22 de diciembre de 2025…
—Dreq! (¡Mierda!) —murmuró en albanés una mujer joven mientras corría por el pasillo de servicio hacia el lujoso salón de eventos del opulento Burj Arab en Dubái.
Eran las siete en punto aquella vez hasta que se detuvo frente a la supervisora.
―¡Llegas tarde, nueva! ―espetó la mujer con evidente irritación.
―¡Disculpe señora... hubo tráfico, pero le prometo que no volverá a pasar! ―respondió la albanesa con su acento marcado en su inglés, teniendo la respiración entrecortada y el nerviosismo en su rostro.
―Es tu última oportunidad ―le advirtió mientras le entregaba un balde y un destapa retretes con brusquedad―. Toma, hay un problema en el baño de caballeros del salón de eventos. Estamos cortos de personal, todos están ocupados.
―¡Ok, ya lo haré, me pondré mi uniforme rápido! ¡En menos de dos minutos estaré lista!―respondió la joven, intentando mostrar eficiencia.
―No, no hay chance, lo harás así o estarás despedida ―sentenció la supervisora, cruzándose de brazos con expresión intransigente.
La joven mujer se quedó entre la espada y la pared. No podía hacer nada, así que tragó profundo y, como necesitaba el trabajo, tomó los implementos de limpieza y se encaminó hacia el baño con la dignidad que pudo reunir.
―Está bien... señora ―murmuró, bajando la mirada.
Mientras tanto, dentro del lujoso salón de eventos, dos mujeres bebiendo unas copas de champaña devoraban con los ojos la silueta del homenajeado.
―Salomón tiene tiempo soltero... dichosa la mujer que... se acuesta con él. Porque me imagino... que semejante monumento no debe estar completamente solo ―susurró una mujer con voz aterciopelada, con sus ojos fijos en el anfitrión al otro lado del salón, estaba algo pasada de copas de champagne―. Además, esos treinta y nueve sí que le sientan bien. Se ve hermoso así con traje. Él siempre ha sido mi placer culposo jajaja.
Aquel fastuoso evento era el cumpleaños número 39 del gran CEO y jeque, iraquí, billonario Salomón Al-Sharif, quien dominaba la estancia con su sola presencia. Se erguía imponente con su metro noventa y cinco de altura, vestido impecablemente con un traje Armani azul oscuro hecho a medida que acentuaba su figura atlética, un hecho que no pasaba desapercibido para el propio Giorgio Armani, quien se encontraba entre los invitados VIP y observaba con evidente satisfacción cómo su creación cobraba vida en el cuerpo del jeque.
Salomón sonreía con perfecta cortesía a los invitados que se acercaban a felicitarlo, y sus ojos verdes, penetrantes y pícaros a la vez, recorrían el salón con la seguridad de quien sabe que posee todo lo que desea. Al sonreír, aquel sensual moreno, revelaba una dentadura perfecta que contrastaba con su piel bronceada; era una sonrisa que atrapaba al instante y desarmaba cualquier defensa. Cuando hablaba, su voz en inglés era educada, con un ligero acento que delataba sus orígenes, y acariciaba los oídos de quien lo escuchaba.
― As-salamu alaykum (la paz sea contigo). Bienvenido presidente, ¿como está?―decía Salomón desde lejos dando un apretón de manos.
En eso, Aisha, una ex actriz libanesa cuya belleza era innegable, se inclinó hacia su amiga. El champán burbujeaba en su copa de cristal, al igual que las palabras indiscretas burbujeaban en sus labios ligeramente húmedos. Con la mirada fija en el celebrado y un ligero rubor tiñendo sus mejillas, le susurró con complicidad:
―Te confieso… que hace años, tenía el mejor sexo de la vida y fue… con ese grandote.
―¿Cómo? —exclamó la amiga llamada Haná, libanesa también con sus ojos bien abiertos, casi atragantándose con su bebida, mientras un escalofrío de curiosidad recorría su cuerpo.
―Sí —confirmó Aisha, saboreando tanto el champán como recordando—. Fue en el 2013. Lo conocí en una fiesta en Mónaco y tuvimos un romance. Fue pasajero pero intenso —su mirada se perdió momentáneamente en el vacío, como si pudiera ver aquellos momentos íntimos proyectados en el aire, y un escalofrío recorria su espalda al recordar—. Y…lo tiene enorme. Él es de los que... —hizo una pausa deliberada, humedeciéndose los labios pintados de rojo— jamás olvidas así hayas pasado por muchos hombres.
―¡No! ¡¿Enserio?!—exclamó su amiga inclinándose hacia ella, con sus ojos brillantes por la indiscreción compartida.
Aisha esbozó una sonrisa traviesa, pasando la punta de la lengua por sus labios como si aún pudiera saborear aquellos besos intensos, pero inmediatamente sus ojos se ensombrecieron con una repentina melancolía.
