Juliana se estremeció, se recargó en el pecho de él, cerró sus ojos, percibiendo el calor de sus fuertes manos en su cuerpo. La voz ronca y sensual de él, le acarició la piel a manera de un estremecimiento. La calidez de su bienvenida llenó su corazón de gratitud y felicidad, y una sonrisa radiante iluminó su rostro. —Me encanta todo lo que has preparado. ¿Lo hiciste solo? —preguntó, volteó para encontrarse con la mirada de él. Alfredo le brindó una cálida sonrisa. —Así es, pase toda la tarde decorando el entorno. Juliana se sintió como la princesa en un cuento de hadas. Por eso es que le gustaban los hombres maduros, por el romanticismo que a ella le fascinaba, los de su edad, ya no tenían esos detalles, a los jóvenes se les había olvidado como cortejar a su dama, ella siempre vivió r