10 de la mañana, el reloj en la cómoda marcaba las 10 de la mañana, la sabana envolvía su delicada piel, podía sentir la mano pesada sobre su muslo y esa fina perla de sudor recordarle la espalda, no quería moverse, tampoco quería respirar, un poco de dolor de cabeza le indicaba que el vino había sido excesivo, pudo beber menos, pero ella prefirió seguir riendo y hablando con soltura, le gustaron las manos de Santiago en sus mejillas, poco a poco las palabras de todo lo que habían estado hablando le fueron llegando a la cabeza, quiso esbozar una sonrisa, pero el sentimiento de culpa no la dejaba.
¿Por qué sentir culpa, Fernanda? si no hiciste nada malo, le gritó una voz chillona que ahogó en el rubor que estaba tiñendo sus mejillas.
—Puedes moverte, no te voy a regañar —¿hacía cuánto h
