Una vez que la joven terminó de bañarse, entró la señora Blowfeld, el ama de llaves, con dos vestidos. −Aquí tiene usted para escoger, señorita− dijo con su voz dura y fría−, pero creo que milord preferiría que se pusiera usted el blanco. −Es muy amable por su parte− dijo Isla, cohibida−. Espero que la sobrina de Su Señoría, o la persona a quien pertenezca el vestido, no se enfade porque me lo hayan prestado. La señora Blowfeld no dijo nada, pero dejó escapar una especie de bufido. La doncella llevó a Isla una camisa de seda adornada con encaje. Aturdida, la joven no acertó a protestar, aunque hubiera preferido ponerse la suya. Después, otra doncella le dio unas medias de la seda más fina que ella había visto nunca. Eran tan sutiles que temió romperlas y dijo con timidez: −Creo que se