Capítulo 14 Los helados

1153 Words
—¿Quieres uno? —preguntó Hermes—. Yo invito. Hariella asintió en aprobación. Se acercaron al puesto, que era el de un mesón, adherido a una camioneta. El vendedor tenía uniforme y sus manos estaban protegidas por unos guantes blancos, y, además, tenía amarrados globos de colores, dándole un aire festivo. Sin embargo, adelantó la fila, pasando delante de los demás. Había vivido su vida sin conocer lo que era esperar; las filas no existían en su mundo. Sin embargo, una niña en la fila fue rápida en corregirla. —Debe hacer la fila, señora —dijo la niña que seguía en la formación. Hariella miró por encima del hombro, observando la numerosa cantidad de niños y parejas jóvenes que formaban la fila. Tensó la mandíbula y los vio con desdén. Ella era Hariella Hansen, CEO y presidenta de Industrias Hansen, doctora, hermosa, La Magnate. Nada ni nadie la hacía esperar. Pero en ese momento, no era Hariella Hansen. Era Hela Hart, una mujer común en un parque público. Con un gesto comprensivo hacia Hermes, decidió hacer lo que no había hecho en toda su vida: formar una fila. Era otra mujer, así que exhaló para tranquilizarse. Los minutos pasaron de forma lenta. Cada segundo era un recordatorio de la vida que no había vivido, de la paciencia que nunca había cultivado. Sin embargo, había una extraña satisfacción en ello, una sensación de humanidad compartida, hasta que llegó su turno. —¿Desea un helado para usted y para su novia? —preguntó el vendedor al verlos—. Hay un especial para parejas y además se le hace el obsequio de un par de globos. —Ella…—dijo Hermes para negar eso, por si le llegaba a molestar a Hela, mas, fue interrumpido. —Por supuesto —dijo Hariella, cortándole la palabra a Hermes y rodeó el brazo de él. Miró a Hermes y le dedicó un guiño con su ojo derecho. Ambos sonrieron con malicia, como dos ladrones confabulados a punto de cometer un crimen—. Quisiéramos ese especial de parejas y también los globos. Hermes pagó por su compra y en una mano llevaban el globo y en el otro el helado de tres pisos grandes que le había servido el vendedor. Daban pequeños pasos, pero a ella se le dificultaba comer. Hariella intentó morderlo, pero los gélidos pisos de crema se cayeron al suelo empedrado. Hermes la vio y le pareció gracioso. Él apenas le había dado un mordisco al suyo. Hermes extendió su helado al frente de Hariella. —Toma, yo iré a comprar otro. —Gracias, pero yo puedo ir a… —No, yo soy quien los invito —dijo Hermes en tono dominante y le quitó el globo a Hariella—. Lo sostendré para que puedas comer más cómoda. Hariella aceptó el helado con una sonrisa agradecida, y Hermes se dirigió de nuevo al puesto de helados. Compró otro para él y regresó con rapidez. Hermes y Hariella se sentaron en un banco cercano, disfrutando de sus helados de chocolate. La atmósfera era relajada y ligera, llena de risas y conversaciones casuales. El dulce sabor del chocolate parecía amplificar la alegría del momento, haciéndolo aún más especial. Mientras comían, Hermes observaba a Hariella. Había algo mágico en verla disfrutar de algo tan simple como un helado. Su sonrisa era contagiosa, y su presencia, tan enigmática y majestuosa, se volvía demasiado accesible y humana en esos momentos. —Nunca pensé que compartir un helado podría ser tan divertido —dijo Hariella, mirándolo con una sonrisa. —Esos son los pequeños placeres de la vida —respondió Hermes—. A veces, las cosas más simples son las que más alegría nos traen. Continuaron disfrutando de sus helados, conversando sobre temas triviales y compartiendo anécdotas. Para Hermes, estar allí con Hariella, en un entorno tan informal y relajado, era un recuerdo que atesoraría por siempre. Y aunque sabía que el mundo al que ella pertenecía era complejo y distante, esos momentos de sencillez y conexión hacían que todo pareciera posible. Luego, marcharon por la calle a la vista de todas las personas, hablando y sosteniendo los dos globos. A ninguno le importaba que los miraran extrañados, pues se habían sumergido en un mundo donde solo ellos dos existían. La velocidad y el ritmo de sus pasos se combinaron de forma inconsciente, a lo que se denominaba: comportamiento colectivo coordinado; cuando se camina en pareja o en grupo, los movimientos de cada individuo se coordinaban con los que le rodeaban, y eso todavía era un misterio para la ciencia, pero ese fenómeno, ya lo estaban experimentando Hariella y Hermes. Hasta que al fin habían llegado a su destino. Frente a ellos se alzaba un descomunal rascacielos. Ninguno había tenido la oportunidad de venir, así que era su primera experiencia en un edificio mirador. Subieron al techo y ante sus ojos, se mostraba el cautivador panorama de la ciudad, bañada por un bello atardecer. El cielo se coloreaba de naranja y nubes lo hacían más espectacular. Se aproximaron hasta los bordes del edificio, que estaban blindados por un largo y seguro cristal. —Es precioso —dijo Hariella, embelesada por el paisaje. Hermes había usado una invencible carta en ella. Ese hombre no paraba de sorprenderla. Hariella se quedó viendo a Hermes; por razones extrañas, ese muchacho se había hecho demasiado atractivo y hermoso para ella, como si le hubiera hipnotizado. Sintió en su pecho un fuerte golpe. Su corazón ahora latía muy agitado, más agitado como nunca antes lo había hecho. —¿Te gusta…? —Hermes giró la cabeza para mirarla, pero se encontró con el rostro de su precioso ángel que lo observaba con atención. A los ojos de ambos, los recorrió un brillo dorado, invisible ante sus miradas, pero que los dos sintieron en lo más adentro de su ser. —Es muy lindo. Gracias por haberme invitado. —Gracias a ti por haber aceptado venir conmigo. ¿Me lo prestas un segundo? —preguntó Hermes, señalando el globo que ella sostenía. —Toma —respondió Hariella y se lo dio. Hermes los agarró y les hizo un nudo en el extremo de las cuerdas, amarrándolos. Entonces los soltó y los globos salieron volando por los aires, para que vagaran libres por el cielo. El bello panorama de los edificios y del reflejo de sol en el mar, había sido extraordinario y magnífico. Hermes no solo había amarrado dos simples globos de un puesto ambulante, sino que había unido la imperceptible cuerda de sus destinos. Ahora estaban vinculados y el amor ya hacía estragos dentro de ellos. Los dos eran conscientes del ferviente sentimiento que nacía en sus pechos y que los hacía que se acercaran cada vez más, hasta el punto en que necesitarían calmar esa intensa atracción, que se manifestaba como una ardiente flama de una inevitable pasión desbocada.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD