Dos días después del, funeral, se le dió la cristiana sepultura al señor Rodríguez, había sido un golpe muy fuerte para la familia Rodríguez, sobre todo sabiendo que doña Carmen de Rodríguez, estába desconsolada y sola, por lo menos tenía la compañía de su hija Elizabeth.
La semana siguiente, después del entierro, Marco Antonio le pidió a su secretaria que le enviara todo los documentos que estaban pendiente, ya que no le provoca salir, para no encontrarse con periodistas, haciendo preguntas relacionadas con la muerte de su padre, que él se mantendría en comunicación con ella por correo electrónico, ya que tenía que dejar todo listo, antes de su viaje a Lima. Tras la muerte de su padre, tuvo que hacerse responsable de todas las empresas, que estaban ubicadas en diferentes ciudades de Perú.
Hablo con Elizabeth, para que mientras él estuviese fuera ella se encargará de la oficina y que por favor buscará una persona calificada para que tomase las riendas de la oficina, ya que Elizabeth tenía que encargarse del cuidado de su mamá, que continuaba muy tristes y desconsolada.
Llegó el día de regresar a Lima se levanto con la cabeza hecha un desastre y en su rostro se reflejaba un gran cansancio y unos grandes surcos oscuros debajo de sus ojos, que demostraba que tenía varios días sin dormir.
No durmió nada en toda la noche, caminaba de aquí para allá, lo atormentaba sus pensamientos , su corazón se aceleraba cada minuto, intentó acostarse y no dejaba de dar vueltas y vueltas en la cama. Se levantó muy temprano, dió un duchazo de agua helada, desayuno un Adobo Cusqueño, confirmo que todo los documentos tuvieran dentro del maletín, su computadora portátil. Cuando bajo del penthouse estaba un taxi esperándolo para llevarlo al Aeropuerto Internacional Teniente Alejandro Velasco Astete. Camino hasta la recepción de la Aerolínea Sky Airline, para confirmar su vuelo, arribo a Lima al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Al llegar al aeropuerto, buscó con la mirada a su amigo Julio César, sin darme cuenta ya este estaba detrás de él y le dice con una gran sonrisa
—Aqui estoy amigo.
—Amigo. Ambos se abrazaron eufóricos, era mucho tiempo el que había pasado desde la última vez que se vieron, a pesar de que hablaban todos los días cosa que en la última semana se convirtió en algo rutinario y con lo que Marco Antonio aprovechó para contarle todo a su amigo y pedirle el gran favor de su vida, saber todo de María Elena. Nunca le pidió saber de ella, en esos tres largos años, jamás habló de ella con su amigo y ya era hora de saberlo todo. Eran muchos años de amistad que unia a Marco Antonio y a Julio César, habían pasado muchas cosas juntos y entre ellos no existía ningún secreto.
—Julio César. ¿Cómo haz estado ?. Pregunto Marco Antonio al separarse de él.
—Hermano, bien, bien gracias a Dios, extrañándote mucho Respondió Julio César con mucha alegria.
—¿Que me has averiguado sobre María Elena ? Preguntó nervioso.
—Deja los nervios, no comas ansias.
—No puedo Julio César Necesito saber todo sobre. de ella.
Julio César sintió lastima por su amigo. No podía negarle nada, sabiendo que él la amaba y que todo lo que pasó fue un horrible engaño de su difunto padre.
—Está bien, pero por favor no le digas nada a Mariana que si se entera que te dije es capaz de matarme. Comentó Julio César, en tono de suplica con una gran sonrisa sarcástica. Caminaron hasta una cafetería del aeropuerto, Marco Antonio necesitaba tomarse algo.
Se sentaron en una mesa que estaban ubicada en una esquina y se acercó el mesero.
—Buenos días. ¿Que desean los señores ?
—Yo quiero un mate de coca. ¿ Y tú Julio César ?
—Yo, también quiero uno .
