Katherine ya estaba harta. Un minuto sentada en hileras de sillas plegables entre la multitud ansiosa de hijas risueñas y padres cariñosos, y ya quería irse.
Entornó una ceja hacia su padre. No somos para nada así.
—¿Puedes al menos darle una oportunidad a esto? suspiró Franco. Katherine se dio cuenta de que estaba nervioso, por la forma en que rizaba los bordes de las tarjetas de embarque con sus gruesos dedos. Son unas vacaciones gratis. Aunque las actividades sean pésimas y algo tontas, pasarás una semana bebiendo agua de coco en una terraza.
—Deberías haber traído a tu novia.
—Sí, bueno, no creo que a mi jefe le gustara que trajera a mi novia a un retiro familiar—. Pasaron unos segundos y habló con renovada convicción: —Yo no te obligué a venir.
—Son unas vacaciones gratis. Como dijiste. No iba a decir que no.
Como Franco trabajaba en el mundo del espectáculo, había cosechado parte de sus beneficios con entradas para conciertos, encuentros y saludos, mercancías exclusivas... ¿pero un viaje con todos los gastos pagados en un transatlántico de lujo? Eso era nuevo.
No es que su padre fuera un "pez gordo", ya sabes, esas personas "importantes" solo por tener dinero. No destacaba entre los guionistas de su trabajo. Al principio de su carrera había conseguido algunos éxitos que le valieron un cómodo contrato con STARS, la agencia de talentos más importante del país, pero el pozo de la inspiración se secó con la muerte de su mujer hace casi una década. Pagaba las facturas, sufragaba todos los gastos de Katherine, tenía suficiente para darse un capricho, pero no había motivo para que Alberto, su jefe, le hiciera un regalo así.
—Casi pensé que tu jefe se retractaría en el último minuto, ¿sabes? No parecía real hasta que llegamos aquí.
—Él también estará en el viaje—. Franco examinó la zona de embarque por décima vez en otros tantos minutos. —No le veo, pero incluso me mandó un mensaje para asegurarse de que venía.
—¿Crees que lo ha arreglado para liberarte de tu contrato de una forma "agradable"?.
Vio el pequeño respingo en sus facciones, el dolor en sus ojos azules, y el sentimiento de culpa se abatió sobre ella como una ola particularmente desagradable. Se habían distanciado desde que Katherine empezó la universidad el año pasado, cuando Franco volvió a lanzarse al mundillo de las citas, y él estaba acostumbrado a sus comentarios sarcásticos. Pero su trabajo era la única constante en su vida. Fue un golpe bajo.
Antes de que se le ocurriera disculparse, sonó un tintineo en el atrio y padrastro e hijastra se dirigieron hacia la pasarela de cristal con la seguridad de quienes ya han pasado por este proceso cientos de veces. Franco tomó su bolso con una mano, el de Katherine con la otra, e hizo un gesto con la barbilla hacia las puertas, alejándose sin esperarla.
Cuando lo alcanzó, Franco estaba mirando al principio de la cola. Al final de su mirada estaba su jefe, Alberto, registrando nada menos que a Lisbeth. Con sólo veinte años, unos cuantos más que Katherine, había sido durante mucho tiempo la estrella de STARS, desde su debut en comedias familiares hasta una carrera musical aclamada por la crítica y un explosivo papel en un largometraje que hizo que todos los tabloides se deshicieran en elogios ante una atrevida escena de desnudo. Era el tipo de chica que Katherine solía odiar, pero saber que Franco trabajaba para Alberto le hacía sentir que, en cierto modo, se parecían. Sólo las hijas de los peones de la industria del entretenimiento.
Quizá se hicieran amigas. Katherine podría acercarse a ella en el buffet del desayuno y entablar conversación. Las chicas de la universidad se quedarían boquiabiertas al verla volver de un estúpido crucero familiar con el contacto de la estrella juvenil Lisbeth.
Bueno. Ya habría tiempo para eso. Ahora mismo, sólo lo estaba planteando.
Katherine se había imaginado los gigantescos cruceros de las películas, que abarcaban manzanas enteras, pero este barco tenía un tamaño más razonable. Era demasiado grande para sus escasos cientos de pasajeros, pero no de un modo que lo hiciera parecer vacío, sobre todo por la exuberante decoración y las instalaciones de última generación. Parecía sacado directamente de las páginas de alguna glamurosa revista de estilo de vida. El folleto que recogió cuando embarcaron incluía un horario y un mapa en el que aparecía de todo, desde un gimnasio hasta una pequeña sala de cine y un sinfín de conferencias y clases. A pesar de sí misma, mientras seguía a su padre por los elegantes pasillos hasta su camarote, sintió que su entusiasmo empezaba a crecer.
