Los alaridos de la pareja se podían escuchar perfectamente por todo el pasillo que conduce a las habitaciones de la Hacienda.
Luciana intentaba zafarse del agarre tan fuerte al que la estaba sometiendo Juan Daniel, pero él no cedía. Ambos estaban cegados por el alcohol y la rabia, las palabras en la mesa habían sido hostiles aunque nunca se dijeron nada entre ellos realmente.
La pelea se debía más bien a lo que Juan Daniel consideraba una conducta inapropiada por parte de su esposa.
—¿Qué crees que haces? —preguntó con furia y metiéndola a la habitación casi a empujones.
—¿Qué hago yo? ¿Qué haces tú? Sabes que me vas a dejar marcas que ni la más fina joyería podrá cubrir —Luciana levantó la mano y le enseñó la zona que ahora estaba roja, muy roja.
Ver aquello le hizo casi desaparecer