El camarero apuntó su comanda para luego desaparecer por detrás de la barra para preparar los dos mate de coca. Marco Antonio estaba muy nervioso, ansioso y no era para menos, si estaba a punto de saber sobre la mujer que amaba más que a nada en el mundo. Podrían pensar que, todo lo que estaba sintiendo e incluso haciendo, podría llegar a convertirse en su obsesión, pero no, todo lo que sentía era real, su amor por María Elena, era auténtico, lo más bonito que le había pasado en la vida. El mesero volvió con los dos mate de coca, los dejó en la mesa y se marchó, dejándolos de nuevo a solas.
—Cuéntame todo de una vez, por favor. Pidió Marco Antonio, dándole un sorbo a su mate de coca.
—Lo único que te pido, que no vallas a hacerle daño nuevamente, ya María Elena a sufrido mucho.
Marco Antonio, sintió que algo se desquebrajaba en su interior al oír eso. Ambos habían sufrido y no podía evitar pensar en ella, en las lágrimas que seguro derramó por su culpa, en todo lo que pensará de él y en lo mucho que tendrá que luchar por su amor.
—Yo, también he sufrido mucho Julio César.
—Lo sé, amigo, perdóname pero tú papá se portó como un verdadero tirano.
—Lo sé amigo. Pero quiero recuperar a la mujer que amo. Suspiro Marco Antonio.
—Maria Elena nos lo contó. Y en verdad, no hay mucho que decir, se que estaba terminando sus estudios y en verdad quién tiene mucho contacto con ella, es Mariana. Y mí, me dijo claramente, que no quería saber nada de nada y que verme a mí, no la ayudaría en nada. Explico Julio César.
Marco Antonio cada vez se sentía peor, al saber que María Elena dejó de lado todo lo que le recordaba a él, para así poder olvidarlo para siempre. Le dolía saber que le había hecho tanto daño y no se lo perdonaría jamás. Su intención nunca fue esa, al contrario, la amaba y la seguía amando, incluso después de tres años, en los que se había encerrado en su mundo, donde solo estaba el trabajo y más trabajo. Julio César interrumpió sus pensamientos.
—Marco Antonio, siento decirte todo esto y sé que te duele muchísimo
—No, no pasa nada. No la culpo… Le hice mucho daño y me odio por ello. Julio César movia la cabeza de un lado a otro en señal de negación, no quería que si amigo se torturase por eso. Al fin y al cabo, los dos fueron víctimas del Señor Rodríguez. Se habían quedado callados, en un silencio incómodo. Julio César, aún no le había dicho nada de María Elena y en realidad había varias cosas que no quería y podía decirle. ¿Cómo iba a fallar a la promesa que le hizo a María Elena cuando regresó destrozada a Lima ¿. ¿ No podía decirle que tenía una hija ?. Aunque sabía que su amigo lo iba a odiar de por vida por ocultárselo, no le quedaba de otra que soportarlo. Él no tenía derecho a decir un secreto que no le pertenecia, tal vez con el tiempo Marco Antonio descubriría la verdad.
—JulionCesar. Necesito saberlo todo sobre ella, es la única manera de poder conquistarla de nuevo, de que ella me perdone. Dijo Marco Antonio más calmado.
—Lo único que sé, es qué hace un año que trabaja como recepcionista en el hotel Aloft Lima Miraflores.
—¿Como ? . ¿Qué dijiste ? No puede ser. Es el mismo hotel donde debo estar mañana. Dijo Marco Antonio sorprendido.
—¿Como así ? Pregunto Julio César
—Es el destino, amigo. Es el destino, Julio César.
Dijo viendo el lado positivo, la voy a tener cerca, me da tiempo de crear una estrategia para volver a conquistarla y una gran sonrisa se dibujo en sus labios. Cuando se volteo a ver a Julio César, poco a poco fue desaparecido esa sonrisa, Julio César no tenía buena cara. Cómo si le estuviera ocultando algo más.
—Dime. ¿Qué es lo que pasa ?. Se que hay algo más. La expresión de tú cara me los dice todo.
—Hay, amigo no se cómo decírtelo. Marco Antonio, en cierto modo me siento culpable, por haberte ocultando esto tanto tiempo, pero no quería ser el causante de tú sufrimiento, por favor no me odies, ni me guardes rencor. Marco Antonio, sabía que las palabras de su amigo eran sinceras, pero había algo más que no le había dicho
—¿Que más hay Julio César ?. Pregunto con voz ronca de desesperación.
