Parte 1: Capítulo 2

2226 Words
Ana Ibarra era una mujer proveniente de Argentina que alguna vez soñó con ser bailarina de ballet. A los seis años llegó al Orfanato “Hijos de Dios” por violencia doméstica. El padre, un hombre de cuarenta años, lleno de vicios que llevaba varios años desempleado y no hacía el mayor esfuerzo por sacar adelante a su familia, había matado a golpes a la madre, una joven mujer de apenas veintiséis años a la que hizo su compañera al decirle que con él estaría mejor que en el quebrado hogar donde creció y era víctima de violencia psicológica, física y s****l al haber sido violada dos veces por un tío, hermano de su padre. Desde que Ana tenía memoria, el recuerdo de la violencia no dando tregua a su familia siempre la afectó. Ella recordaba que no hubo noche en la que el padre no llegara borracho o drogado a ese pequeño, sucio y triste apartamento, que con las justas la madre podía pagar el alquiler y abastecer de comida con el lavado de ropa y limpiezas de casas aledañas, y descargar en contra de ella y de su madre toda la ira que traía consigo causada por la perra vida que le tocó vivir y de la cual siempre se quejaba. Cada noche la peor parte se la llevaba la joven madre, cuyo instinto maternal la llevaba a proteger a su pequeña hija. Hubo una noche en la que se le pasaron los golpes al abusivo padre y mató a la joven madre. Ana mantuvo por años grabada en su memoria la imagen del cuerpo sin vida de su madre sobre la cama de la habitación que compartían sus progenitores, con moretones por todas partes, con sangre derramándose de su boca, nariz, oídos y tiñendo de un rojo carmesí las sábanas, con los ojos cerrados por la hinchazón causada por los golpes que desfiguraron el bonito rostro que alguna vez tuvo la madre y que al crecer Ana heredaría. Teniendo en claro lo que acababa de hacer, el ahora asesino decidió acabar con el único testigo de su crimen y huir. Estaba por ahorcar con sus propias manos a una pequeña Ana cuando la policía llegó y evitó que acabe con la vida de la niña. Una vecina que era nueva en el edificio y desconocía que era una costumbre escuchar la nocturna sinfonía de gritos y golpes que se orquestaban en ese pequeño apartamento, llamó a la central de emergencias y dio alerta de lo que ocurría ahí, algo que ningún otro residente del lugar hizo antes porque nadie quería meterse en problemas de pareja, porque cada quien tiene su vida y la vive como quiere y puede. Esa llamada salvó a Ana, pero no a su madre, a quien no volvió a ver más. En el orfanato la niña estuvo bajo el cuidado de Angélica Rossi, la directora del centro de acogida para menores que no tenían a nadie que vele por ellos, y todo su equipo, uno que era muy completo al contar con psicólogas que ayudaban a los niños a dejar en el pasado los traumas vividos antes de llegar al centro o por la sensación de abandono que llega cuando se pierde a los padres a temprana edad. Angélica observaba a diario a Ana, cuyas características físicas le hacían pensar que era adecuada para la danza clásica. La niña era esbelta, con las extremidades largas y delicadas, su andar mostraba que tenía madera para la danza y que con el adecuado entrenamiento podría ser una gran “prima ballerina”. La directora del centro había sido bailarina de ballet en su juventud, de las mejores que había tenido el ballet argentino, pero que no pudo seguir aumentando años de éxitos y experiencia en su carrera porque sufrido un accidente de tránsito, en donde no solo perdió parte de la movilidad de la pierna derecha, sino también al amor de su vida. Tras verse frustrada la profesión artística y recuperarse de la pérdida de aquella persona que ella había determinado como su hogar, Angélica decidió seguir con su vida haciendo realidad su segunda pasión: el trabajo social. Estudió en la universidad y consiguió laborar para el Gobierno hasta llegar a ser la directora de un centro de acogida, como prefería llamarlo antes que orfanato. Por su experiencia sanando gracias a terapias psicológicas era que promovía la ayuda de especialistas de esa rama para sanar las heridas del pasado de los niños, para así sacarlos adelante y que