―Si.―El anillo de martimonio en su mano derecha parecía pesar una tonelada.
―¡Pe-pero no puede ser! ―dijo su amiga en shock, aferrándose a su brazo―. ¿Viste a ese monumento desnudo? —bajó la voz hasta convertirla en un susurro cómplice—. ¡Ahora sí que te tengo envidia!
Aisha bajó la mirada hacia su copa casi vacía.
—Mierda, quiero el divorcio jajaja —se rió murmurando, con un suspiro que contenía años de resignación, mientras sus ojos buscaban instintivamente a Salomón entre la multitud—. Salomón ahora...está soltero y yo casada.
―¡Aisha, para, ya estás borracha jajaja! —rio su amiga, lanzando una mirada nerviosa alrededor, con el tintineo de sus pulseras de oro acompañando el movimiento—. ¡Que no te escuche tu esposo!
―Jajaja solo bromeo, tontita. Ademas, tu tampoco deberías querer acostarte con él, estas casada también—le recordó Aisha con un toque de amargura y complicidad femenina, tragandose lo que quedaba de champán en un intento de ahogar verdades peligrosas.
Sin embargo, en ese preciso instante, como si hubieran sido invocados por las palabras prohibidas, sus esposos se materializaron junto a ellas. El esposo turco de Aisha, ajeno a la conversación que acababa de interrumpir, tomó la mano de su mujer con gesto posesivo, y sus dedos la apretaban ligeramente más de lo necesario.
―Aquí están —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, y pequeñas arrugas de sospecha se formaron en las comisuras—. Vamos a felicitar a Salomón y nos vamos, Aisha. Mañana tenemos que ir a Londres.
―Es cierto —respondió ella, sintiendo cómo el alcohol y los recuerdos se disipaban ante la realidad de su matrimonio un tanto aburrido, dejando tras de sí un regusto amargo en su garganta. Su máscara de esposa perfecta volvió a su lugar con la facilidad que da la práctica.
La otra amiga, Haná, le dijo a su esposo con un brillo calculador en la mirada:
―Vamos a aprovechar en saludarlo también. Así… Salomón Al-Sharif puede escuchar tu propuesta en enero.
―Si, necesito una reunión con él.
Ambas parejas se acercaron al celebrado. Aisha sintió un nudo en el estómago mientras su se acercaba al moreno.
―Salomón, ¿cómo estás? ―preguntó el esposo de Aisha, extendiendo su mano hacia el anfitrión con una sonrisa cordial pero calculadora.
―Alhamdulillah (gracias a Dios), muy bien, Farid ―respondió Salomón con voz profunda, estrechando su mano con firmeza―. Gracias, por venir.
Sus ojos verdes se desviaron entonces hacia Aisha, y el tiempo pareció detenerse entre ellos. La tomó de la mano con delicadeza, rozando apenas su piel con el pulgar en un gesto imperceptible para los demás, pero eléctrico para ella, mirando aquellos ojos que una vez la habían contemplado sin reserva s£xual.
―Aisha, mashallah (expresión de admiración), qué gusto verte ―pronunció Salomón su nombre como una caricia, con cada sílaba cargada de memorias compartidas.
―Lo mismo digo, Salomón ―contestó ella con voz ligeramente temblorosa, intentando mantener la compostura―. Felicidades por tu cumpleaños numero treinta y nueve. Te vez… radiante.
Ambos se miraron y Salomón la miró con esa mirada picara de ojos verdes que derretía corazones. Haná se adelantó, interrumpiendo el momento con una sonrisa brillante.
―As-salamu alaykum (la paz sea contigo), Salomón. Qué evento tan maravilloso―exclamó, admirando el esplendor a su alrededor.
Salomón la miró y respondió con aquella sonrisa hermosa que lo caracterizaba:
―Wa alaykum as-salam (y contigo sea la paz) gracias por venir―inclinó levemente la cabeza.
―Salomón, cuando puedas, nos reunimos ―comentó Mohamed, el esposo de Haná, con tono de negocios apenas disfrazado de cordialidad―. Tengo una propuesta que podría interesarte.
―Pues, con mucho gusto, Mohamed. Me... encantaría escuchar tu propuesta. Hablaré con Hassan para que agende...
De repente, Hassan, su mano derecha y mejor amigo, se aproximó con paso urgente. Se inclinó hacia el oído de Salomón con discreción.
―Viene, Soraya ―susurró con tono de advertencia.
El rostro de Salomón se tensó imperceptiblemente. Todos siguieron su mirada hacia una mujer elegante con un hiyab negr0 que avanzaba con determinación entre los invitados. Su presencia, severa y digna, creaba un contraste notable en medio de la multitud festiva, el atuendo tradicional musulmán realzaba su porte distinguido mientras se abría paso hacia ellos.
