—¿Me tienes miedo, Anabis? ¿No deseas hablar conmigo a solas?—dijo dirigiéndose a ella con seriedad —No te temo, pero tampoco deseo estar a solas contigo—le respondió levantando la barbilla desafiante y causando que Anael sonriera tan solo un poco, así era ella. —Así que haz ensuciado la nobleza de mi hija, ¿no? Dime ¿quién te crees tú? ¿Crees que no puedo desaparecerte con tan solo chasquear los dedos?—El divino ser alzó la voz contra Anael y el aire empezó a ser más frío a su alrededor —Él no tiene la culpa—Lo defendió Anabis de inmediato, tomando por sorpresa a ambos—La culpa es totalmente tuya. —¿Mía?— dijo sorprendido —Sí padre, tuya—Ella lo miró seria— Tú lo obligaste a rodearse de maldad, lo ensuciaste por gusto, para seguir siendo el Altísimo sólo tú. Y me mandaste a mí a este