Aquél joven médico qué atendía a Don Héctor no le dió muchas esperanzas, él dijo:
—Vas a tener qué comenzar con las quimio y los rayos, te voy a recetar algunos medicamentos, deberás tomar de esas pastillas ocho por día.
Héctor aunque no tenía muchas esperanzas de vivir, se aferró a la fé con más fuerza, tenía él amor tan grande de su hija, qué en aquellos momentos estudiaba en Nueva York.
Una mañana Elizabeth despertó sobresaltada, había tenido una pesadilla, " mi Padre," Inés se levantó asustada.
—Amiga, ¿Qué te sucede?
—Siento qué mi padre no está bien, ahora tengo palpitaciones y un mal presentimiento.
Elizabeth llamó a su padre, se sentía nerviosa.
—Hola padre, ¿Estás bien?
—Hija, temo decirte, qué mi salud no está bien, me han enviado hacerme las quimio terapias.
Elizabeth saludó a su padre, sentía su ausencia, le inundaba él corazón, temia perderlo para siempre, ella lo supo siempre Héctor su padre estaba grave.
Ines su amiga se acercó a ella y la consolo, le dió palabras de alivio.
—Ya no llores amiga, tú padre se pondrá bien, te lo aseguro.
Elizabeth se aferró a la fé.