Hasta que ella entró en la habitación.
El lugar era lujoso, varios peldaños por encima de cualquier hotel en el que se hubiera alojado, con auténticos paneles de madera oscura, un amplio cuarto de baño con jacuzzi y una cama enorme que parecía una nube.
Ese era el problema. La cama, en singular.
—¿Que tan rápido puedes llamar a recepción?—, dijo Katherine, dejándose caer pesadamente sobre el borde del colchón. Rebotó hasta casi ponerse de pie. —O lo que sea que tengan en este lugar.
El disgusto se dibujó en las facciones de Franco. Ella sabía que él odiaba causar alboroto... pero a la mierda con eso. —La cama es enorme, Katherine, no te quejes por todo.
Katherine le miró fijamente. Con dureza. Así que soltó un largo suspiro y se dirigió al teléfono que había cerca de la televisión de pantalla plana.
—No tiene sentido deshacer las maletas si nos van a trasladar—. Katherine volvió a rebotar en la cama y aprovechó el impulso para levantarse, acortando la distancia que la separaba de la puerta del camarote mientras Franco marcaba.
—Voy a explorar. Mándame un mensaje cuando todo esté arreglado, ¿vale?.
Justo antes de que cerrara la puerta, le oyó gruñir y se marchó con el folleto en la mano para saber más sobre su "hogar" durante la semana siguiente.
De camino a la cubierta, Katherine pasó por delante de varias puertas de camarote entreabiertas, a través de las cuales vislumbró a chicas emocionadísimas que charlaban con sus padres sobre las vistas, el servicio de habitaciones o la gran fiesta de fin de viaje. Tardó un segundo en darse cuenta de lo que pasaba: todas las chicas que había visto eran increíblemente atractivas. Las chicas tenían la piel tersa, eran jóvenes y rebosaban vigor. Los hombres se mantenían en forma, vestían bien y se enorgullecían de no dejarse vencer por la edad.
En privado, Katherine pensaba que ella tampoco se quedaba atrás, y siempre había creído que Franco estaba un peldaño por encima de los padres de sus amigas, que parecían tomarse la mediana edad como una excusa para dejar de preocuparse por su aspecto. Tenía que ser una coincidencia, pero no dejaba de ser halagador. Sacó el teléfono del bolsillo para enviar un mensaje de texto a una amiga sobre su descubrimiento y abrió la puerta de la zona de la piscina exterior con un movimiento de cadera bien colocado.
El olor del mar la golpeó.
La piscina, de un azul brillante, estaba encastrada en un hueco de la cubierta, rodeada de tumbonas libres. Unas escaleras conducían a una zona superior con un mirador, donde grupos de chicas y parejas de padres e hijas contemplaban la partida del barco. En ese momento, Katherine sintió el profundo temblor que sacudía el barco cuando se puso en marcha, para deleite de la multitud. El barco era lo bastante grande como para navegar sin balancearse, pero Katherine aún no se había ganado las piernas marineras y se aseguró de agarrarse a las barandillas cuando subió con cuidado a la cubierta de observación.
Las vistas eran realmente especiales. Incluso la impresionante infraestructura del puerto parecía pequeña, cada vez más parecida a un juguete cuanto más se alejaban, hacia la extensión del océano abierto. Sin embargo, Katherine no se hallaba en el momento. Sus mensajes de texto no se enviaban y se percató de la ausencia total de señal o WiFi, lo que no podía ser cierto en un viaje de tan alto nivel. Suspiró, frustrada, y se dirigió a la configuración del teléfono.
—No pillarás conexión.
Katherine miró hacia la fuente de la voz. Una chica preciosa estaba sentada en una mesa cercana y sonreía a Katherine con un brillo diabólico en los ojos. Parecía tener más o menos la misma edad y, a juzgar por el bikini blanco que asomaba por su camiseta de tirantes y el endeble pareo que le rodeaba las caderas, no tardaría en dirigirse a la piscina.
—¿Cuándo tendremos señal?.
—Nunca. No hay internet ni cobertura en todo el viaje.
—¿Qué? ¿Es una de esas normas de mierda de "nada de pantallas"? Como "los niños de hoy en día" y esas cosas?
—¿Has visto cuántos padres hay?—, rio la chica. No, creo que es por todos los grandes nombres que vienen a este crucero. Hay una prohibición general para que puedan relajarse sin que se registre en directo cada uno de sus movimientos.
