—¿Buscarme? —logro tartamudear en medio del shock.
—Sí, un amigo cercano de la familia dijo que, si necesitábamos algo, que podríamos pedirte ayuda —su sonrisa de lado, y ese aire inocente… ¿Será cierto?
—¿Quién es ese amigo de la familia? —cuestiona Sara con curiosidad e impactada al igual que yo, con los ojos muy abiertos.
—Marcus Li Greci —dice sereno mientras se sienta en el lugar que le deja Sara, frente a mí. Pero en sus ojos veo una chispa de algo extraño, algo especial, como si ese nombre fuese mucho más de lo que en realidad aparenta.
—No me suena —respondo lo más inexpresiva que puedo.
¿Quién será ese tal Marcus? Que extraño… Y el hecho de haber soñado cuatro años con Alessander y que ahora diga esto, es más insólito aún. Incluso diría que parece un poco escalofriante.
—¿Quieres que ella te ayude, entonces? —inquiere Andy, animado como siempre.
—Algo así, hoy traté de buscar en la biblioteca y no logré encontrar ningún libro de los que me dijeron que había —resopla con frustración, pero mi instinto me asegura que esconde algo importante.
Eso significa que sí era él al que vi, pero si me vio en ese momento, ¿por qué no acercarse y preguntar como cualquier persona normal? Sara me levanta una ceja, y capto que ella se siente igual de alerta que yo. Supongo que piensa igual que yo, y querrá investigar todo este asunto.
—Claro, si quieres mañana antes de clases te ayudo con los libros —y tomaré mi tiempo para investigar de qué va todo esto.
—Oye, Alessander —lo llama Sara fingiendo estar emocionada, cambiando de tema—. ¿Irás a Moonlight hoy?
—Claro que sí —sonríe deslumbrante estirándose en la silla, la punta de sus zapatillas roza con ligereza los míos, y los remuevo inmediatamente hacia atrás, escondiéndolos bajo mi asiento. Siento mi cara arder y los latidos se me aceleran incontrolablemente, y por el rabillo del ojo veo que sus labios se curvan ligeramente en las comisuras, conteniendo una gran sonrisa reflejada en el brillo de sus grises ojos—. Acabo de llegar ayer y ya hay fiestas. Ya me está gustando este lugar.
—Y eso que recién llegas —se ríe Andy, y tiene razón. Aquí viven de fiesta en fiesta—. ¿Ustedes van juntas?
—Sí, ¿te pasamos a buscar? —pregunta Sara luego de terminar de beber su cajita de jugo natural.
—Por mí, genial. Sigo castigado y mi padre no me devolverá mi coche hasta dentro de un mes —bufa mi amigo con desespero.
—¿Castigado, y aun así saldrás? —se sorprende Alessander, enarcando sus pobladas cejas negras.
—Tiene una hermana menor con la que se cubren siempre las espaldas —mofo con burla, cruzándome de brazos sobre la mesa.
—Ya quisiera yo que mi hermano fuese así conmigo —bromea sarcástico.
—¿Qué edad tiene? —curiosea Sara, guiñándome un ojo disimuladamente.
—Tiene quince, aunque es muy estricto —hace una mueca de fastidio, y noto que el cariño fraternal no sube a sus ojos, pero tampoco ninguna otra emoción.
‹‹¿Habrá un problema familiar detrás de esa broma?››.
—Mi hermana tiene la misma edad, y parece una niña de cinco años con sus berrinches —cuenta Andy sacándonos unas risas, porque es cierto, siempre fue la princesa de la casa.
—¿Por qué tu hermano es estricto? —insiste Sara en el tema. Noto que a Alessander se le borra la sonrisa, y veo un poco de incomodidad y molestia en sus facciones.
—Supongo que él ya es así —zanja el tema, encogiéndose de hombros como para restarle impotencia.