continúen con sus vidas. El soporte profesional lo lograba anexando al dinero que el Gobierno disponía para la institución el que sus padres le dejaron como herencia el día que partieron de este mundo. Angélica había pertenecido a una familia adinerada, productora vinícola de la zona, a la que dejó por hacer realidad su sueño de ayuda social, el cual sus padres apoyaron siempre, hasta después de la muerte. Fue Angélica quien introdujo a Ana en la danza, específicamente en el ballet. La directora le enseñaba a la niña lo que podía, ya que para ser una maestra debió contar con más años de experiencia bailando; pero Ana tenía el don, había nacido con la gracia necesaria, por lo que lo poco que logró compartir con la niña le sirvió para que una escuela de danza de la localidad le brindara una media beca que Ana no desaprovechó porque Angélica apostó por ella y pagó el resto del costo de las mensualidades y la compra de atuendos y zapatillas. El esfuerzo y dedicación que le puso a las clases en esa escuela de provincia dio sus frutos cuando a la edad de catorce años Ana participa en una audición del Ballet Nacional y es seleccionada para que sea entrenada por ellos, ya que se había promovido la descentralización de esta institución para llegar a otras ciudades del país con el objetivo de encontrar nuevos talentos. Para bien o para mal, Ana nunca fue adoptada por una familia, así que Angélica fue como una madre para la desamparada niña. Ella cuidó de la triste y temerosa niña; descubrió y guio a la talentosa adolescente, y animó a la dudosa joven a que deje Mendoza y vaya a Buenos Aires para unirse al elenco del Ballet Nacional, ya que después de cuatro años de formación, ellos la eligieron para que se una al grupo, trabajando con ellos y continuando con su formación en la danza clásica. A la edad de dieciocho años Ana dejó lo que ella consideró que fue su primer hogar -ella reconocía que la vida que tuvo en ese pequeño, sucio y triste apartamento no se podía catalogar como una linda vida familiar, por lo que ese lugar no lo podía nombrar como un hogar, aunque amaba y extrañaba a su madre-, para vivir en la capital, en Buenos Aires. Con miedos y dudas, Ana llegó a la gran ciudad y fue orientada por Edmundo y Sasha, el hermano de Angélica y la esposa rusa de este. Sasha había sido bailarina de ballet, por ello Angélica la conoció y después de presentársela a su hermano, este no pudo dejar que la hermosa rusa de ojos azules y cabello rubio desapareciera de su vida, por lo que Sasha aceptó la propuesta de trabajo del Ballet Nacional y se quedó a vivir en Argentina al lado de ese hombre que la haría su esposa y madre de sus tres hijos. Cuando Ana llegó a la capital Sasha aún trabajaba con el ballet, pero como maestra de su propia escuela, y sería la guía de Ana en la nueva etapa que comenzaba, una profesional, donde Sasha tenía suficientes conocimientos para enrumbarla por un buen camino. Edmundo y Sasha la acogieron en su hogar. Ellos solo tenían tres hijos varones, por lo que Ana sería como la hija que siempre desearon y nunca llegó. Andrés, Sergio y Gonzalo, de veintidós, diecinueve y dieciséis años estaban encantados con tener a una chica en casa, más una tan bonita como Ana. En algún momento Edmundo y Sasha advirtieron a sus hijos en no intentar sobrepasarse con la recién llegada, pero el tiempo les demostró que en los corazones de esos tres muchachos solo nació el amor fraternal por la joven, a quien cuidaban y protegían como si fuera la hermana que nunca tuvieron. Tanto así era el cariño que le tenían que se turnaban Andrés y Sergio para llevarla y recogerla en el auto familiar de las prácticas con el Ballet Nacional, ya que no veían a bien que tomara el transporte público que a veces podía ser un poco peligroso por la hora en que Ana debía regresar a casa, y Gonzalo siempre le preparaba antes de irse a la escuela el desayuno para que iniciara con energía su día. En el Ballet Nacional supo resaltar inmediatamente con la natural elegancia de sus gráciles movimientos. El cuerpo de Ana se tornó perfecto para el ballet al crecer con una espigada y lineal estructura, sin muchas curvas, con largas