Mis hijos bajaron las escaleras antes de que pudiera contestar, se lavaron las manos para luego sentarse alrededor de la mesa, listos para servirse cereal. No tenía cara para mirarlos, sí lo que Ivo había dicho, ellos lo vieron todo y no tenía ninguna justificación. Pero ellos se comportaban de manera habitual, platicando entre ellos, como siempre, yo solo estaba ahí, sin hacer ni decir nada, hasta que Ivo me extendió una taza de café. —Vamos a desayunar, venga. Después te arreglas, para ir a la terapia. —No —espeté seca, no cedería, esto era abrumador. Él se sentó con los niños después de servirse la comida, parecía que era el padre perfecto, atento escuchaba y platicaba con ellos, lo que nunca hacía. Tomé la taza y me dirigí a mi cuarto pensando en cómo debía hacer para terminar es