Con Sara intercambiamos una mirada rápida, ambas captamos la reacción. Por suerte Andy no, y sigue con el tema de la fiesta. El resto de la charla hasta que suena la campana es tranquila, platicando de cosas triviales y sobre el Instituto. Además de soportar a mi amigo preguntando de todo sobre el país natal de Alessander, quedamos en pasar a buscarlo por su casa ya que no tiene coche y sus padres estarán ocupados para llevarlo hasta el club Moonlight, en Wenatchee, a unos veinte minutos por la ruta 2.
En los pasillos nos separamos, Sara va con Andy a biología, y me doy vuelta encaminándome al salón de Historia, pero…
—Parece que compartiremos la misma clase —sonríe Alessander alcanzándome.
Le devuelvo la sonrisa y caminamos hasta el salón, su andar es despreocupado, pero también parece fingido, hay algo de incomodidad en su andar, además de la visible tensión en sus hombros. Al principio, al verlo en el pasillo, no sabía cómo actuaría estando a su lado, pero me siento cómoda, con una rara e inexplicable sensación de confianza y familiaridad. Y a pesar de que no sé cómo es él en realidad, siento que puedo confiar, que puedo incluso, hasta cierto punto, llegar a leer sus emociones. Al menos ya no tengo la presión y necesidad de saber quién es y si es real, aunque más. Ya logré lo que estos cuatro años estuve esperando. Aunque sus actitudes no me cierran mucho, por lo que estaré con los sentidos alerta, por si acaso.
En el salón, mis compañeros ya están casi todos sentados y la profesora aún no llega, por suerte. Paso y acomodo las cosas en mi banco. Eran de a dos, y como en esta clase siempre somos impares, yo prefiero ser la que se quede sola atrás de todo. Además de ayudarme a concentrar, y de poder ver a toda la clase sin problemas, lo hago ya que no llevo muy buena relación con mis compañeros. Para ellos soy la “rarita”, y en realidad prefiero que eso siga así.
Alessander se queda parado en la puerta, esperando a la profesora. Imagino que para presentarse con ella y hablar, ya que estamos a casi mitad del primer semestre.
Unos minutos después una señora regordeta, algo canosa, pero de aspecto vital y alegre cruza el umbral.
—Buenos días, clase —saluda con voz cantarina.
—Buenos días, profesora Belletti.
A pesar de ser historia y resultar en algunos temas algo tediosos, con ella es fácil aprender, y más para los que nos gusta leer novelas, ya que para los trabajos prácticos hace que interpretemos la historia como un libro en donde su protagonista cumple varias hazañas y aventuras. Recuerdo la vez que nos comentó sobre su sueño frustrado de ser arqueóloga, y logré comprenderla un poco. También me fascina la idea de viajar por el mundo descubriendo aventuras nuevas… Quizás y algún día logre hacerlo.
Aunque hay que tener cuidado con lo que uno pide.
—¿Y por qué tú no estás sentado? —le pregunta amable al nuevo, sacando de su bolso de cuero marrón el libro seleccionado para nuestra clase de hoy—. Oh, ya, eres el joven Di Lorenzo, ¿verdad?
—Sí, profesora.
—De acuerdo. Clase —aplaude para llamar a todos—, él será su nuevo compañero este año, se llama Alessander Di Lorenzo, sean amables —sonríe y luego pasea la vista… hasta mí—. Siéntate con la señorita Carduccio, podrá ayudarte con el programa para que estés al tanto.
—Gracias —nuestras miradas se cruzan por un breve segundo, y una tensión se crea entre nosotros, mientras somos indiferentes para casi todos los demás.
Al caminar por el pasillo hasta el asiento vacío, noto las miradas de varias chicas sobre nosotros, algunas de curiosidad, otras parecen de envidia, y la “reina titiritera” –como le apodamos Sara y yo–, Daphne, comiéndoselo con los ojos mientras juguetea mordiendo el extremo de una lapicera.
Siento rabia, muchísima rabia acumulada. Quiero que le quite los ojos de encima, pero no puedo hacer nada y eso me frustra peor, ya que esta sensación tan agobiante en mi pecho, una necesidad por lastimar a quien le coquetee, me quema y envuelve mi mente en un manto de niebla negruzca. Nunca he sido celosa o territorial en mi vida, si bien tampoco he tenido novio, no me visualizo como una persona tóxica o que le importen las acciones de los demás. Pero sin más, comienzo a sentir el ya típico picor en mis ojos, en señal de que se tornan rojos, y la desbordante y agobiante sequedad en la garganta y en la boca, junto a la sed desesperante. Me remuevo incómoda en el asiento, restriego mis ojos haciendo de cuenta que me pican, pero esta sensación no cesa y ya pasa a ser una necesidad de romper algo.
La señora Belletti comienza la clase, y no logro concentrarme, mi compañero de banco intenta disimular no verme, pero el peso de su mirada intensifica mi desespero. Muerdo sutilmente la piel dentro de mi mejilla, me concentro en el ardor y en el comienzo del sabor metálico chocando con mi lengua. Un alivio recorre en forma de escalofrío mi columna, junto a una sensación de frío desde mi nuca hasta mi cintura baja, y me dejo llevar un segundo por esa euforia que despeja mi mente, logrando que mis pensamientos se centren y pueda enfocar la vista nuevamente prestando atención a la clase.
Trato de concentrarme en la profesora y en respirar hondo. Garabateo otra hoja en blanco tranquilizando mi mente y mi cuerpo. Desde que tengo memoria que mis emociones siempre suelen querer explotar, así como ahora, y produce que mis ojos se tiñan de un extraño y terrorífico rojo escarlata, sin ninguna razón coherente ni natural. Es algo que oculté toda mi vida, algo demasiado vergonzoso teniendo en cuenta que no tengo ni una mínima idea de por qué sucede, y solo mi mejor amiga sabe de eso.
—Carduccio —su voz es la misma que oí tantas noches en los sueños, con ese tono tan jovial y melodioso.
—¿Sí?
—¿Podrías enseñarme lo que estuvieron dando en clase?
—Claro —abro la carpeta y busco desde el comienzo de la materia. Cuando encuentro la primera fecha de clase le paso la carpeta, y al tomarla nuestras manos se tocan. Una descarga eléctrica fue proseguida por un extraño cosquilleo. Bajo la mirada, y siento mi rostro enrojecer un poco.
‹‹Maldita vergüenza, harás que lo note. Boba, boba. Respira y cálmate››.
—Gracias. Tienes linda caligrafía —sonríe, sus dedos se deslizan sobre la primera página, trazando líneas sobre mis anotaciones.
—Gracias —mis mejillas arden aún más, por lo que trato de distraerme continuando el garabato que va tomando forma en la imagen de un viejo pasillo oscuro.
—Y tu apellido es italiano —afirma pasando las hojas con atención.
—Sí, mis antepasados son de allí.
—Oh, interesante —ladea otra sonrisa, trascribiendo los textos a su cuadernillo.
Al rato me devuelve la carpeta, justo cuando la profesora empieza a escribir preguntas en la pizarra. El resto de la clase transcurre normal.
No sé cómo buscarle conversación, y me intriga demasiado la forma en la que ahora aparece en mi vida, mencionando a un supuesto amigo de la familia. ¿Será una mentira para ganar confianza? Todo es desesperante, así que titubeo un poco y me armo de valor para dar un paso en conocerlo, al menos.
—Y entonces… ¿Estás a gusto en Cashmere?
—Sí —contesta con una suave risa cantarina—. Se parece un poco de donde me mudé.
—¿Vivías en un pueblo también?
—Sí, en Marianopoli, en Italia. En diez años tuve que mudarme ocho veces, y me acostumbré a no encariñarme demasiado, pero… —bufa y se encoge de hombros, recargándose en el respaldar de la silla—. Pude llamarlo hogar el tiempo que duró. El pueblo en sí es pequeño, pero está rodeado por campos y paisaje, que es lo que le da vida —un suspiro nostálgico se escapa de sus labios, y se queda pensativo mirando al frente—. Solía caminar solo a las afueras del pueblo, era muy tranquilo y me ayudaba a despejar la mente.
—Suena realmente hermoso —imagino como debería ser allí, un Alessander rodeado por tanto verde, caminando solo disfrutando de la naturaleza…
‹‹Algo me suena familiar de toda aquella escena››.
—Lamento que hayas tenido que mudarte —murmuro viendo que la profesora Belletti se voltea para escribir una consigna en la pizarra.
—Era inevitable. Por el trabajo de mi padre debemos mudarnos, mi madre no está tampoco muy a gusto con eso, pero es necesario.
—Bueno, aquí no tenemos ese tipo de paisajes, pero dicen que el bosque cruzando el río es interesante.
—¿Has cruzado? —alza la ceja, se lo nota interesado en ese tema.
—Quizás —sonrío inocente, colocando mi mentón sobre mis manos entrelazadas sobre el banco.
—Aunque llegué ayer, ya oí los rumores. ¿No te preocupa? —vuelve a recostándose en la silla, con los pies cruzados hacia adelante. La profesora sigue anotando en la pizarra y hablando con los alumnos de los primeros bancos, quienes contestan con entusiasmo sus preguntas.
—No creo en esas cosas —contesto completamente segura.
—¿Por qué no? —su mirada es atenta y seria, tomándolo como un tema más importante de lo que para mí es una leyenda vieja, un cuento más de los viejos pueblerinos.
—Solo no creo que sea posible que alguien se transforme en un animal, o que haya seres que vivan de sangre —acoto encogiendo los hombros—. Es anatómicamente imposible.
—Anatómicamente imposible —repite conteniendo una risa, como si fuese un buen chiste.
—No sé de qué te ríes —bufo y me siento derecha, lista para recalcar mi punto—. Es como creer que Superman existe. Son solo leyendas para asustar a los niños y a los ingenuos.
—Elleonor… —mira al frente, en donde la señora Belletti comienza a caminar hacia aquí, y luego a mí de nuevo—. Por una razón nacen los “leyendas”.
La profesora pasa por el pasillo cerca nuestro pidiendo silencio, por lo que no logro preguntarle a qué se refiere. Es un demente si cree en esas cosas. Es imposible que sea cierto, si no ya se sabría y la ciencia lo expondría, porque serían un peligro para todos los seres humanos.
‹‹¿Monstruos sueltos en las calles? ¡Ja! Sí, claro››.
Comentamos sobre los ejercicios hasta que el timbre que indica el fin de clases suena. Guardo la carpeta y la lapicera en el bolso, y mi compañero de banco hace lo mismo.
—¿Te veré en la noche? —pregunta con un brillo en sus ojos esmeralda.
—Claro, pasaremos por ti a las diez —ajusto mi mochila al hombro—. Te veo luego, entonces.
—Hasta pronto.
Camino medio deprisa hasta salir al pasillo, donde una Sara inquieta me observa inquisitiva.
—Vamos al coche, que te cuento —musito con resignación, y empieza a dar saltitos para luego enganchar su brazo con el mío con la felicidad de un niño.
Salimos rápido por lo que no vemos si Alessander ni Andrew vienen detrás. La curiosidad ya está haciendo añicos a mi amiga.
—¡Dime todo! —chilla cerrando de un portazo.
—Oye, bájale a tu entusiasmo, me dejarás sin puerta —me quejo recostando la cabeza en el volante y suspirando con fuerza—. Bueno, me contó sobre el pueblo del que se mudó, y que su padre tiene un trabajo que hace que se muden mucho. Pero luego salió el tema de las leyendas locales y él…
‹‹¿Cómo puedo interpretar su reacción?››
—Él, ¿qué?
—Supongo que dio a entender que sí cree en esas cosas —levanto los hombros con desinterés y pongo en marcha el coche.
—¿Supones? —insiste ella, girándose en el asiento hacia mi lado.
—Sí… Es que actuó un poco raro, al final dijo que “por una razón nacen las leyendas”. Quizás es un fanático de historias de ficción —le resto importancia con un gesto de mano y ella frunce el ceño.
—Bueno Ellie, sabes que yo sí creo en esas leyendas. Que actualmente no haya casos no quita que los hubo en su tiempo —contesta reacia.