piernas y brazos, un cuello delgado y notorio que la hacía ver más estilizada. A la vez era fuerte, además de elástica, ágil y rápida. Ana tenía todos los recursos necesarios para triunfar en el ballet, y en eso estaban de acuerdo todos sus maestros. Además, la joven tenía una belleza particular. Su largo y sedoso cabello castaño claro tenía unas ondas naturales que enmarcaban perfectamente su delgado rostro de finas y femeninas facciones, en donde unas largas pestañas y gruesos labios destacaban. Sus ojos tenían una tonalidad marrón claro, casi miel, que a veces se antojaba un poco verdosa. Su piel era extremadamente blanca y tenía algunas pecas sobre la respingada nariz y los salientes pómulos, las cuales le daban un aire de inocencia. En realidad, Ana era muy inocente. Ella no había tenido oportunidad de conocer a un varón que la cortejara y enamorara hasta ese momento, por lo que nunca había dado un beso, sentido una caricia, mucho menos se había desnudado ante la mirada deseosa de quien la añora. Al salir de Mendoza y dejar la protección del centro de acogida se enfrentó con una realidad que desconocía: que era atractiva para el sexo opuesto. La primera oportunidad que tuvo para percibirlo fue en el bus en donde se trasladaba hacia la capital. Al ver que viajaba sola, un joven pasajero que sería apenas unos años mayor que Ana quiso entablar una conversación para saber a qué parte de la inmensa Buenos Aires llegaría y si era posible obtener su número de celular. La inexperta jovencita no supo captar el interés del joven y tampoco pudo darle su número de contacto porque ella nunca había tenido un celular. Entre los bailarines varones del Ballet Nacional llamó mucho la atención, y alguno que otro intentó aprovecharse de la cercanía con Ana durante las coreografías, cosa que observó Sasha cuando la acompañó una semana después de haber comenzado a participar de las prácticas. Como era conocida de todos, Sasha habló sobre lo que había visto con el Director, quien de inmediato reprendió al joven que se sobrepasó rozando con sus manos de una manera inapropiada la entrepierna de Ana durante una cargada que marcaba la coreografía. Al conversar con la joven, Sasha se percató que ella no tenía ni idea de lo que pasaba, que sí se había sentido incómoda, pero no sabía por qué. Tras ese evento desafortunado, el Director fijó como pareja de Ana a Tiziano Lombardo, un joven talento del ballet que por su conocida preferencia s****l por los de su mismo sexo no se aprovecharía de la joven cuando tuviera que hacer alguna cargada. Así fue como Ana conoció a su primer amigo, quien se convertirá en el mejor de todos y la acompañaría a lo largo de toda su vida, fuera donde fuese el lugar donde viviera la joven. A los ocho meses de estar formando parte del Ballet Nacional, llegó un cazatalentos ruso a observar el desempeño de los más jóvenes, ya que tenía la misión de elegir a los dos mejores para ofrecerles una beca completa para que terminen su perfeccionamiento con el elenco del Ballet de Moscú y formen parte de las presentaciones que haría esta institución los próximos dos años. Sin que los más jóvenes lo sepan, el cazatalentos empezó su misión desde las butacas del teatro, pasando desapercibido. No dudó ni demoró mucho en tomar la decisión de elegir a Ana y Tiziano para otorgarles la beca, ya que los amigos, además de lucir una excelente técnica y destacar visualmente, transmitían muchas emociones y sentimientos cuando bailaban, algo que es necesario si se quiere ser un extraordinario bailarín. La noticia de que a Ana se le otorgaba una beca alegró a la familia de Edmundo y Sasha, así como a Angélica y a todos los que la vieron crecer en el centro de acogida, pero a la vez los llenaba de tristeza porque la pequeña que nació para ser bailarina de ballet debía irse muy lejos para hacer su sueño realidad. La joven viajó con dudas, con miedos, pero, como Angélica le enseñó, continuó siempre hacia adelante. En Moscú iniciaría una nueva etapa de su vida, una marcada por el primer amor, que la llevaría por otros caminos que la alejarían de sus sueños de bailar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD