Malos Hábitos

3050 Words
Anthony conducía su automóvil deportivo (Audi R8) en la carretera con escasa lluvia, al escuchar esa canción en la radio que iba a volumen moderado, recordó el día que Ivana (una exnovia) había estado con él en una de las habitaciones de las Suites más lujosas del hotel con vista al mar en el Caribe, en una de las ciudades paradisiacas y llenas de encanto natural como Puerto Rico, todo gracias a unos negocios que él había consolidado años antes con aquel hotel, pues habían adquirido una de las propiedades que él tenía allí. Esa noche Ivana estaba semidesnuda en sus brazos después de haberse amado los dos con locura, el calor de aquel lugar los tenía sofocados a pesar del aire acondicionado de la habitación. —Es increíble que aún no te decidas a mucho. Eres estable en tus negocios, en tu vida como emprendedor con el dinero, pero le temes al amor y al compromiso con una mujer. ¿Suena ridículo no lo crees? Anthony se puso de pie, desacomodándola de sus brazos. Se colocó una bata de baño de inmediato. —No le temo al compromiso, le temo a darle lo mejor de mí a la mujer equivocada. No lo hago por mí, sino por la infortunada que tomaría por esposa. Muchas mujeres no se dan cuenta que el cortejo de pedir su mano en matrimonio es complicado porque ni ellas saben lo que están entregando… Ivana que era una mujer preciosa, rubia, de tez clara, hermosa figura de piernas largas, estaba acostumbrada a tener a los hombres más poderosos a su lado, una de las socias mayoritarias en una de las más reconocidas franquicias de cosméticos, siete años menor que Anthony. —¿De qué hablas? — Se recostó sobre las almohadas viéndolo ceñuda. —Que una mujer entrega demasiado, tanto que es ridículo que el Amor sea lo único que compense tal estupidez. Los hombres exigimos demasiado, pero rara vez una mujer lo nota, en especial las pobrecillas que se enamoran… Ivana tenía dos años de conocer a Anthony, le parecía el hombre más idóneo para ser su esposo, había aprendido a quererlo a pesar de esa manera suya de no creer en el amor. Siempre lo disfrutaba manteniendo en ella la seguridad vana que un día le diría que se casaran. Anthony era muy popular por ser quisquilloso, y al momento de tomar una relación estable con alguien jamás se lo tomaba en serio. Ella creía que tenía lo necesario para que él cambiara de opinión, sabía que ningún hombre se resiste al calor que ofrece una mujer. —Todos exigimos al momento de querer tomar a una persona para algo formal— Agregó ella fiada de sí misma al imponer su opinión. Anthony ensanchó su sonrisa. —Tal vez. Pero los hombres pedimos mucho a cambio. Cualquier hombre quiere a una mujer hermosa, que sea digna, atenta, fiel, amable, buena amante, buena compañera, que sepa expresarse, que sepa cocinar, que sea responsable, divertida, cariñosa, pero principalmente que sea manipulable, sin derecho a tener sus propias convicciones, pues ningún hombre desea a una mujer con todo esto si a cambio debes dejarla hacer lo que quiere cuando quiere. Si te das cuenta, pedimos demasiado, deseamos la libertad de esa mujer a nuestra disposición. ¿Qué lo compensa todo para una mujer? El ridículo amor. Todos hemos nacido cojos, Ivana, tenemos el mal de anhelar siempre lo que no podemos dar. Por eso es el hombre quien pide la mano de la mujer, porque es la verdad, al entregar esa mano, ella lo entrega todo para disposición de un hombre que no sabe si va a cumplir esa petición. Por eso, yo lo pongo más fácil, no soy de nadie y nadie es para mí. Todo libre de contratos ridículos, al final la gran mayoría de las especies nacen con el instinto de ser promiscuos. Yo lo hago fácil, divertido y sensual… Ivana estaba boquiabierta escuchándolo, sin creer lo que oía de su boca. De verdad que Anthony parecía ser una persona sin corazón. —No pareces un ser humano normal, toda persona sobre la tierra sabe que el amor lo hace creyente pues hasta el más inteligente científico desea el amor, sin importar si cree en la deidad o la filosofía. Hasta un ateo sueña con tener una familia y amar, aunque sus creencias sean vacías, porque el amor también es etéreo e invisible. —¡Ay Ivana! Somos humanos, esa es la causa. Creer o no creer no cambia las necesidades en el ser humano— Respondió Anthony muy seguro de hacerle ver la realidad. Ivana lo vio asomarse al otro lado de la habitación, y escuchó que se estaba dando una ducha, su corazón se hizo un nudo y comprendió que ese hombre no sería su esposo jamás. Se puso de pie y prefirió vestirse. Anthony al salir de la ducha, lo supuso. No era la primera mujer que salía huyendo cuando lo oía hablar tal como él pensaba. —Me tengo que ir, hasta pronto Anthony… —Cuídate Ivana, pero te sugiero que si deseas encontrar a un hombre que en verdad te de lo que mereces no vuelvas a mí. Excepto que quieras seguir jugando conmigo a que nos queremos, sabes que puedo dar amor de otra manera. Pudo ver cómo la desilusión se asomaba a la mirada de la hermosa amante que había tenido por casi dos años, se dio la vuelta sin mencionar nada. Al estar solo en la habitación encendió la estéreo y sonó aquella canción que lo hizo volver a sentirse sentado sobre el asiento de cuero de su automóvil deportivo. Iba a velocidad moderada de regreso al pueblo, había tenido una reunión importante con sus socios. Ivana se había casado con un magnate petrolero hacía unos meses, pero siempre lo buscaba, Anthony era quien se negaba a salir con ella. A pesar de ser así, frío y desinteresado con el amor, respetaba el compromiso de otros que si creían en eso. Para él un acuerdo lo cambiaba todo incluso las reglas de un juego o una aventura. Sus malos hábitos lo hicieron insensible por mucho. Lo cierto es que para Anthony esa mujer ideal era un cuento, él solamente sabía y conocía de placeres sin compromiso y tener una buena vida. Un magnate acostumbrado a hacer lo que quisiera cuando quisiera. Ya había anochecido, y ya se estaba acercando al pueblo, había preferido llegar de noche para que sus vecinos no notarán el vehículo que llevaba. Estacionó el automóvil en la cochera, y su teléfono sonó. Observó en el indicador, una de sus conquistas más bellas, una modelo de lencería muy famosa. Una que siempre lo buscaba, él tenía buena reputación de ser un buen amante. —Hola, Amanda… Amanda, una de esas mujeres que siempre estaban al pendiente de Anthony, ya que de él recibían buenos regalos, días de lujos y noches de éxtasis en las mejores y más caras suites de los hoteles donde sólo las personas con mucho dinero y poder pueden. Algo irresistible para aquellas mujeres que les gusta probar el poder y la fama en brazos de lo que promete el dinero. —Anthony… ¡Cuánto tiempo de no saber de ti! Te he extrañado bebé. Hoy sé que es una noche perfecta para ir al casino, porque no vamos y ya sabes, podríamos hacer lo que te gusta en el jaccuzzi. Anthony rió. —Amanda suena bien, pero lamentablemente no estoy en la ciudad quizá otro día. Me gustaría verte en un diminuto traje de baño en la playa, prometo llamarte pronto. ¿De acuerdo? Escuchó su risa melodiosa en la bocina. —Me parece. Porque no me dices donde estás, en que suite, yo llego bebé. —No, Amanda, estoy muy lejos. Pronto nos veremos y te recompensaré como tú ya sabes. Cuídate. Ni siquiera le dio oportunidad para despedirse de él. Colgó la llamada, algo de muy mala educación pues quien lo había llamado era ella. Sacó su maletín del automóvil, y subió a su alcoba. Anthony siempre se regocijaba en la pasión, pero nunca se tomaba algo serio con ninguna mujer. —Ed ¿Dónde estás? —Aquí—Contestó la voz de su amigo inseparable. —No sé qué me está pasando, pero no tengo el deseo de amanecer enredado en las piernas de una mujer que ama mi posición social y mi dinero… La voz de Ed retumbó en una carcajada. —No, de hecho, siempre son más de una. Anthony sonrió. —Creo que siempre le tuve miedo a estar solo, a una infidelidad o ser el juguete de alguien, pero la verdad es que siempre lo he sido y lo he estado. A veces pienso que si no tuviera el dinero que tengo, nada de esos malos hábitos que tengo serían posibles… Ed tomó forma humana y sentó sobre la cama. —Siempre te lo dije. Esa vida llena de exuberantes deseos y malos hábitos no compensan lo que el corazón anhela. Tu no sólo quieres ser amado, también deseas amar, pero no vanamente o por un rato. Ahora puedo ver que necesitas sentir estabilidad en una mujer que te haga ser tú mismo en verdad. Anthony tras esa máscara se esconde un hombre tierno que anhela tener una familia y ser padre algún día. Anthony se sentó en la cama al lado de su amigo. Respiró profundamente. —¿Quién lo diría? Ahora quiero saber que significa el amor. Es estúpido. Ed rió. —No, no lo es. Es el deseo de cualquier ser humano. Anthony inclinó la cabeza. —Sabes puedo tener todo lo que quiera menos eso, eso es algo que no puedo mandar a pedir, o comprar. —Lo que en verdad vale, no se adquiere como un servicio o un objeto. Alzó la cabeza observando a su amigo. —Quiero dejar de lado por un tiempo lo que fui, hablé con Antoine y le dije que de ahora en adelante debe mandarme todo por vía electrónica, ya sabes, en correos y escaneo de imágenes y toda esa mie.... —Tony debes dejar esa mala costumbre de decir malas palabras cuando te expresas… —Lo siento, es otro de mis malos hábitos. En fin, quiero apartarme un tiempo de todo, y ser una persona convencional lejos de todo aquello que me impulsa a seguir llevando una vida muy vacía, ya a esta edad todo cambia. Mi vida se esfuma cada día en los quehaceres soy esclavo de mi propio trono. —Ya, deja de auto compadecerte, eso sí es estúpido. Anthony respiró profundamente, aunque todo fuera bien se sentía mal muy dentro de sí. —Iré a fuera me hará bien sentir el aire fresco y no tan contaminado. Ed rió. Anthony se puso de pie yendo hacia la terraza, habían pasado ya varios días que se levantaba a la misma hora para poder volver a ver a aquella jovencita de la sudadera azul. Su deseo había quedado frustrado pues no la había vuelto a ver. Se recostó sobre el barandal, observaba hacia el inmenso cielo que a pesar de ser el mismo que el contemplaba en la ostentosidad, ahora tenía más brillo sin todas esas luces de la ciudad. El viento soplaba y el aire fresco llenaba sus pulmones. Cerró los ojos disfrutando de esa calma que brinda la naturaleza. Al abrir los ojos observó a una jovencita ir a paso lento, abrazaba unos libros y llevaba una mochila a los hombros. Su corazón dio un salto al verla. ¿Cómo una niña como esa le llamaba tanto la atención? Había sido siempre un hombre excelente conquistando, pero esa niña lo ponía nervioso. —Sí, es ella, parece triste— Expresó Ed a su lado. —¿Porqué? ¿Qué le ocurrió? Hasta él mismo se sorprendió al oírse hablar. ¿Preocupado por una desconocida? —Porque mejor no vas y se lo preguntas. Anthony le echó una mirada envenenada a Ed. —Ve, sé que le hará bien conversar con alguien que sí pueda escucharla, y tú tienes demasiado tiempo sin hacer nada más que preocuparte por ti mismo. Ve. —Pero… ¿Qué le digo? No quería sentirse rechazado por ella. —Anthony, eres un empresario acostumbrado a hablar con mucha gente, que no sabes que toda conversación comienza con un hola. Anthony tenía la intención de ir, sabía muy dentro de sí que debía intentarlo. Toda aquella experiencia se volvía en su contra, por un momento sólo quería ser un buen hombre y tener la oportunidad de conocerla. —De acuerdo, iré, pero si se espanta será tu culpa, no estoy acostumbrado a esto. Anthony salió a toda prisa, pero no la vio. Se sintió un poco desilusionado por lo que prefirió caminar en el hermoso parque, iba pensando en qué le diría y cómo se lo diría, cuando observó en el suelo una hoja. La recogió del suelo, parecía ser un poema, Anthony leyó aquellas letras: Pienso en tu corazón, imaginó tu aroma, intuyó tu razón, sé de tu calma, contemplo en mi soledad tu calor, presiento tu amor. Tus manos firmes, tu mirada fija, tu bello caminar, tu sonrisa, tu manera al mirar y al hablar, tu dulce y cálida voz. Tu piel mi encanto, tus labios mi ilusión, no es difícil imaginar cómo eres, sino saber dónde estás y quien eres. Si no te he de encontrar en algún lugar, nunca te dejaré de soñar… Anthony creía que la poesía era una cursilería tonta, para quienes se dejaban llevar por la estupidez de un sentimiento abstracto, pero esas letras lo habían dejado ensimismado. De pronto escuchó una voz, un tono dulce… —Hola, disculpe, esa hoja es mía. —Lo siento estaba aquí… Anthony alzó la vista hacia dónde provenía aquella voz suave. Se quedó enmudecido cuando vio a aquella chica que tanto había deseado ver ante él. Todas aquellas palabras que había ensayado en su mente quedaron paralizadas. Ella sonreía, Anthony sintió que por un instante el mundo entero había dejado de girar; el tiempo se había detenido, le parecía la criatura más bella que jamás vista, sin cirugías, ni toneladas de maquillaje, esa luz, dulzura y bondad en esa mirada que tan sólo una vez pudo apreciar, en los ojos de su madre. Lo observaba con esa amplia amistad sin mostrar interés ante su posición, su apellido menos en sus bienes. —Hola, me llamo Anthony… Supo después de decir esa frase que jamás se había sentido tan estúpido como hasta ese momento. —Hola Anthony. Anthony intentó fingir su sorpresa y le entregó la hoja. —Gracias, soy Danielle. Anthony sonrió. —Es su novio alguien muy bueno al escribir… Danielle sonrió tímidamente y sintió que sus mejillas se habían encendido. Anthony lo notó y le pareció adorable. —De hecho, fui yo quien lo hizo. Anthony podía sentirse tan nervioso, tanto que ni él podía creerlo. —Entonces, es muy buena en eso. —¿Le gusta de verdad? Lo escribí cuando tenía catorce o quince años. —Sí, me gustó. Nunca antes había leído algo parecido, Danielle. ¡Me impactó! Quiso agregar, nunca habría creído que un escrito estuviera tan profundamente lleno de sentimiento. —Enormes gracias, eso lo convierte en el primero. He vivido desde siempre por aquí, pero su rostro no me es conocido. ¿Es de por aquí? Anthony lo negó con la cabeza. —No, de hecho, hace poco que me mudé. —Ah, entonces creo que he escuchado algunos rumores. —¿Rumores? Por primera vez le preocupó de verdad su reputación. —Sí, dicen que es un tipo serio, que se encierra en su hogar y que no entabla conversación con nadie. Algunos piensan que quizá es un vampiro. Anthony rió a carcajadas, más aliviado. —Suena divertido. ¿Usted lo cree? —Bueno, sería muy interesante que lo fuera, siempre y cuando no me muerda. Anthony no paraba de reír. —No, lo siento. Me gusta la tranquilidad y poder ver la vegetación por doquier. Los dos dieron un vistazo a su alrededor. Pero Danielle, se había sentido muy atraída hacia él, le parecía un tipo interesante y amable. Sabía que era un poco mayor que ella, le encantó el tono de su piel bronceado, su cabello oscuro y esos ojos castaños. Un tipo atractivo, en resumidas cuentas, uno de esos que parecen ser dueños de mucho sólo con la manera en que sonríen o se paran. Fue ilógico para ella no creer que fuera un hombre casado. —Supongo que su esposa lo ha de estar esperando, gracias por atraparla. Danielle prefirió no fantasear con ese tipo que le había encantado, su corazón brincaba en su pecho como nunca antes al tenerlo tan cerca. Además, era improbable que él se fijara en alguien tan joven. Los rumores decían que ese hombre venía de la ciudad, que por lo general estaba solo, que rara vez salía de su casa. Parecía más ese típico hombre que infunde ese temor de que sea un narcotraficante o un asesino serial. Hasta ella rió al contemplar sus absurdas ideas. —No, no. Danielle no estoy casado. De hecho, vivo solo. A pesar de no querer demostrarlo sus ojos reflejaron su dicha al oírlo decir eso. —Comprendo. Anthony supuso que lo había visto muy mayor. Pensó que lo mejor era despedirse antes de que sus nervios dijeran algo estúpido y ella saliera huyendo. Aunque Danielle estaba triste porque había discutido con su novio, todo aquel dolor quedó de lado al conversar con Anthony. —Creo que ya es un poco tarde, no le molesta que la acompañe hasta su casa… Danielle sonrió y asintió con la cabeza rogándole a Dios que no fuera un asesino. Ambos iban caminando uno al lado del otro. Los dos deseaban decir mucho, y preguntar mil cosas, pero el miedo y los nervios los dominaron hasta que se alejaron del parque. Ed observaba todo, sabiendo que ni Anthony se escaparía del amor. Sus malos hábitos le pasaban factura y ahora ante una mujer que debía impresionar se comportaba como un niño.
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