—¿Quién es?— preguntó. —Perdón, milady, pero sir Guy Merrick está afuera y quiere saber, si desea usted salir con él. —Di a sir Guy que bajaré en cinco minutos— contestó Karina. Se puso un delicado vestido blanco y un diminuto sombrero de muselina, y descendió a toda prisa la escalinata del frente. Sir Guy estaba tratando de controlar a sus inquietos caballos, pero sonrió al ayudarla a subir a su lado. Partieron hacia la parte norte del parque, casi desierta a esa hora del día. —Has estado llorando— dijo él, después de que habían avanzado en silencio durante unos minutos. Karina se sonrojó. Había pensado que el aceite de almendras y el jugo de pepino borrarían las huellas de sus lágrimas. —¿Por qué no… me impediste… que aceptara yo… ese tonto reto?— preguntó con aire miserable. —¡A