—Si fuese posible ya habría reportes filtrados de la ciencia confirmándolo.
—¿Y quién dice que se filtra todo?
Estaciono el coche frente a la casa de Sara y en lo que bajamos pienso que quizá tenga razón, pero mi lado testarudo se niega a creer que sea posible. ¿Transformar un cuerpo humano a un animal? ¿Vivir sólo de sangre?
Entramos a la casa y la madre de Sara, la señora Julia Cooper, nos mira desde la cocina mientras el olor a salsa inunda mis sentidos.
—Hola, chicas —seca sus manos con un repasador y lo cuelga en la manila del horno antes de acercarse y darnos un corto abrazo a cada una—. El almuerzo ya casi está listo.
—Hola, mamá. Estaremos en la habitación. ¿Nos llamas cuando esté listo? —mi amiga me arrastra por el pasillo que da a las habitaciones, apurada por seguir la conversación.
—¡Hola, señora Cooper! — logro saludarla trastabillándome con el apuro de mi amiga al jalarme del brazo…
—¡Hola, cariño! Y ya déjame de decir señora, me hace sentir vieja. ¡Les avisaré en un rato!
Se escucha su jovial risa cuando Sara cierra la puerta con el pie mientras tira su bolso al suelo, y se tira a la cama quitándose las zapatillas a empujones con los pies. Yo dejo la mochila en la silla del escritorio y me tiro junto a ella mirando al techo.
—¿Qué piensas hacer con Alessander? ¿Intentarás ser su amiga?
—No pensé en eso aún. Sigo procesando que está aquí… —suspiro exasperada, cubriéndome los ojos con el doblez del codo—. Tanto tiempo deseando conocerlo en persona que ahora… Me cuesta asimilar que es real.
—¿Sigues enamorada de él?
—No lo sé… Más teniendo en cuenta que me sentía de esa manera hace 3 años, pero que en ese entonces solo era un sueño, una fantasía… —mi voz se quiebra en un murmullo, y no dejo de sentir mi corazón acelerado, y mi mente nublada.
—Y ahora es real —dice sentándose y mirándome fijamente—. Es real y tienes que descubrir qué tiene él de especial. ¿Y quién es ese tal Marcus del que habló?
—No me suena de ningún lado —me levanto estirándome y camino hasta el escritorio donde está su computadora—. ¿Recuerdas el apellido que nombró? Era algo difícil.
—Li Greci. Suena que es italiano, pero de las clases que tomó mi madre de latín en la Universidad, me suena más a ese idioma.
—¿Es latín? ¿Qué esos términos no se dejaron de usar hace mucho? —tecleo en el buscador el traductor, e ingreso el apellido.
—Lo corrige a “Li Grect” —lee mi amiga señalando el resultado—. Significa elevado. Supongo que me equivoqué. Ponlo en italiano.
Vuelvo a teclear y aparece el resultado.
—Los griegos —leo analizando la traducción—. Se usaban términos así para denotar el origen de dónde venían las personas. ¿Será un descendiente de griegos?
—Es posible. Busca el nombre completo.
El buscador da resultados para Marcus Li Greci, aparece una lista, pero ningún artículo habla sobre el hombre, salvo uno que llama mi atención, el tercer resultado. Cliqueo y es un artículo de un museo, y en el encabezado hay una foto de ocho hombres, de unos treinta y tantos hasta unos cincuenta y otros. Y uno de esos hombres tiene los ojos verdes, y es muy parecido a Alessander. Y junto a él, otro hombre igual de alto, con barba cuadrada y cabello castaño, muy pálido y sus ojos cafés me recuerdan a alguien, pero no logro recordar…
—Museo Archeológico Regionale di Marianopoli —lee mi amiga.
—Es el lugar del que me contó que se mudó. Parece que fue el último trabajo de su padre —digo señalando al hombre de ojos verdes—. Marianopoli, Caltanissetta, Italia…
‹‹¿Quién eres Alessander Di Lorenzo?››