Katherine pensó en Lisbeth y aceptó a regañadientes que tenía sentido. Probablemente habría intentado publicar una o dos "stories" en i********: con la cantante.
—¿Primera vez en el crucero?— Sonrió. —No hace falta que respondas. Conozco a todo el mundo, Susana.
—Katherine—. Se giró para apoyarse en la alta barrera que la protegía de precipitarse a las olas. —Nunca he estado en ningún tipo de crucero.
—Hay barcos mucho más grandes que tienen todo tipo de cosas raras. Muros de escalada, juegos recreativos, de todo. Esta es probablemente una buena manera de empezar. No estarás abrumada, pero hay mucho que hacer.
—Vi...— miró rápidamente a su alrededor, como si estuviera haciendo algo vagamente conspirativo, —vi a Lisbeth embarcando, hace un rato.
—Sí, ella y su padre vienen todos los años. Creo que incluso podrían hacer algún viaje privado de invierno, donde sólo vengan los "peces gordos" mas importantes. No para nosotros—, dijo Susana, alegre.
—No parezco uno de esas personas con dinero, eh.
—No creo que los peces gordos se muestren tan respetuosos con otros ricos y famosos—. Se encogió de hombros.
Algunas personas empezaron a dirigirse a la piscina, otras entraron para descansar o estirar las piernas. Katherine no mentía: tenía muy buen aspecto y, por las marcas que lucían algunos de los pasajeros, se daba cuenta de que el nivel de ingresos era bastante alto. Pero...
—Hey, uh, dijiste que hay barcos más grande y mejores que este, ¿verdad? ¿Entonces por qué gente como Lisbeth viene a este viaje?.
—Unas instalaciones más pequeñas podrían significar un perfil más bajo, más privacidad, sobre todo si se trataba principalmente de gente de STARS, pero sin duda gana lo suficiente como para alquilar varias veces los barcos más grandes del mundo. Podía llevarse a sus amigos de verdad y pasar un año con un grupo de diez en un transatlántico con espacio suficiente para cinco mil.
Susana sonrió y tocó la cadera de Katherine. —Ya sabes por qué.
Katherine frunció el ceño. ¿Ah?
—Navegamos en mar abierto, no hace falta que seas tímida—. rio Susana. Antes de que Katherine pudiera responder, respiró hondo y echó la cabeza hacia atrás, gritando ¡Libertad! al cielo.
Un hombre alto y robusto se dirigió hacia ellas desde las escaleras, esbozando una media sonrisa afectuosa. Sin duda era el padrastro de Susana. Ella gimió, cariñosa.
—Ya sabes, ¡libertad! como la película —Corazón valiente.
—Supongo que debería saberlo.
—Deberías—. Puso los ojos en blanco hacia Katherine. —Es productor de cine.
—Uno de los mejores—, dijo con una sonrisa socarrona, mientras tiraba del nudo que sujetaba el pareo de Susana, dejando al descubierto la braguita del bikini, y frotaba despreocupadamente con las yemas de los dedos el montículo del coño de su hija.
Los ojos de Katherine se volvieron del tamaño de platos. Los hechos eran irrefutables: El hombre mayor estaba frotando descarada y abiertamente el clítoris de Susana. Debía de ser capaz de sentirlo a través de la fina tela del bañador; a juzgar por la expresión de la cara de Susana, tendría el clítoris hecho una piedrecita dura y caliente ansiosa por ser tocada. Los ojos entrecerrados, mordiéndose el labio, las piernas abriéndose automáticamente para facilitar el acceso.
Sus ojos se encontraron con los de Katherine. Ese brillo perverso.
—Tengo que irme—, soltó Katherine. —A mi habitación. Mi padre... tenemos que deshacer las maletas.
El padre de Susana estampó un cariñoso beso en lo alto de la mejilla de su hija, el mismo tipo de beso que daría cualquier padre, y su mano abandonó el coño de Susana para agarrar la de Katherine en un corto y firme apretón de manos.
—Soy Gill.— Katherine era muy consciente del calor de sus dedos. Habían estado complaciendo a su propio hija no hacía ni un segundo. Me resultas familiar. ¿Tu padre trabaja para Alberto Orosco?.
—Sí—, dijo Katherine, demasiado sorprendida para resistirse. Franco es mi padre.
A Gill se le iluminó la cara. —Vi su piloto hace un par de años. Si lo veo por ahí, hablaremos. Díselo, ¿vale, cariño?.
Con un movimiento de cabeza, Katherine corrió hacia las puertas, oyendo débilmente a Susana regañar a Gill por trabajar en vacaciones.
El barco no se escoraba, pero ella seguía mareada. Su mente reproducía las mismas imágenes en bucle: la mano de Gill sobre el montículo de su hija, amasando suavemente su coño. Tenía que haber un error. No eran padre e hija, no podían serlo...
Pero ella le había llamado "papá". No "papi", nada que Katherine pudiera pasar por una de esas parejas con juegos de roles. Buscó el folleto doblado que llevaba en el bolsillo, por si acaso, pero el texto hablaba largo y tendido de las virtudes de este crucero padre-hija.
Saque todo el potencial de su vínculo... talleres y conferencias para colmar las expectativas de cada uno... una semana de amor y sin juicios...
Una puerta que se abre y una risita. Katherine levantó la vista del folleto y vio a un apuesto hombre de mediana edad en la puerta de un camarote, agarrado al asa de una maleta rodante, con expresión tímida.
—Siento llegar tarde. Prometo que no tendré muchas reuniones durante...
Antes de que pudiera terminar, dos chicas con cuerpos perfectos en ropa interior de encaje escasa salieron corriendo y pusieron su espalda contra la pared, haciendo un trabajo rápido de su camisa abotonada.
¿Las dos chicas también eran sus hijas? Había una lujuria inconfundible en cada movimiento, en cada estremecimiento, en cada sacudida. Justo cuando se abrió el último botón de la camisa, el hombre bajó las dos manos y agarró el curvo trasero de la chica. Ella gimió, se apretó contra él, y cuando quedó claro que iba a besarla, Katherine se apresuró a pasar junto a ellos, a escapar de aquel lugar enfermizo...
Cuando dobló la esquina y miró por un pasillo sin salida, vio a un hombre trajeado, de cara a la pared, tapando casi por completo a la chica que tenía inmovilizada contra la superficie plana.
Katherine vio cómo unos brazos delgados le rodeaban la nuca, cómo unas piernas tonificadas y desnudas se enganchaban a sus muslos. Él se retorcía como las olas que llevan el barco, tocándola lo mejor que podía mientras la sostenía para que sus caderas pudieran moverse una contra la otra, y todo el tiempo, los persistentes sonidos húmedos de labios y lenguas dejaban claro que no dejaban de besarse ni un segundo.
Un padre y su hija, como adolescentes cachondos en su primera cita.
A Katherine le picaban los labios. Una piedra pesaba en el fondo de su estómago.
Obligó a sus piernas a llevarla más lejos, a dejar atrás los sonidos del erotismo incestuoso, pero sentía que ahora resonaban desde todos los ángulos. Hombres y mujeres suspirando, gimiendo, telas crujiendo y piel contra piel.
La puerta.
Cuanto más se acercaba a la puerta de la habitación que había dejado atrás, antes de descubrir esta perversa verdad, más fuertes se hacían esos ruidos. Pero no del interior de la habitación. Venían de la escalera.
Ignóralo. Vuelve adentro.
Pero no pudo. Así que caminó unos pasos con piernas temblorosas y se asomó al hueco de la escalera.
Una chica un poco mayor que ella estaba recostada en los escalones que subían desde el piso de abajo, haciendo todo lo posible por no apartar la vista del hombre que se estaba dando un festín entre sus piernas, echando involuntariamente la cabeza hacia atrás en señal de gozo con un gemido a pleno pulmón. Por encima de sus sonidos de placer y respiraciones jadeantes, Katherine oía los gemidos masculinos del que sólo podía ser el padre de la chica cada vez que rompía el sello de su boca y su coño, tal vez para chuparle el clítoris, para bañarle los labios con la lengua.
El peso de la angustia en el estómago de Katherine se hundió aún más.
Apartándose del espectáculo, corrió hacia la puerta del camarote y giró desesperadamente el picaporte hasta que la puerta se abrió desde dentro, dejando ver a Franco con los ojos muy abiertos.
—¿Qué mierda es este sitio?— ladró Katherine, abriéndose paso a empujones. Agarró una lámpara de la mesa que había debajo del televisor de pantalla plana, arrancó el cable de la pared y se la puso delante como si fuera un arma.
—He intentado llamarte—, dijo su padre.
Habló con los dientes apretados, incandescente, agitando la pesada lámpara que tenía entre las manos. —¿Por qué mierda me has traído aquí?
Franco se estremeció, levantó las manos a la altura del pecho en un gesto de rendición. Nunca... Katherine, no sabía...
—¡Mentira! ¡¿No sabías que nos habías metido en una especie de puto viaje de incesto?!— La palabra le supo a bilis, saliendo de su boca.
—¡Yo no nos reservé nada! Alberto me dio las entradas y un folleto, ¡y eso es todo!
