CAPÍTULO TRES Dejaron a Sofía colgando allí toda la noche, sujeta solo por las cuerdas que habían usado para atarla al poste de castigo. La misma inmovilidad era casi tanta tortura como su castigada espalda, mientras sus extremidades ardían por la falta de movimiento. No podía hacer nada para aliviar el dolor de su paliza, o la pena de que la hubieran dejado allí fuera bajo la lluvia como una especie de aviso para los demás. Entonces Sofía las odiaba, con el tipo de odio por el que siempre reprendía a Catalina por tener demasiado cerca. Quería verlas morir y el desearlo era una especie de dolor también, pues no existía un modo en el que Sofía pudiera estar en posición de hacer que eso sucediera. Ni tan solo podía liberarse a sí misma ahora. Tampoco podía dormir. El dolor y la postura in