Duru no estaba bromeando cuando dijo que tendríamos un día largo. Cambiamos las sábanas en el dormitorio y el baño, fregamos los pisos y las paredes, quitamos el polvo de las estanterías, lavamos las ventanas y regamos las plantas, y había muchas. Cuando las campanas de los sirvientes vuelven a sonar, mis brazos están tan adoloridos que tiemblan y mis pies están hinchados y doloridos por estar apretados en incómodos tacones todo el día. Duru hace clic con la lengua ante mi aspecto desaliñado y exhausto. Parece que me arrastró un gato. No ayuda que su magia de brownie haya hecho que Duru parezca más enérgica que nunca. Juro que ha perdido diez años. Prácticamente brillaba cuando limpió el inodoro. Ella levanta mi brazo y niega con la cabeza al ver mi bíceps. —Brazos débiles. Tampoco tien