Santiago miraba el techo, sus ojos estaban clavados buscando puntos de referencia que le confirmaran el lugar en el que estaba. Parpadeo varias veces y con su mano libre se pellizcó las mejillas. Si, era verdad, había sucedido, no había sido un sueño. Sonrío al techo y acarició la cabeza de Fernanda que reposaba sobre su brazo, esa melena castaña estaba regada, acarició un mechón recordando cuando eran más jóvenes y el mismo lo trenzaba para poder ir a jugar. Su pecho estaba incendiado, había un calor imposible de describir, en ese momento no era Santiago el hombre, en ese momento estaba Santiago en todas sus facetas, el niño, el adolescente, el joven, el viajero, el empresario. Todos estaban allí presentes disfrutando de lo que había logrado, había logrado lo que quería. Estar co