Santiago se marchó de casa cuando celebró su cumpleaños 18, justo en el momento en que su hermano se fue a estudiar al extranjero, Juan Daniel recién cumplía los 20 y tenía que viajar para terminar sus estudios universitarios.
—¿Por qué te vas?
—Porque no quiero vivir más aquí.
—Es tu casa, somos tu familia.
—Son mi familia, no mi obligación —miró a su madre con una frialdad que nunca había visto en su hijo menor—, el testamento de papá fue claro, a los 18 puedo tomar mi fideicomiso y hacer con mi vida lo que quiera.
—Vas a derrochar el dinero —una sonrisa cargada de sorna soltó Santiago.
—¿Tan poco confías en mi, madre? Ya se que no soy tan obediente como Juan Daniel, pero también soy muy inteligente, tal vez más que él y por eso me estoy marchando de aquí.
—Santiago, si te marchas ahora…
—Volveré cuando sea el momento y te aseguro que no te pediré ni un solo centavo.
Tal vez el dolor de una bofetada hubiese sido menos grotesco que aquellas palabras que su hijo le profirió, pero Santiago no sólo era inteligente, también orgulloso y estaba herido, herido en el corazón y cansado de vivir a la sombra de su hermano que era ejemplo para muchos y envidia de otros.
Pero no para él, para Santiago Juan Daniel simplemente era el hombre que le había robado el corazón de la mujer que tanto añoraba, durante años vio a Fernanda con ilusión, con el corazón en la mano y los sentimientos honestos, pero el día que se enteró de que ella solo tenía ojos para su hermano algo cambió para él.
Recorrió varios países haciendo inversiones en negocios locales, en tecnología, restaurantes, tiendas de moda, un negocio cada vez más grande que el anterior, se dedicó a invertir su dinero inteligentemente sin tener que trabajar mucho, solo buscaba las mejores oportunidades, mientras que mantenía sus ojos fijos en sus intereses, Fernanada y Juan Daniel, que no había dejado de estudiar ni un solo segundo.
Visitó a su hermano un par de veces en Inglaterra para darse cuenta que su amor era solamente hipocresía, pues allí lo sacó de bares ebrio y con los pantalones abajo mientras metía su polla entre las piernas de mujeres que ni siquiera eran parecidas a Fernanda, y es que aunque Santiago sabía que no le debía ninguna fidelidad a la castaña, al menos pensó que sería un poco más reservado, tal como él lo había sido todo el tiempo, pero Juan Daniel era todo un casanova.
Su fideicomiso se multiplicó por más de 10 en cuanto a la cifra original que le entregaron, su nombre empezó a resonar por el mundo como el joven con más talento para invertir y hacer crecer pequeños negocios que se volvían grandes y reconocidos, su belleza le hizo ser la portada de varias revistas internacionales y ni por un segundo puso sus pies en su país natal durante esos 5 años que estuvo fuera. No quería tener que ver nada con su familia porque en su mente solo estaba regresar cuando fuese el momento indicado, y el momento le llegó en forma de invitación a una boda.
—¿Es real? —preguntó a través de la llamada.
—¿Por qué no lo sería? —Juan Daniel estaba sentado frente al escritorio que un día había sido de su padre, bebía una copa de vino y miraba a la puerta.
—Porque no la amas.
—¿Eso importa?
—A mi me importaría.
—No tengo, ni tuve el derecho a la libertad del que tú siempre has gozado.
—Daniel —así lo llamaba Santiago cuando quería tocar temas serios—, siempre la tuviste pero eres demasiado cobarde. ¿Al menos te gusta la chica?
—Es hermosa.
—No creo que vaya —Santiago sabía que era el momento correcto pero el miedo no dejaba de correr por sus venas.
—Mamá te extraña, de seguro estará muy feliz si vienes.
No quería continuar con aquella conversación que comenzaba a intoxicarle, solo con escuchar la palabra“mamá”. Y no es como que tuviera algún tipo de resentimiento sobre su madre, pero Santiago realmente nunca había podido confiar en ella como lo hizo con su padre, que luego de morir dejó un abismo entre él y su madre. Uno que con los años se hizo más y más grande.
Regresar no fue la tarea más sencilla del mundo, pero logró organizar su agenda, su vida social y sus pensamientos que eran como demonios que estaban arremetiendo contra su cordura.
Llegó a la boda una hora antes de que esta diera inicio, la busco entre el personal y la observo desde lejos, justo cuando estaba por acercarse a Fernanda, vio como Juan Daniel la acorralaba con fuerza, vio las lágrimas de su hermano y la impotencia del mismo al verse perdido en una decisión que ya había tomado, sintió que su pecho nuevamente ardía al ver tremenda cercanía, igual que la de hacía 5 años, pero esta vez no hubo beso, más bien había una particular frialdad en la mirada de Fernanda, una que no era usual en aquella tierna y dulce chica que tenía casi su misma edad.
Y la paz llegó cuando vio que su hermano se marchaba de allí sin ninguna respuesta de aquella castaña, se acercó y comenzó la conversación como si se hubiesen visto la noche anterior, casual y divertida, así como era él.
Su cabeza estaba trabajando demasiado rápido en preguntar, responder y atacar a Fernanda que tenía dolor en sus ojos al observar la ceremonia.
—Porqué serás tan mía como siempre quise —y ni siquiera él daba crédito a tremenda respuesta tan honesta y franca.
Dejó a Fernanda sola haciendo su trabajo, porque tenía que mezclarse entre los invitados, mostrarle a su hermano su apoyo incondicional, aunque este estaba cargado de intereses, y volver a ver el rostro de su madre.
