Pasamos una velada hermosa, acompañados, riendo, contando algunas que otras anécdotas. Parecíamos amigos de toda una vida.
—Creo que será mejor ir a descansar —dijo él, luego de haber terminado su último trago de vino.
—Creo que sí, fue un viaje agotador.
Se levantó de la silla y me ayudó a correr mi silla para poder irnos, pero antes pasó por la caja para abonar la cuenta.
—Déjame ayudarte —le dije aunque temía por el valor de la cena.
—No hace falta, Milena —era tan cambiante.
Lo esperé a un lado, él hablaba y luego pagó, no tenía idea de los valores, pero me pareció extremadamente caro.
—Casi dejamos un riñón, ¿no? —dije al salir caminando del restaurante.
—No te preocupes por eso, cariño —me guiñó un ojo y caminó cerca de mí—, luego me lo pagas —susurró juguetonamente.
—¿A qué te refieres? —dije casi en el mismo tono.
Quería y necesitaba seguirle el juego, necesitaba hacerle lo mismo que había hecho conmigo, jugar y lastimarme, quería ser fuerte porque sabía que volvería a hacerlo de nuevo esta vez y yo, cómo una tonta, caería en sus brazos rendida.
—¿Vamos caminando? —pregunté, la verdad estaba un poco frío ahora.
—Pediré un taxi.
Asentí, la verdad que era lo mejor porque ya no tenía ganas de caminar tampoco. Enseguida apareció uno y él le hizo seña para pedir que nos lleve hasta el hotel. Para nuestra suerte iba desocupado así que fue rápido. Nos subimos en la parte trasera y Javier le dio la dirección indicada.
—¿Tienes frío?
—La verdad que sí —dijo acurrucándome en mi misma, menudo clima en Estados Unidos.
—Ven… —murmuró.
—¿Estás seguro? —arqueé una ceja mirándolo.
—Puedo calentarte —dijo en tono juguetón.
—Me encantaría —me arrimé a su lado en el asiento.
Él pasó su brazo por encima de mis hombros para abrazarme, sus cálidos brazos me erizaban la piel.
Apoyé mi mano sobre su pierna y acaricié suavemente sobre su pantalón, con su mano libre tomó mi mentón e hizo que lo mirara, nuestros labios se rozaron, cerré mis ojos.
Acercó más su rostro contra el mío y nuestros labios se unieron en uno sólo. Esa sensación mágica de besarlo, de sentirlo. Cerré los ojos y me dejé llevar. Sus manos acariciando mi cuello y mejilla hacían que viaje hasta la luna.
—Eres preciosa —susurró sobre mis labios, sin soltarnos.
Sólo sonreí, me encantaba oír ese tipo de cosas, aunque sabía que de parte de Castillo eran mentiras.
—Hemos llegado —dijo el taxista.
Me separé de mi jefe y me acomodé en el asiento, tomé mis cosas para bajar.
—Gracias —dijo Javier, le pagó y nos bajamos.
Lo esperé sobre la vereda y se paró a mi lado, me tomó la mano cálidamente, lo miré unos segundos anonadada. Caminamos y entramos al hotel.
Pasamos por recepción a dar aviso y nos dirigimos a la habitación. Quería ducharme y dormir.
Castillo abrió la puerta y entramos.
—Al fin —me senté sobre la cama y me recosté estirando mis brazos.
—¿Lo dices porque podrás estar conmigo ya? —bromeó acercándose a mí y recostándose sobre mi cuerpo.
—Que humilde —reí, me quedé contemplando su rostro por unos segundos.
—Sé que te gusta —susurró sobre mis labios.
Nuestros labios se rozaron, mi corazón se aceleró.
—Espera —lo empujé para poder levantarme—, iré a ducharme.
Me encaminé rápidamente hacia el baño.
—No me hagas esto —dijo quejándose.
Le guiñé el ojo y cerré la puerta del baño, abrí el grifo y me quité la ropa, necesitaba sentir el agua caliente cayendo sobre mi cuerpo.
Se vinieron miles de pensamientos a mi cabeza mientras me duchaba, ¿estaba enamorada de Castillo? Tenía miedo, no quería perder mi trabajo que tanto necesitaba y no quería sufrir tampoco.
De pronto la cortina de la ducha se abrió, me asusté, lo vi a él.
—¿Qué carajos haces? —grité intentando tapar mi cuerpo con mis manos.
—Quería jugar contigo —tomó mis manos para descubrir mi cuerpo.
—¡Estás loco!
—Shh, tranquila —se acercó a mi cuerpo, abrazándome.
Estaba desnudo, completamente, no sabía dónde meterme, moría de vergüenza.
—Castillo… —no me dejó seguir hablando, sus labios se estamparon contra los míos.
Intenté evitarlo pero no pude, sus besos bajaron a mi cuello, sus manos jugueteaban en mi trasero. Sus labios volvieron a los míos, estaba excitándome, mi estómago estaba revoloteando, sentía mariposas.
—Esto está mal —susurré entre sus besos.
—¿Por qué?
—No quiero sufrir, no quiero que me lastimes cómo la última vez —me atreví a decir llena de miedo, de vergüenza.
Me quedó viendo en silencio, creí que se había molestado, pero no.
—Perdona por lo de la última vez —murmuró—, no tengo intenciones de hacerte daño, Milena.
Volvió a besarme, pero esta vez fue con calidez, ternura, y podría decir, con amor.
Le seguí el juego, rodeé su cuello con mis brazos, acaricié su cabello. El agua caía sobre nosotros. Sus manos se acomodaron en mi cintura apretándome más hacia su cuerpo, lo deseaba.
—Hazme tuya —susurré jadeante en sus labios.
—A sus órdenes —susurró juguetón.
Acarició cada centímetro de mi cuerpo, podía notar su erección.
—Te deseo tanto, Milena —jadeó.
Me giró rápidamente haciéndome quedar de espalda contra su pecho. Su mano derecha se dirigió a mi feminidad, jugó con sus dedos haciéndome ver las estrellas.
Se acomodó y sin previo aviso, me penetró. Fue la sensación más placentera de mi vida, tenerlo de nuevo conmigo, sentirlo dentro de mí.
—¡Ah!
Siguió penetrándome sin parar, acabó dentro de mí. Me giré y me besó. Me abrazó, nos quedamos así por unos segundos. Terminamos de ducharnos.
Salimos del baño y fui a mi maleta para buscar mi ropa de dormir. Cepillé mi cabello y estaba lista para irme a dormir.
—Dormiré en el sofá —le dije, aunque después de todo, no sé por qué seguía con vergüenza.
—¿Y si duermes conmigo mejor? —sugirió acercándose a mí. Sólo llevaba sus bóxer puestos.
—¿Crees que es buena idea? —se paró delante mí, sus manos se acomodaron en mi cintura. Lo miré fijamente a los ojos, me sacaba una cabeza.
—Es una perfecta idea —susurró sobre mis labios y volvió a besarme.
Sonreí, asentí. Acepté dormir con mi jefe.