Hariella caminaba y disfrutaba de la cita con Hermes. Él siempre la complacía en lo que ella quisiera y era agradable que lo hiciera. Una idea rondaba su cabeza, pero creía que era mu apresurada o quizás no. No estaba segura, y Hermes, todavía no le proponía nada formal, aunque tenía un presentimiento que hoy él se animaría a preguntárselo; lo veía en su mirada, él estaba extraño. ¿Pero qué pensaría si ella le hiciera esa propuesta? Había formulado muchas mentiras para engañarlo, eso no sería un problema, eso dependería de Hermes y al final decidió que, si él se animaba a dar el primer paso en su relación, ella daría el segundo paso de manera inmediata como un suceso en cadena que no podía ser detenido. Si Hermes propiciaba la acción, ella respondería con una contundente reacción. Era muy difícil quitarle una idea cuando ya lo había tomado; pues sus decisiones eran terminantes e irrevocables. Notó como la mano de Hermes temblaba y sudaba de manera extraña, eso eran indicios que se preparaba para hacer algo que era muy difícil de hacer y que necesitaba armarse de valor. Estaban observando el mar desde la parte final de muelle y la vista era hermosa.
—Hela —dijo Hermes, con voz temerosa y ella se dio la vuelta para mirarlo.
Los ojos de Hermes estaban iluminados y la atravesaban como una flecha. Vio como Hermes le quitó el sobrero, revelando su fascinante cabello dorado. La sensación que experimentaba era incitante, ese muchacho la veía con ardiente deseo, como si quisiera devorarla. Hermes liberó su mano y rodeó con ambos brazos, ella no se resistió y dio pequeños pasos para pegar su cuerpo al de él. Hermes inclinó su cabeza y con lentitud se fue acercando a Hariella. Ella entreabrió su boca y también movió su rostro hacia la dirección contraria a la de él y percibió el peso de los labios Hermes en los suyos. Eso era lo que había estado esperando desde el primer día en que se conocieron.
—¿Quieres ser mi novia? —preguntó Hermes, después del animoso beso. Al menos si lo rechazaba, lo haría después de mostrar su valentía por atreverse a hacerlo.
Hariella escuchó las palabras que tanto esperaba y eso significaba que ella avanzaría sin contenerse. Buscó en
—Te tengo una propuesta mejor —dijo Hariella con una confiada y determinada sonrisa.—. ¿Quieres casarte conmigo?
Quizás era producto de su imaginación, pero Hermes había escuchado: ¿Quieres casarte conmigo? Seguro era sus entusiastas ganas de que Hela le diera un sí, pero seguro que ella no había dicho eso.
—¿Qué? Creo que no te escuché bien —dijo Hermes, relajado y calmado. ¿Hela no le había podido matrimonio? ¿O sí?
Hariella moldeó una encantadora sonrisa y apretó el agarre de sus brazos en el cuello de Hermes.
—Dije que, ¿si quieres casarte conmigo, Hermes? —El sonido de las olas y el canto del viento era lo que se lograba escuchar después de que volviera a confirmar las palabras que tanto se negaba a creer que, Hela, se las había dicho. ¿Matrimonio? En sus planes estaba casarse con la mujer que amaba, pero solo hace pocos instantes estaba preocupado por ser rechazado de un noviazgo y en un parpadeo ya estaba debatiéndose, en si aceptar o negar una propuesta de bodas; le habían volteado los papeles en un segundo—. Sería un matrimonio por contrato civil. Disfrutaríamos los dos juntos, como esposos. ¿Qué dices?
Hermes quedó atónito y su mirada estaba ligada a la de Hariella, había hecho una propuesta muy difícil y no se inmutaba ante ello. La idea de casarse era demasiado para ser tomada a la ligera, aunque ella le gustaba y no le molestaría ser su esposo; era una decisión que no debía tomarse a la carrera; un matrimonio era algo importante y las dos partes debían tenerse mucha confianza y ser conscientes que compartirían con una persona con la que no estaban acostumbradas a convivir bajo el mismo techo, sino que compartían de encuentros casuales en los que ambos disfrutaban de la compañía limitada.
—Yo… —dijo Hermes, titubeante. Los ojos de Hariella lo hipnotizaban y no quería mostrar que no quería estar con ella; eso era lo que él quería.
—No te mortifiques —comentó Hariella al verlo tan nervioso y asombrado—. Ya somos novios, es una propuesta que estará en pie hasta que estés seguro, no te sientas apurado.
El pesado ambiente que se había colocado después de la propuesta de Hariella y se volvió uno más romántico y sereno.
—No —dijo Hermes, negando con la cabeza y con su rostro lleno de felicidad—. Dame hasta mañana, para ese entonces ya te responderé a tu pregunta. Un hombre no debe hacer esperar a una dama y menos a su hermosa novia.
Ambos volvieron a unir sus labios y se entregaron a un apasionado beso que les humedeció la boca. Hariella sacó el estuche de su bolso. Agarró la sortija de compromiso y se la uso a Hermes en el dedo correspondiente
—Está bien —comentó Hariella—. Esperaré el tiempo que gustes.
Hermes se puso detrás de Hariella y la abrazó por la cintura, mientras ella se apoyaba en las barandas de madera del muelle.
—¿Nos tomamos otras fotos aquí? —preguntó Hermes. Habían pasado su cita tomándose fotos y este lugar no lo habían hecho.
Hariella cambió la expresión en su rostro a una más seria al percatarse de lo eso podría conllevar si eran publicadas en la red. Se dio la vuelta y quedó mirando a Hermes con dulzura.
—¿Puedo pedirte un favor? —interrogó Hariella, inquieta.
—Claro, ahora mismo podría cumplir lo que tú me pidieras.
—Las fotos que nos tomamos, ¿podrías tenerlas en tu celular, pero sin publicarlas en ninguna red social?
—¿Era eso? —contestó Hermes con humor—. Ni siquiera las uso tanto. No te preocupes, tampoco quiero que vean a la preciosa mujer que está a mi lado.
Hariella comenzó a reír con delicadeza por la graciosa respuesta de Hermes y quizás se preocupó más de lo que la situación lo ameritaba, además con Hermes podía conversar con más libertad y con más confianza. Terminaron la cita y como era costumbre, se fueron a sus casas. Hermes se levantó primero del auto y se dio la vuelta por detrás del auto y le abrió la puerta a Hariella y le dio un beso lento y cariñoso.
—Hasta mañana, Hermes —dijo Hariella, a las afueras de su mansión.
—Hasta mañana, mi ángel —dijo Hermes, dentro del carro y este se puso en marcha.
—Eso sonó hermoso —dijo ella, complacida.
—Desde el momento en que te conocí, tú siempre has sido: mi ángel.
Se despidieron y las miradas de los dos se buscaron hasta que ya estuvieron tan lejos que no podían seguir viéndose.
Hariella se tocó los labios, recordando el peso de los de Hermes sobre los de ella, y sonrió con malicia, mirando en la dirección por donde se había ido aquel muchacho que tantos nuevos sentimientos la hacía experimentar.
—Tú eres mío, Hermes.