejas, salgo de casa sin importarme dejar el café a punto de hervir en la estufa sabiendo que tengo dos menores de edad en casa, tampoco me importa estar solo vestida con una bata que a duras penas cubre mi cuerpo y que es bastante traslucida y mucho menos me fijo en el aspecto de mi cabello, que por lo general siempre anda en todas las direcciones mostrando su rubio claro. Lo único que me importa es frenar esa maldita aberración que están intentando hacer frente a mis ojos. —¡¿Qué se supone que están haciendo?! —grito llamando la atención de varios hombres que se quedan mirándome, reparándome de arriba abajo. —¡Dicen que es un nuevo proyecto para atraer turistas, Jaz! —exclama mi vecina, Mérida, la que es dueña de la carnicería del pueblo y se nota que tampoco le hace gracia que estén maltratando un sitio precioso. —¡Que turistas significa dinero, pero acá no necesitamos gente que venga a dañar nuestro hogar! —¡Pero si acá no viene ni el mal tiempo! —exclama Alfonso, el señor más longevo de todo el pueblo y quien a duras penas camina arrastrando un bastón. —En más de 80 años que llevo en este lugar puedo contarles con detalle acerca de todas las personas que han cruzado por estas carreteras, siempre hemos sido nosotros. Los albañiles se miran entre ellos, portan cascos sobre sus cabezas de color naranja y unos horribles trajes de color gris. Uno de ellos rueda los ojos y tira una colilla de cigarrillo al suelo antes de señalar a Alfonso. —Pues agradezca que ha llegado este nuevo proyecto, pues así podrá ver a muchas más personas ya que por lo que se ve, no hay mucho de que disfrutar. La mayoría de ellos sueltan a reír y yo aprieto mis puños con fuerza. —Quiero hablar con su supervisor ahora —el mismo hombre suelta una carcajada que lo hace inclinar la cabeza hacia atrás. —Le estoy hablando. —Pues tendrá que esperar. Veo de reojo que muchas más personas del pueblo comienzan a llegar, todas con la misma inconformidad que siento yo. Las vallas verdes que cubren el lugar me ponen los pelos de punta, no se puede ser tan inconsciente en la vida como para imaginar que quitar una zona verde y remplazarla por concreto va a ser mejor. En serio, ¿acaso eso es lógico? La rabia está presente en el lugar, la inconformidad y el deseo de tirar todo de nuevo y recuperar nuestro lugar libre de humanos imbéciles. Miro a mis vecinos y niego con la cabeza, esto es el colmo, no vamos a tolerar que se siga dañando un espacio verde tan hermoso. —¡¿Quién esta a cargo de esto?! —pregunto nuevamente mirando a todo los hombre uno por uno. Es personal, he vivido toda mi vida en este lugar, para mi es mágico, mis hermanos están creciendo acá y amo verlos disfrutar de la naturaleza que teníamos. Mi madre tuvo un accidente hace varios años cuando fue a la ciudad tras el padre de mi hermano más pequeño, ella nunca tuvo suerte en el amor y para validar esto, tuvo tres hijos, cada uno de diferente padre y ninguno de ellos se quedó a criarnos. Solo era ella, un hombre que la ilusionaba, un embarazo y así tuve que ver como lloraba cada noche buscando su amor y cuando creía encontrarlo, la historia se repetía. Todos eran hombre de ciudad. Todos ellos con doble vida, mi madre tenía un buen ojo para ver a los hombres prohibidos y enamorarse de ellos, mientras ellos solo veían a una hermosa pueblerina con quien podían pasar el rato mientras viajaban por la carretera, porque debo darle la razón a Alfonso, no entran muchas personas a este pueblo, pero sí que la mayoría saben de tres hombres que lograron entrar, dejar embarazada a una mujer e irse nuevamente a vivir su vida citadina. Siempre la misma historia y mi pobre madre murió intentando recuperar el amor que supuestamente tenía por ese hombre. Nunca fue amor, pero sí que nos terminó dejando solos. Tan solo han pasado 4 años desde su muerte y parecen una eternidad. He tenido que madurar a temprana edad y encargarme de mis hermanos pequeños, porque no había un padre que fuera el adulto responsable, tan solo estaba yo y ahora ellos estaban para mí. Me niego completamente a que me opaquen lo que ha significado este lugar. No hay necesidad de que entre nadie más, así como estamos es perfecto. —¡Jaz, hay que quitarles las maquinas! —uno de mis vecinos favoritos y de mis mejores amigos, Nial, sale corriendo en dirección a la maquina demoledora, abro los ojos con sorpresa cuando veo como sube a esta y la enciende. —¡Hey, muchacho! ¡Deténgase ahora mismo! —grita uno de los trabajadores corriendo tras la maquina que Nial trata de