—Maria Elena, tiene dos años, saliendo con un hombre llamado Gabriel.
—No puede ser.
Esto era lo último que quería que pasara, pero algo dentro de mí me decía que era una posibilidad.
Marco Antonio sentía como su corazón se partia poco a poco en pedacitos y no podía hacer nada ¿Cómo iba a conquistarla ahora sabiendo que estaba con otro? ¿Y si ya no le quería? A lo mejor se había enamorado de ese hombre y había conseguido con él, lo que yo no le pude dar. Parpadeaba para no dejar salir las lágrimas que se asomaban es sus ojos. Pensó, tengo que ser fuerte, para pesar bien las cosas para poder acercarse a ella.
—Lo siento mucho Marco Antonio, pero realmente te digo, que se les ve bastante bien. Hacía tiempo que no la veía sonreír de nuevo. Sintió un gran dolor cuando escucho esas palabras de Julio César. Sus celos empezaron a tormentarlo y se preguntaba, Si ese hombre era bueno con ella ?. Pero si era así él tendría que comprobarlo. Una vez que se terminaron de tomar su maté de coca, pagaron la cuenta y salieron del aeropuerto.
Julio César lo llevaría al hotel para que descansara. Caminaron hasta el coche, en silencio. Marco Antonio no podía quitarse la imagen de María Elena en brazos de otro hombre y se estaba conteniendo una gran impotencia que lo embargaba desde que se enteró de la verdad . Estaba muy enojado pero no podía decirle nada a su amigo, después de todo fue su culpa, por no haber confiado en ella. Él la echó a otros brazos y ahora no podía llegar como si nada y creer que ella, lo perdonará. Cuando llegaron al hotel, Julio César se estacionó frente a la entrada del hotel, Aloft Lima Miraflores, enseguida se acercó un valet parking, para abrir la puerta y tomar el equipaje de Marco Antonio. Cuando se vió en la entrada, sintió que el pecho se le oprimía y que le fallaba la respiración. No sabía si María Elena, estaría ahora en su puesto de trabajo, si se la encontraría ya y en parte deseaba que así fuese, verla al fin, pero, por otro lado, pensó que sería mejor utilizar el factor sorpresa y pensar mejor las cosas.
—Bueno amigo aquí estás, espero que descanses y no pienses tanto. Dijo Julio César.
—Tranquilo, amigo.
—¿ Mañana si quieres, puedes venir a cenar a casa, vivo cerca de aquí, que te parece ?
—¿ Estás seguro de qué a Mariana no le molestará? Preguntó con una sonrisa ladeada.
—Pues la verdad sí, es más, te odia. Marco Antonio asintió reprimiendo una carcajada. Ya sabía cómo era Mariana
—Y me da igual cómo se ponga, eres mi hermano y vendrás a mi casa. No pudo evitar la carcajesda. Después de quedar con Julio César en ir a cenar a su casa al día siguiente y se dirigió al interior del hotel. Estaba muy nervioso ¿Y si la veía y salía corriendo antes de si quiera saludarla? No podía permitirse cometer un error más con ella. Había ido a conquistarla y con suerte tener un futuro con ella y debía de tenerlo todo claro.
Se dirigió a recepción, donde había una muchacha morena, muy guapa. Y se preguntó . ¿Será compañera de Sofía?
—Buenas tardes, señorita. Observó, él nombre grabado en la placa de identificación.
—Señorita Flores.Tengo una reserva a nombre de Marco Antonio Rodríguez. La recepcionista levantó la vista y sonrió amablemente.
__Buenas tardes. Bienvenido Señor Rodríguez, aquí tiene la tarjeta de la suite. Respondió entregándole la tarjeta.
—Gracias. Marco Antonio se iba a marchar, pero antes tenía que preguntarle por ella, así que se dio la vuelta poniéndose de nuevo ante esa muchacha.
Disculpe. Llamó y ella volvió a mirarle
—¿Usted sabe el horario de la señorita María Elena Vasquez ?. Preguntó casi tartamudeando
—Oh claro que sí. ¿ La conoce? —La recepcionista se extrañó que un hombre como él, preguntara por su compañera.