—No creí que regresarías.
—Pero aquí estoy, de vuelta en casa.
—El hijo pródigo —Doña Isabel no se guardaba nada, ni siquiera para con sus hijos, era dura con todos por igual.
—¡Chas! —el chasquido con la lengua de Santiago por el fastidio de aquellas palabras fue secundado por una risa—. Hasta en eso te equivocas madre, dice aquella parábola que el hijo menor se marchó con el dinero y lo derrocho —tomó una copa de champaña que estaban entregando los meseros, bebió y le dio una sonrisa a su madre—, en cambio yo tome mi dinero, lo multiplique y no vengo a tomar nada tuyo.
—Santiago esto no es solo mío, es tuyo y de Juan Daniel.
—No creo que sea así, pero no pienso discutir con mi madre luego de 5 años lejos.
Se acercó y dejó un beso en su frente, acarició la mejilla de la elegante mujer y vio tras sus espaldas, Fernanda venía con una bandeja cargada de champaña y se despidió de su madre.
—Tengo que irme a saludar.
Doña Isabel lo dejó irse, pero sin quitarle los ojos de encima, quería ver a quien tenía que saludar Santiago que había estado lejos por tanto tiempo. Pero la siguiente escena la dejó sin habla a ella con la boca ligeramente abierta y en el otro lado del salón Juan Daniel dejaba caer con un poco de violencia el vaso de Whiskey del que estaba bebiendo junto a su suegro.
—Fernanda —sin temor alguno Santiago depositó un beso sonoro en la mejilla de la empleada, algo que por su puesto conmocionó a todos los presentes, pues aquel acto rebelde no tenía precedentes—, es un placer volver a verte.
Un despropósito, eso fue lo que pensó Fernanda cuando Santiago la beso de semejante manera tan descarada, teniendo en cuenta que ya se habían saludado previamente.
—¿Qué carajos haces? —estaba tan roja como un tomate maduro.
—Te lo dije, vine por ti y no me voy a poner con rodeos, soy un hombre bastante maduro, Fernanda.
Doña Isabel miraba atenta, roja de ira, con los puños apretados y los costosos anillos tallando las manos, pero era demasiado diplomática para hacer un escándalo, demasiadas personas, demasiado riesgoso, así que atribuyó una y otra vez aquel acto a la usal rebeldía de su hijo mejor, al menos eso hizo con cada persona que habló durante la noche y Fernanda no puedo evitar llevarse varias miradas todo el tiempo que estuvo sirviendo en la velada.
—Te metiste en problemas —Jacinta con su voz siempre sonora le advirtió y ella que no tuvo tiempo de reaccionar, se dio cuenta que Doña Isabel ya estaba a su lado levantando la mano para golpearla.
¡Zas!
Algo que era usual.
—¡¿Qué demonios crees que haces?! —estaba fuera de sus cabales, porque Doña Isabel nunca gritaba.
—Y-yo… No sé de qué me habla —Fernanda sabía la razón de su molestía, pero también sabía que ella no había hecho absolutamente nada, todo fue idea de Santiago, idea que la tenía ahora contra las cuerdas y hubiese deseado tenerlo enfrente para darle una bofetada igual de fuerte que la que acababa de recibir.
—Sueltala —la voz masculina, grave, un tanto ronca por el licor que a las 3 de la mañana ya se empezaba a subir a las mejillas de Santiago se escuchó por la cocina.
—Vete de aquí.
—Sueltala —nadie daba crédito de que el joven le estuviera dando una orden a su madre.
—Santiago, no lo pienso repetir.
—Y yo tampoco, madre.
Todo pasó en una fracción de segundos, Fernanda fue tomada de la mano por Santiago que entrelazo sus dedos, la tiró a su lado y casi la puso a sus espaldas.
—¿Qué haces?
—¿Qué haces tú golpeando a una de tus empleadas? ¿Qué acaso te volviste una demente, Isabel? —Isabel, allí estaba lo que más le dolía a aquella mujer, que su hijo menor no tuviera la capacidad de llamarla madre, mamá o al menos Doña Isabel, siempre tenía que tratarla como su igual.
—Lo que hizo en la velada…
—¿Qué hizo?
—Te beso, en la mejilla y… —estaba acelerada, molesta, dolida, iracunda, por primera vez Doña Isabel no estaba coordinando las palabras.
—Ella no me beso, yo la bese a ella, la saludé como me dio la gana y porque me dio la gana.
—Lo tienen prohibido en mi casa, son servidumbre y nada más.
—Entonces tendré que llevármela de aquí.
—¡Santiago!
—Como sea, es la razón por la que regresé y no tengo interés alguno de seguir negándolo, vine por Fernanda y ya que no me dejarás saludarla a mi antojo y tratarla a mi antojo, me la llevaré.
Un silencio sepulcral se hizo en la cocina, se podían escuchar perfectamente las gotas que caían del grifo.
Los pies de Fernanda apenas si estaban tocando el suelo, porque Santiago la estaba llevando a rastras a su lujoso auto.
—¡No!
—Fernanda.
—No se que significa esto, no se en que problema me quieres meter, pero no me pienso ir de aquí, no sin mi padre.
—De acuerdo, iremos con tu padre también, pero no esta noche. Lo prometo.
Nuevamente beso la mejilla de Fernanda, que parecía no querer pensar demasiado y se dejó llevar, con los ojos clavados en la ventana del despacho de Juan Daniel que tenía la luz encendida.