sacar del pasto. Spencer, el hermano mellizo de Nial, sale corriendo en dirección contraria de su hermano para tomar un hacha y comenzar a cortar la valla que aun no terminaban de colocar. Los trabajadores se miran unos a otros sin saber que hacer, suelto una fuerte carcajada cuando veo como más gente del pueblo les impide seguir con su trabajo. No me quedo atrás, por supuesto, soy de las más interesadas en que el pueblo permanezca tal cual esta. Lo hemos mantenido hermoso. Para mí y, estoy segura de que, para la mayoría de los habitantes de acá, este lugar es increíble. Mi corazón pertenece por completo a este pueblo pequeño al que puedo llamar hogar. Cada día me despierto con una vista espectacular de las montañas que rodean el lugar bañadas por los rayos del sol. Las zonas verdes, el olor a café, las calles empedradas, las casas coloridas, cada una con su historia. Y lo más especial, la plaza central, allí es donde esta el corazón del pueblo, las fiestas son lo mejor que hay, la manera en la que nos reunimos todos y celebramos en medio de los compartir. En realidad, todo esta bien, no hace falta nada, todo es perfecto. Más que perfecto. Cada rincón está lleno de belleza natural. Los parques bien cuidados y los senderos que serpentean junto al río son mi refugio personal, donde puedo perderme en la tranquilidad de la naturaleza. Los jardines comunitarios son otro tesoro, con sus colores y fragancias que cambian con las estaciones. Eso es lo que más me jode de toda esta situación, que osen destruir lo que más amo. —¡Hay que llamar a la policía! —grita uno de los hombres de traje gris, volteo a mirar de reojo al único alguacil que tenemos en el pueblo, el cual tiene esposada una de sus manos a la demoledora más grande. —Si, creo que eso no será posible… —murmuro con una sonrisa y el hombre maldice por lo bajo al darse cuenta. —¡Maldición, esto es una mierda! —grita otro hombre mientras más personas del pueblo corren y evitan que continúen destruyendo lo poco que han alcanzado a demoler. Parte de la zona verde ahora es café y el pasto se encuentra subido a un camión mientras mas vecinos detienen la destrucción. —Ya, no pierdan su tiempo, no vamos a dejar que sigan con el trabajo, es mejor que vuelvan a sus casas —me encojo de hombros. —No hay manera, voy a llamar a mi superior —dice y celebro. —¡Eso, es justo lo que le pedía desde el principio! —exclamo mientras suelto la pala que tenía secuestrada —. Dígale que no vamos a permitir que hagan ninguna construcción en este pueblo. Él refunfuña por lo bajo mientras pega su teléfono celular a su oreja, miro a mi alrededor y un calor abrazador sube por mi pecho, dos vecinas barren el polvo que dejaron los escombros y una más intenta poner nuevamente el pasto en su lugar. Los ojos se me llenan de lagrimas cuando veo que casi destruyen lo que somos, es parte de nosotros, es este lugar lo que nos ha forjado como una increíble comunidad y ninguno de nosotros esta dispuesto a ver como matan lo que por años hemos cuidado. Yo crecí en este lugar y es lo mismo que espero para mis hermanos. El hombre comienza a hablar a través del teléfono y comenta lo que sucede, no puedo escuchar lo que dicen al otro lado de la línea, pero el hombre frunce los labios disgustado y solo alcanzo a escuchar gritos de un hombre, pero sus palabras no son entendibles para mí. —Si señor, yo… —se queda en silencio escuchando y me mira con los ojos entrecerrados —, si claro, el alguacil no nos esta ayudando, esta de su lado —, aprieta el puente de su nariz con la punta de sus dedos —. Acá esperaremos. Termina la llamada y gruñe mirándome fijamente. —Ya viene para acá, solo dígale a su gente que deje de manipular la maquinaria o tendrán que pagar si algo termina dañado. No quiero hacerlo, pero entiendo que, así como yo, él no tiene la culpa de que estemos en esta situación, solo esta siguiendo ordenes de un superior que no es capaz de poner la cara, sino que envía a otras personas a hacer el trabajo sucio. —Esta bien, pero esas maquinas no se moverán de allí, ¿entendido? Asiente de mala gana y me alejo de él. Reúno al pueblo y les digo lo que sucederá, me quedo a cargo de hablar con la persona que llegue en las próximas horas y les pido a mis vecinos que vayan a hacer sus labores, yo igualmente entro nuevamente a mi casa para volver con mis hermanos y esperar a que llegue aquel hombre que sonaba muy enojado a través del teléfono. Mas enojada estoy yo y él aun no lo sabe.
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