2021
Soledad hizo el arqueo de su caja, dejó todo a resguardo y se fue a la oficina donde debía entregarla. Su turno había terminado. Ella trabajaba de nueve a seis en una oficina de Telcomp, una empresa de servicios telefónicos, cable e internet hogar y móvil. Había llegado a trabajar allí hacía poco más de un año. Antes trabajaba para la competencia como vendedora en terreno, pasó a ser vendedora de local y luego a cajera, pero la empresa para la que trabajaba cerró la sucursal por el tema de la pandemia, así es que se fue a trabajar a Telcomp.
―¿Estás lista? ―le preguntó Clara a su amiga.
―Sí, sí, voy ―contestó Soledad.
Tomó su bolso, se puso una pequeña chaqueta, y salió con su compañera y amiga. Se conocían desde que el anterior trabajo, hacía más de cinco años.
―¿Al café? ―preguntó Clara.
―Al café, obvio ―respondió Soledad con una sonrisa.
Se dirigieron al Café que estaba a media cuadra.
―No han llegado ―dijo Soledad.
―Siempre llegan más tarde, es mejor que nos quedemos aquí y no que nos demos mil vueltas antes de venir, un día se van a dar cuenta de que estamos aquí por ellos.
―Sí, es verdad. ¿Y si no vienen?
―Vienen cada tarde, ¿por qué no vendrían ahora?
―No sé.
―Siempre dices lo mismo. Ya. Tráiganos dos capuchinos gigantes y un trozo de torta ―le pidió Clara al mesero―, hoy estamos de fiesta, es el cumpleaños de mi amiga.
―¡Clara! No tiene por qué enterarse.
―En ese caso, señoritas, el café corre por cuenta de la casa, ustedes son nuestras clientas más fieles, debemos festejarlas. Felicidades, Soledad.
―Gracias, Juan Carlos.
El joven sonrió y entró a hacer el pedido.
―No tenías que decirle.
―Sí tenía. Ya ves, ahora los cafés nos saldrán gratis.
―Sí, algo bueno que salga de cumplir años.
―Sí, no todos los días se cumplen veinticinco años, un cuarto de siglo.
―¡Haces que suene peor! ―Se rio Soledad.
―Es la idea, amiga. Y no mires hacia atrás, que ahí vienen.
Cristian y Patricio se ubicaron en su mesa de siempre y vieron a las dos jóvenes que ya estaban allí.
―Llegaron antes hoy ―comentó Patricio.
―Sí, no se dieron las miles de vueltas de siempre.
―Así parece.
El mesero se acercó a la mesa de ellas con dos cafés y un trozo de torta que llevaba una velita encima.
―Una de ellas está de cumpleaños ―dijo Cristian.
―Sí, podríamos aprovechar de ir a saludarlas.
―No, no podemos hacer eso.
―Me gustaría.
―No, además, no estamos seguros de que vengan por nosotros.
―¿Por qué más? Nos esperan en la mañana y en la tarde.
―A lo mejor solo vienen como nosotros, a pasar el rato.
―Lo dudo. Ellas no dejan de mirarnos.
―Bueno, como sea, no podemos acercarnos, ya sabes que no podemos distraernos con chicas así, no son de nuestro entorno, sería muy peligroso.
―Sí, es verdad, a veces me da rabia tener que estar pendientes de cada pequeño paso que damos.
―Sí, pero sabes que es a lo que nos dedicamos, ¿o quieres salirte?
―Jamás. Solo que a veces me gustaría llevar una vida un poco más normal.
―Sí, te entiendo. Bueno, a lo nuestro ―acotó Patricio―. ¿Hablaste con los proveedores de Colombia?
―Sí, el envío estará aquí la próxima semana, entre miércoles y jueves llegará la carga, hay que ir a buscarla a Iquique.
―Diego Méndez se hará cargo.
―Está bien. Todavía no me puedo topar con él, ¿será que algún día podamos conocernos?
―Todo a su tiempo, Cristian, llegaste hace poco menos de tres meses, cuando te establezcas aquí por un poco más de tiempo, seguro que él mismo querrá conocerte. Su familia es la más grande de todas, Miguel y sus hijos han creado todo un imperio, no es fácil llegar a ellos, espera tranquilo, él sabe de tu llegada, a su tiempo, te buscará.
―Está bien. Supongo que tú sí lo conoces.
―Sí, no mucho en realidad, es un hombre muy desconfiado. Hace varios años, en una redada, murió su novia, él quedó muy mal, su padre tuvo que mover muchas influencias para que, después de que saliera de la clínica, no lo procesaran. Alguien de su entorno más cercano los traicionó. Ahora desconfía de todos.
―Me imagino, pero, su novia, ¿por qué estaría en una redada? O sea, ¿estaban en la casa o qué?
