CAPÍTULO CUATRO Una y otra vez, Catalina moría. O, por lo menos, “murió”. Armas ilusorias se deslizaban en su carne, manos fantasmales la estrangulaban hasta la inconsciencia. Unas flechas parpadearon hasta la existencia y dispararon a través de ella. Las armas eran solo cosas formadas de humo, llevadas a la existencia por la magia de Siobhan, pero cada una de ellas hacía tanto daño como el que hubiera hecho un arma de verdad. Pero no mataban a Catalina. En su lugar, cada momento de dolor solo traía un ruido de decepción por parte de Siobhan, que observaba desde la banda con lo que parecía ser una combinación de diversión y exasperación por la lentitud con la que Catalina estaba aprendiendo. —Presta atención, Catalina —dijo Siobhan—. ¿Crees que estoy convocando estos fragmentos de sueñ