La ira se adueñó de mi cuerpo. Ni yo mismo me percaté del momento en el que estaba sobre el hombre, golpeándolo. Los dos guardias que estaban en la puerta me jalaban de los brazos, intentando separarme del sujeto que estaba amarrado y quejándose del dolor que le estaba provocado. -Sáquenlo –Dijo “Don” con calma. -¡Lo voy a matar! –Necesitaba desahogarme, liberar toda la furia en él. Terminamos de nuevo afuera de la habitación, con los dos hombres custiodiando la puerta, y yo tratando de tranquilizarme. -Quiero que te vayas a casa Adán –No me lo estaba pidiendo; sin embargo, me habló con sutileza. -¿Cómo puedes decirme eso? –Su orden me pareció injusta, fuera de lugar y desproporcionada. -Yo me voy a hacer cargo de Ismael y de Edy –Aseguró, y sabía a lo que se refería. -Papá, por fa