—Sí… Somos viejos amigos. Ella asintió comprendiendo.
—Pues, de hecho, no se ha marchado todavía. Fue a las taquillas a recoger sus cosas, si la espera, seguro que la ve. Sugirió sin dejar de sonreír. Marco Antonio se puso nervioso. María Elena estaba en el hotel, la tenía tan cerca y podría verla después de tanto tiempo, pero no quería asustarla, haría las cosas bien. La recepcionista se le quedó mirando, ya que Marco Antonio se quedó con la mirada perdida, y, perdido completamente en sus pensamientos, aunque también en sus recuerdos. ¿Qué hará cuando la tenga en frente? Sintió como la chica le tocaba el brazo para hacerle despertar de su trance y la miró. Ella tenía el ceño fruncido y no podía exponerse a que se diera cuenta de sus intenciones o, que supiera de la relación que tuvieron ellos dos.
—Disculpa. No se preocupe… Mañana por la mañana la saludaré . Respondio nervioso.
—¿Podría pedirle un favor ?.
—Por supuesto, señor
__ No le diga nada a ella, es una sorpresa.
—Por supuesto, Señor Rodríguez. Una vez aclarado el tema, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo que daba a los ascensores. Pero antes de entrar en él, la vio pasar y se escondió tras las escaleras para poder observarla sin ser visto. Cuando al fin la vio, se quedó paralizado al comprobar por él mismo lo que su hermana Elizabeth le había dicho. María Elena estaba hermosa, incluso mucho más de lo que ya era. Llevaba el pelo más claro, casi rubio. El corazón de Marco Antonio, latía frenético y se moría de ganas de correr hasta ella y encerrarla por siempre entre sus brazos. No podía dejarla escapar otra vez, no podía dejar que ella se apartara de su vida. Por un momento se quedó paralizado, con la mirada clavada en ella, hasta que la escuchó hablar y eso hizo que, aparte de hacer que su pecho se comprimiera por completo , despertara y se pusiera a escucharla con atención. Solo esperaba que la distancia que había entre ambos, le ayudara a escuchar bien.
—Hasta mañana Leticia, ya me voy. Dijo María Elena
— Hasta mañana Mari. Por cierto ¿Cómo está tu hija? .Le preguntó su compañera.
¿Hija?. ¿María Elena tiene una hija? .Se preguntó Marco Antonio incrédulo. No pudo escuchar mucho más, puesto que el saber que María Elena tenía una hija era algo que lo había dejado pasmado por completo. Julio César no le dijo nada sobre esa niña ¿Por qué? Volvió a poner toda su atención en la conversación que ambas estaban teniendo. —Mañana te tocará con Ángela. Dijo Leticia
—Asi es. Dijo María Elena, para después desaparecer de su vista. Se dio la vuelta y se metió en el ascensor. Sentía como se ahogaba y no era para menos.
Después de haberla visto, y comprobar lo increíblemente hermosa que estaba, el haberse enterado que además de estar con otro hombre, tenía una hija que, posiblemente podría ser del, hombrecito ese. Pero, Qué podría hacer? Cuando llegó a la suite, se aflojó la corbata que le ahoga, desabotonó los puños de la camisa después de haberse quitado la chaqueta y haberla tirado al suelo de mala manera. Estaba acalorado, eufórico, nervioso. Todo eso unido con el amor y el deseo que sentía por ella, se acumulaban en su cuerpo, tensándolo por completo y ni un baño de agua fría lo calmaría. Solo una botella de whisky del mini bar haría que al menos, pudiera relajarse, así que abrió el mueble que contenía el alcohol y sacó una de las tantas botellitas. Después de haberse bebido al menos, cinco, se quitó la ropa por completo y se recostó en la cama.
Miró al techo, sin dejar de pensarla y es que si antes de verla no podía cómo lo haría ahora después de haberla visto y darse cuenta de lo que la amaba. Sería una tarea difícil, pero no imposible, aunque tampoco tenía interés en dejar de hacerlo ahora. Dio unas cuantas vueltas en la cama, hasta que el sueño y cansancio lo venció quedándose profundamente dormido.