—Y no investigaste antes de decir que sí...
—No había nada en Internet. La única información era la que Alberto me dio. Pensé que era una especie de crucero exclusivo para ricos, sólo con invitación. Y supongo que lo es.
Toda la charla sobre la discreción y la imposibilidad deliberada de contactar con el mundo exterior tenía mucho más sentido. Katherine seguía en guardia, pero su agarre de la lámpara se relajó. Franco suspiró y dejó de mirar el rostro de su hija.
—Pensé que era una invitación por lástima, porque llevo mucho tiempo con STARS. —Pensé... rio, sin humor-, pensé que iban a aprovechar este viaje para despedirme. Esperaba algo malo. Pero no una especie de orgía pagada por psicópatas ricos.
Katherine se dio cuenta de que decía la verdad. Arrojó la lámpara sobre el mullido edredón, donde rebotó en el lujoso colchón. La cama individual, tenía sentido ahora. Aquí no había errores.
—No partimos hace tanto tiempo. ¿Pueden llevarnos de vuelta?
Franco negó con la cabeza. Siete días en el mar. —No van a dar la vuelta por dos personas que se quedaron atrapadas por accidente. Y ya has visto lo turbio que es todo este asunto... si le damos mucha importancia, podrían encontrar la forma de callarnos... Para siempre.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Katherine. No hay peores lugares para deshacerse de un cuerpo que en mar abierto. Se abrazó a sí misma, pasando sus delgados dedos por su piel repentinamente fría. —Tu jefe también está aquí, ¿verdad?
—Sí. Pero no me dice dónde está. Voy a buscarlo para saber por qué me eligió para este "regalo". Se frotó los ojos. —Supongo que todos estos asquerosos estarán ocupados con lo suyo... con las chicas que trajeron.
—Sí. Creo que me quedaré hasta mañana. Esto es, como, mucho.
—Me lo dices a mí— dijo Franco, con una risita. No había más remedio que reírse. Recogió la lámpara de la cama y fue a colocarla en su sitio, mientras hablaba: —Sacaré las almohadas del armario y dormiré en el suelo, tú ponte cómoda.
Papá.
Tras enchufar la lámpara, Franco volvió a encararse con ella. Parecía cansado, con los ojos enrojecidos. Tal vez había llorado cuando descubrió dónde estaban, asustado por lo que ella pensaría... y ella lo había hecho, había sacado la peor conclusión posible. Pero era su padre. Él nunca...
Nunca tendría sexo con ella.
Sin que se lo pidiera, le vino a la mente lo que había visto en las escaleras, bordando detalles que no había visto, basándose en los sonidos de la lengua del hombre lamiendo el dulce coñito de su hija.
Algunos padres se follaban a sus hijas.
Katherine se sacudió físicamente el recuerdo, parpadeó con fuerza para disiparlo por completo y miró a su dulce y bobalicón padre, a quien jamás se le ocurriría corromperla.
—Es una cama grande. Podemos compartirla. No pasa nada.
Franco parecía inquieto. —¿Estás segura, Kathy?
Sonrió. "Kathy". Sólo la llamaba así cuando tenía problemas, hoy en día, o cuando quería engatusarla.
—Estoy segura. Con lo que sabemos ahora, parece un poco estúpido quedarse en un detalle así. La sonrisa se convirtió en mueca. —Y no me gustaría que te lastimaras la espalda, estas viejo.
Franco puso los ojos en blanco, pero su alivio era evidente. Ella confiaba en él. Y realmente lo hacía, pero aún conservaba la timidez de la adolescente, así que sacó del bolso su camisa de dormir y sus pantalones cortos y se dirigió al cuarto de baño para prepararse para ir a la cama.
La ducha caliente parecía un ritual de limpieza. Si cerraba los ojos con fuerza, parpadeaba en otro universo, en una escapada normal de vacaciones. Apretó los párpados hasta que vio dibujos en espiral en la oscuridad y los abrió para encontrarse exactamente en el mismo barco, con las mismas perversiones.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo con facilidad, siguiendo su rutina habitual hasta que deslizó los dedos entre sus piernas.
Donde dudaron.
La chica de las escaleras tenía el éxtasis grabado en cada rasgo. Katherine imaginó sus manos tensas, luchando por agarrarse a la escalera de mármol. La leve insinuación de poderosos músculos bajo la fina camisa abotonada de su padre mientras se retorcía, saboreándola.
Horrorizada, Katherine sintió que su coño palpitaba contra su mano y se apresuró a lavarse con la manguera y salir de la ducha para lavarse los dientes.