Capitulo 2

993 Words
El aire salado del exterior le crispó la nariz de Katherine. En la piscina, las chicas y sus padres chapoteaban en el agua y tomaban el sol, bebiendo cócteles y charlando entre ellos. Si Katherine no supiera la verdad sobre este crucero, nunca habría adivinado que algo andaba mal. Ahora, sin embargo, estaba tensa, esperando algún frenesí tabú abierto, con la mano agarrando el picaporte de la puerta. Había pensado en quedarse en el camarote con su padre. Ya se había pasado semanas enteras encerrada en la cama, en plena borrachera de Netflix, y tenía que haber algo en ese televisor de pantalla plana... aunque, a decir verdad, estaban demasiado nerviosos para comprobarlo, por si cada canal resultaba ser un bucle 24/7 de porno morboso. Pero, tumbada en la cama a una distancia generosa de su padre, esperando a que llegara el sueño, se dio cuenta de que tenía curiosidad. ¿Cómo podían estas chicas jóvenes follarse a sus padres? Y Lisbeth... esto tenía que significar que la famosísima Lisbeth... Era una locura. La hizo sentirse loca. Así que respiró hondo, se vistió con el atuendo menos sexy que encontró (una camiseta holgada y unos pantalones cortos de Franco) y salió en busca de la única persona que conocía: Susana. Katherine se asomó a la cubierta con la esperanza de que Susana hiciera honor a su atuendo de piscina del día anterior, y sintió una oleada de alivio cuando vio a una rubia conocida sentada en una tumbona, chupando una pajita que sobresalía de un coco. Susana la vio enseguida y levantó una mano para saludarla. —¡Eh, eh!—, dijo. Me alegro de volver a verte. —Lo mismo—, respondió Katherine. Intentó que no se le notara el nerviosismo. ¿No estas con tu padre? —Na, está noqueado. Lo desperté escabulléndome bajo las sábanas y chupándole la polla—. Susana se palmeó el estómago. —Desayuno proteínico, y tengo la mañana para mí en vez de tener sus dedos en mí. Katherine sintió que la sangre se le subía a la cara. Apenas era así de franca con sus mejores amigas. Susana la vio vacilar y sonrió. —¿Por qué quieres saberlo? ¿Crees que es guapo? No soy como algunas de las chicas de aquí, no me importa compartir. —¡No!— Katherine casi gritó. —No, gracias. En realidad... —Eres ese tipo de chica. Todo está bien, hay diferentes tipos. Es sólo que no puedo imaginarme follando sólo con mi padre... —Yo no me follo a mi padre—, dijo, con urgencia, aunque en voz baja, como si admitir eso fuera lo tabú. Susana enarca una ceja. —Entonces, ¿por qué estás aquí?. Según le iba explicando Katherine, las cejas de Susana seguían subiendo por su frente hasta que parecía que iban a desaparecer en el nacimiento del pelo. Explicar la situación en voz alta hacía que sonara más loca que nunca, pero también la hacía tranquilizadoramente real. Franco y ella no estaban atrapados en una psicosis colectiva. —Vaya—, dijo Susana. —¿Y tu padre trabaja para Alberto Orosco, que le dio las entradas? Quiero decir, Alberto definitivamente sabe lo que este lugar se trata. No creo que él creara la idea del crucero, pero está muy arriba en la cadena. —Entonces, Lisbeth... —Oh, está toda obsesionada con este asunto . Tu padre no podrá hablar con Alberto por un par de días al menos. —Pero necesitamos saber por qué... —Quiero decir, lo entiendo. Simplemente no salen de su habitación por un tiempo. Supongo que no tienen mucha privacidad o él tiene una esposa que no entiende o algo así, porque él está hasta las pelotas en ella durante una semana seguida, casi. No sé cómo no le ha metido un bebé todavía. Katherine se sonrojó tanto que pensó que se desmayaría. Susana debía de disfrutar mortificándola así, pero al mismo tiempo... al menos no se andaba con rodeos. En un viaje surrealista como éste, prefería a alguien que fuera franco. —Creo que necesitas un trago—, sonrió Susana. Hizo un gesto a la mujer de la barra, que inmediatamente empezó a preparar una segunda ración de lo que Susana tuviera en el coco. —¿Cómo encuentran gente para trabajar aquí? —El dinero puede mucho querida. ¿Y sinceramente? Muchos padres e hijas se pluriemplean por un poco de dinero, aunque no lo necesiten. Encontrarás a mi padre atendiendo uno de los bares la mayoría de las noches—. Se encogió de hombros. Simplemente le gusta hacerlo. La empleada salió con un segundo coco en una bandeja, que llevó a las chicas. —Gracias, Sandra—, dijo Susana. —¿Es una de esas hijas que mencionaste?— preguntó Katherine. —Sí. Conozco a la mayoría de los habituales. Llevo viniendo como cinco años. —Vaya. Katherine dio un sorbo a su bebida cuando Susana asintió. El hecho de que aquellos desenfrenados acontecimientos tuvieran lugar mientras ella estaba ahí fuera, viviendo su vida, la mareaba un poco... o tal vez fuera el cóctel. Era azucarado, con sabor a coco y muy, muy fuerte. Bebió un poco más. Susana la observaba, con los labios curvados en una sonrisa felina. Ella llevaba cinco años haciendo esto. Pero tenia unos veinte años. ¿Cómo...? —Quieres saber cómo empezó—, dijo Susana con indisimulado regocijo. Al cabo de un rato, Katherine asintió. Fue apenas perceptible, sólo un movimiento de la cabeza, pero fue un asentimiento. Susana se estiró, mostrando toda su piel dorada y bronceada. La braguita del bikini le colgó brevemente hasta los huesos de la cadera cuando arqueó la espalda, proyectando una sombra que invitaba a cualquiera que la viera a explorar lo que se escondía debajo. Katherine desvió la mirada hacia sus propios pies. —Bueno, supongo que realmente empezó con el incendio.
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