―No, hombre, esa chica era de armas tomar. Era compañera de Diego, en todo sentido. Y no te digo, si ella veía algo que no le gustaba, era capaz de matar o golpear sin compasión.
―Vaya. En ese caso, a lo mejor la traición fue hacia ella.
―Puede ser. Ese caso nunca se aclaró, pero la familia Méndez redobló su protección.
―Me imagino que la muerte de la muchacha también afectó a la familia.
―Mucho, Alicia era como una hija para ellos y su muerte los afectó mucho, cambiaron todo su modus operandi, hoy por hoy, ya no dejan que nadie se les acerque.
―Sí, eso me lo advirtieron antes de venir a este país.
Patricio se quedó mirando a las chicas. Cristian no lo interrumpió, a él también le gustaba una de ellas, pero para él era una más de las tantas que a él le gustaban.
Las chicas, en tanto, comían su torta con sus cafés. Encendieron un cigarrillo cada una.
―Oye, ¿a qué crees que se dediquen?
―Son tan estirados, deben ser abogados o algo así.
Soledad se quedó pensando, ella hubiese querido ser abogada, pero la vida no se lo permitió.
―¿Qué pasa? ―le preguntó Clara al ver a su amiga pensativa.
―Nada.
―¿Otra vez pensando en lo que no pudo ser?
―Sí. Yo estaría, no sé, en último año de Derecho… En caso de que me hubiera ido bien.
―Te habría ido regio, amiga, pero las cosas no siempre salen como uno espera.
―No. Las cosas no siempre resultan bien. Bueno, ¿vamos?
―Ellos todavía no se van ―protestó Clara.
―No esperaremos a que se vayan. Suficiente con tanta perseguidera.
―Sí, tienes razón. Ni tú ni yo hablaremos a esos tipos jamás. Así que, ya, vamos. Quiero mi camita y mi serie.
―Sí, vamos, yo quiero terminar mi libro.
Las dos jóvenes se levantaron, fueron a pagar su cuenta y salieron de allí rumbo a su casa. Vivían juntas muy cerca del centro. Los padres de Clara no estaban muy de acuerdo, pero su hija ya era mayor de edad, por lo que no podían prohibirle que viviera sola.
―¿Y ese milagro que se fueron tan temprano? ―preguntó Cristian.
―No sé, hoy estuvieron raras.
―Sí, tal vez no les guste cumplir años.
―A ninguna mujer le gusta, amigo.
―Sí, eso es verdad ―se burló el otro―. Cosa muy estúpida por lo demás, las maduras son muy apetecibles.
Patricio miró a su colega con molestia. Él no era de tener muchas mujeres, al contrario, él prefería tener a una, necesitaba la tranquilidad de alguien que lo esperara por las tardes, un refugio cuando las cosas no marcharan bien; en cambio, Cristian era de cambiar de mujeres como cambiaba de camisas, no se enamoraba ni quería hacerlo. Y Clara no era una mujer para jugar. Él la había investigado, era una chica normal, con una vida incluso algo aburrida, hija amada, dos hermanos, un sobrino, con un trabajo que le permitía vivir con comodidad, sin lujos, pero bien.
El sonido de una llamada entrante al móvil de Patricio interrumpió sus cavilaciones.
―Diego… ―contestó.
―Patricio, me acaban de decir que la mercancía programada para el miércoles debe ser reprogramada.
―¿Qué? Estoy con Cristian Guerra, me acaba de decir que estaba listo.
―Pues no. No quiero errores. Si algo malo pasa, debemos estar atentos. Averigua y dime lo que sea.
―Sí, te aviso.
―Eso espero. Escucha, si hay algún atisbo de problema, quiero saberlo, no permitiré que nadie se arriesgue por una estupidez.
―Lo sé.
―Arréglalo. ―Cortó.
Patricio miró a Cristian.
―Hay un problema con la entrega de los colombianos.
―¿Qué?
―Sí, dicen que se retrasó. Diego quiere saber qué pasa.
―No lo sé, yo hablé con ellos esta tarde, se suponía que no habría problema, como mucho podrían demorar un día, tú sabes, con esto de la pandemia, las carreteras y las fronteras son mucho más lentas.
―Tendrás que averiguar bien, Diego está receloso y, si descubre que hay algo extraño, somos hombres muertos.
―No hay nada extraño, Patricio, no sé cómo pudo saber que la carga está retrasada, ni yo tenía idea.
―Los Méndez tienen brazos muy largos, Cristian, ellos saben tus movimientos incluso antes de que los hayas pensado. Si no estás metido en este problema, investiga y soluciona. Esta es la oportunidad que tienes para ser parte del círculo de confianza de Diego Méndez.
―Comprendo. Voy a hablar con mis proveedores, si me están engañando o hay alguien remando para el otro lado, lo pagará muy caro.
―Así debe ser, antes de que meta las manos Diego o su familia.