Juliana asintió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. —No necesitas pedirme permiso. Se acercaron lentamente, y sus labios se encontraron en un beso suave y lleno de amor. El tiempo pareció detenerse mientras se besaban, envueltos en la magia de la noche y la belleza de Salento. Cuando se separaron, se miraron a los ojos, sabiendo que ese momento sería uno de los recuerdos más preciados que compartirían. —Me traes loco, Juliana —declaró Alfredo con sinceridad. —Tú también a mí, Alfredo —respondió ella, estrechándose en sus brazos. Después de una velada mágica en las calles de Salento, Alfredo acompañó a Juliana a su hotel, una suave llovizna empezó a caer, pero ellos disfrutaban como dos adolescentes. Caminaron juntos, disfrutando de la compañía y de la tranquilidad de la noch