Después de una hora de estar en la fiesta, Karina se sintió aturdida por el ruido de tantas voces, la música de la orquesta y los numerosos hombres y mujeres, todos vestidos con gran elegancia, a quienes Harriet la había presentado, pero cuyos nombres casi no alcanzaba a escuchar en aquella confusión de ruidos. Se sentó en un sofá junto a Harriet y escuchó cómo ésta conversaba sin cesar, con el grupo de amigos que la rodeaba. Entonces vio a un caballero alto, bien parecido, que se acercaba a Harriet. Era una persona, pensó Karina, que uno notaría sin importar cuánta gente hubiera a su alrededor. No era sólo que estuviera vestido con exagerada elegancia, ni que fuera muy apuesto. Había algo en él que le daba un interesante aire de libertino. Tenía el aspecto, pensó Karina, de un pirata o