—¡No te metas! —escucho los gritos de Alessander mientras bajo corriendo las escaleras. —¡Que, ¿no me meta?! ¿Enserio? ¡¿Acaso crees que soy estúpido?! —Christopher está a unos metros del ojiverde, con las manos convertidas en garras filosas y animalescas, de sus dientes sobresalen unos colmillos enormes y sus ojos siguen completamente amarillos. —Cálmate, y escucha. No es lo que crees —trata de calmarlo Alessander, indicándome que me mantenga lejos con un ademán de su cabeza. —Huele a ti —dice sacando aún más sus colmillos—. Ella le pertenece a mi hermano. Nuestra misión era prepararla para él, ¡no hacerla tu novia, imbécil! —comienza a caminar de un lado para el otro, pasando sus garras por su cabello. ¿No se lastima con esas garras? —Mi deber es cuidarla, Christopher. Y hago mi trab