CAPÍTULO TRECE
Sofía se detuvo cuando Ruperto le puso la mano encima del hombro, la fuerza con la que la agarraba bastaba para inmovilizarla a pesar de lo que ella pudiera desear. La visión del príncipe probablemente debería hacerle pensar en cuentos de hadas, pues tenía el pelo como el oro y era lo suficientemente guapo para cualquiera de ellos. En cambio, solo hizo que se asustara.
—Lady Sofía —dijo en tono cortés, andando hasta ponerse delante de ella—. Estoy muy contento de pillarla antes de que nos dejara.
Pillarla era la palabra y Sofía podía ver en sus pensamientos que era lo que quería decir bastante al pie de la letra. La veía del mismo modo que podría ver a cierva corriendo delante de sus sabuesos: como algo que se puede cazar por diversión.
—Su alteza —dijo, forzando una son