―Quiero hablar contigo en privado ―exigió Soraya al llegar, con un tono que no admitía réplica, ignorando deliberadamente a los demás presentes.
Salomón, con aquella sonrisa magnética que desarmaba voluntades, se disculpó con elegancia ante sus invitados.
―Con permiso.
―Tranquilo―dijeron todos.
Y se alejó junto a Soraya, guiándola hacia un rincón apartado del salón donde los murmullos de la fiesta apenas llegaban como un eco distante. Las luces tenues de aquella esquina ocultaban parcialmente sus rostros mientras se adentraban en la penumbra de un pasillo lateral.
Apenas estuvieron a solas, Soraya, sin mediar palabra, le propinó una bofetada tan violenta que el sonido seco resonó en el silencio del corredor. La cabeza de Salomón se ladeó por el impacto.
―Eres un cara dura―susurró ella, temblando de ira―. Ahora quieres tomar ahora esas tierras que le pertenecían a mi esposo por herencia, me acabé de enterar. No te bastó con quitarle Al-Sharif Developments ¿y ahora esas tierras? Claro... porque tienen petróleo. Pero te recuerdo, que no puedes tenerlas porque no tienes hijos y no estás casado... y en las cláusulas dice eso para poder heredarlas, maldita escoria. Sé que... mataste a Samir, no tengo dudas.
Salomón aún tenía el rostro volteado por el impacto, y una leve marca rojiza comenzó a formarse en su mejilla bronceada. Con esa cachetada se le había quitado la máscara de cordialidad que siempre llevaba puesta. Sus ojos verdes, habitualmente seductores, ahora reflejaban una furia salvaje que raras veces permitía que otros vieran sacando aquel demonio... que llevaba dentro. Sin embargo, se contuvo únicamente porque era su cumpleaños, habían invitados de lujo y Soraya era la viuda de su hermano, pero incluso ese lazo familiar apenas lograba contener la violencia que amenazaba con desbordarse.
«Cálmate, estás en tu cumpleaños»―se dijo el hombre apretando una de sus manos, conteniendo el impulso de ahorcar a su ex cuñada.
Sus nudillos crujieron mientras los músculos de su mandíbula se tensaban bajo su piel bronceada. Volteó su rostro lentamente, y luego, con pasos deliberadamente lentos, comenzó a caminar hacia ella, acortando la distancia entre ambos.
―No tienes pruebas de la difamación que estás diciendo ―pronunció con voz gélida, luchando visiblemente por mantener el control―. Y si sigues con ese maldito comportamiento, atreviéndote a pegarme... ―su rostro se transformó en una máscara aterradora, irreconocible para quienes solo conocían su faceta pública― Me las vas a pagar, no importándome que eres familia y que eres hija del Gran Muftí.
El Gran Muftí era la máxima autoridad religiosa y judicial en los países islámicos, un hombre cuyo poder rivalizaba incluso con el de las familias más influyentes como los Al-Sharif y el mismo príncipe de Arabia Saudita. Los únicos quienes eran más grandes que Salomón Al-Sharif.
―¿Me estás amenazando, verdad? ―contestó ella sin amedrentarse―. Sé que Samir tenía razón cuando decía que eres un mafioso.
Esa riqueza que has hecho no es normal. Te escondes bajo toda esa coraza de hombre bueno y correcto, pero sé que eres un maldito.
―Soraya, respeta... a tu cuñado ―replicó Salomón con un tono que destilaba venganza contenida―. Soy Salomón Al-Sharif y me debes respeto.
―A ti no te tengo respeto ―sentenció ella, sosteniendo su mirada sin parpadear.
―Cuida tus palabras... cuñada, estás en un sitio público y si mi imagen se daña, se me olvidará que eres familia y te destruiré. No tienes ni una sola prueba de lo que estás diciendo.Ya me estás colmando la paciencia con años diciendo lo mismo.―su voz descendió a un susurro peligroso mientras acortaba aún más la distancia entre ambos, invadiendo deliberadamente su espacio.
―No tengo porque cuidar mis palabras, si yo... digo la verdad―dijo Soraya mirándolo con enojo caminando hacia atrás.
Salomón la tomó del brazo con fuerza, acercándose a su oído.
―Si no te disculpas ahora mismo, le diré al Gran Muftí que me pegaste una cachetada. Sabes bien lo que eso significaría para ti en nuestra comunidad. Te he tenido paciencia pero la estoy perdiendo.
Sin embargo, en ese instante, ambos fueron interrumpidos por el sonido metálico de un objeto que caía al suelo. Salomón giró rápidamente, con sus reflejos reaccionando al instante. Sus ojos verdes, ahora afilados y letales, escanearon el pasillo. Alcanzó a distinguir una sombra delgada, que se escabullía hacia el lado oeste, desapareciendo entre las sombras con la agilidad de quien sabe que acaba de presenciar algo que no debía.
Continuará…