Capítulo 10 Un beso bajo la lluvia

1443 Words
Hermes se encontraba frente a una alargada reja. El guardia lo miraba a través de la ventanilla de la caseta de vigilancia. Había tardado en llegar y no hallaba la dirección, lo que provocó que se tardara varias horas para llegar a su destino. Estaba agitado, sudado y sus piernas le dolían, pero no quería esperar hasta mañana para devolver el bolso con el dinero y algo en su pecho, le decía que debía entregarlo hoy. El corazón le palpitó con fortaleza, tragó saliva y quedó hechizado cuando la vio a ella. A pesar de las luces de la mansión, ella relucía con brillo propio, como si un aura celestial la cubriera por cada rincón de su maravilloso cuerpo. Hermes se ruborizó al percatarse del relevador atuendo que traía puesto su precioso ángel. —Hola —dijo Hermes, caminó y se puso al frente de Hariella. Sus miradas se buscaban, como si sus ojos tuvieran adheridos imanes de cargas contrarias. Ella lucia más baja, pero a la vez, más encantadora—. Esto es tuyo. —Le entregó el bolso y ella lo recibió—. He venido a traértelo. Hariella quedó embelesada al escucharlo. La prueba que le había colocado, había demostrado que eran alguien bueno y sincero. Ya no había pizca de duda en ella. —Gracias, pero, ¿por qué no has tomado un taxi? —indagó Hariella, curiosa. —Solo tenía efectivo para un viaje y lo dejé para devolverme —respondió Hermes—. Eso y también quería observar el paisaje. —¿Y el dinero del bolso? —No tendría por qué tomar dinero que no es mío. Está completo, solo agarré la tarjeta para ver la dirección. Pero tienes demasiado efectivo. ¿Acaso tú eres millonaria? —interrogó Hermes con cierta duda en su voz. Hariella estaba preparada para responder a esa pregunta. Antes de salir lo había planeado todo. —No, no lo soy —mintió Hariella—. Soy la ama de llaves de esta casa. —Entiendo, ¿y cómo crees que te fue en la entrevista? —preguntó él. —No iba a presentarme. Yo trabajo allí a tiempo parcial. Doy asesorías financieras cuando me solicitan —respondió Hariella, acrecentando sus mentiras—. Mi amiga es secretaria. Es por eso que te respondí que: tal vez. Hermes asimiló la respuesta de Hela como si fuera la explicación de un acertijo. Había malentendido las cosas. Eso explicaba porque no había aparecido la entrevista, pues ya trabajaban allí. —Entiendo. Pensé que sí iban a la entrevista. Pero ya trabajan en Industrias Hansen. —¿Y cómo crees que te fua a ti? —preguntó Hariella con interés para saber cómo se sentía al respecto. —Bueno, yo creo que me fue bien. Espero ser el escogido. Hariella se sintió mal al saber que no había sido el escogido, pero no podía contarle; él se veía tan confiado. —¿Quieres el cargo de gerente? —Por supuesto que lo quiero. Pero si no soy el escogido, lo aceptaré. No me deprimiré por eso. Seguiré intentándolo hasta que lo consiga. Sé que puedo hacerlo. Hariella no necesitaba nada más. Hermes era alguien en quien se podía confiar y sus palabras lograron conmoverla. Empezó a temblar, había salido sin abrigo y ella no estaba acostumbrada al frío de la noche. Hermes lo notó y recordó las palabras de la vendedora de flores: “a las mujeres les gustan los hombres decididos que inspiren confianza y las hagan sentir seguras, te lo digo yo que soy mujer y tengo bastante experiencia. Si cumples esos tres rasgos, ten por seguro que te volverás en un auténtico conquistador y tendrás a muchas mujeres enamoradas de ti. Ten por seguro que, hasta la mujer más ruda, fría y de carácter difícil, aunque se pueda defender por ella misma sin ningún problema, recibirá a gusto un compañero que la haga que se sienta protegida y en el cual puedan confiar”. Se quitó el saco de su traje, dio un paso hacia adelante y abrigó con cuidado a Hariella. —Gracias. —Disculpa si huele a sudor, he tenido que caminar y me perdí cuando venía, por eso me he demorado tanto. «Eso explica su tardanza», pensó Hariella. —No te preocupes por eso. —Soy Hermes, por cierto —dijo él, extendiéndole su brazo a Hariella—. Hermes Darner. —Se me había olvidado presentarnos —respondió Hariella. Ella siempre tuvo un nombre en su cabeza. Extendió su mano para responderle el saludo. El contacto de sus palmas era suave y agradable—. Hela Hart. ¿Cuántas Hela Hart habían en el mundo? ¿Quién lo sabía? El mundo a veces podía ser muy pequeño —Quisiera regalarte esto, Hela. —Hermes reveló la rosa amarilla eterna, que escondía con su mano izquierda detrás de su espalda—. ¿Si no te molesta? —¿Por qué me molestaría? Hariella la recibió y se quedó viéndola, era bonita. Hermes le había dado un pequeño detalle, pero significaba mucho. Elevó la mirada hasta los ojos de Hermes, ese muchacho lucía más atractivo que en la mañana y se veía más alto y confiado. Hermes miraba al precioso rostro de Hariella, su brazo se comenzó a mover solo, pero apretó el puño y lo detuvo. Hela no le era indiferente y en los ojos de ella, nada más podía ver dulzura y pureza, como un auténtico ángel. Pero a pesar de que no quería irse, debía hacerlo y por ese lugar no había rastro de ningún taxi. —He venido a traerte el bolso, Hela, pero… —comentó Hermes, mientras continuaba mirando a Hariella, pero una chispa de luz en los cielos llamó la atención de ambos—. El trueno viene pronto. Un feroz estruendo hizo estremecer a Hariella y de la nada, gélidas gotas de aguas descendieron de las alturas. Hariella se encogió de hombros y Hermes cogió el maletín con el brazo zurdo para resguardarla de la lluvia y con el derecho, la abrazó por la delgada cintura. Veía como Hermes hacía todo por protegerla de la lluvia y no había dudado en aprisionarla con fortaleza por su cintura. La situación le causaba felicidad y una electrizante emoción. Llegaron a la puerta, donde Hermes quedó a la izquierda de ella. Pero, sabía que, nadie estaba ahí, les había ordenado a Amelia y las empleadas que se podían ir a dormir tranquilas. Era por eso que le había pedido el manojo de llaves a Amelia; eso sostendría su fachada. La ropa de ambos se había alcanzado a empapar y quedó un poco mojada. Hermes vio el pecho de Hariella, debido a la humedad, los abultados senos se le marcaban en la suave blusa del pijama gris. Carraspeó su garganta para que Hariella lo mirara a él. —Tu pecho, Hela. Hariella bajó su mirada ym al notar lo que él decía, se cubrió con su antebrazo. Moldeó una pequeña sonrisa. En un solo día, Hermes la había hecho sentir interés y expectativa, pero también tristeza y desilusión que, al final del día, los convirtió en emoción y felicidad. Tantas emociones causadas por ese hombre, más joven que ella, que apenas había conocido hoy, pero ya estaba atraída por él por un sentimiento que nunca había experimentado. No había tenido interés en el amor y siempre vivió apegada a las reglas y a las leyes. Su vida había estado centrada en sus estudios y ahora en su monótono trabajo. Un naciente calor en su corazón, la impulsaba a cometer, por primera vez en su vida, un acto de rebeldía. Uno que quizás llegaría mucho después, pero ella era la magnate, y su manera era la manera en que se hacían todas las cosas. La personalidad de Hermes era dulce y amable, sabía que él no se atrevería, aunque quisiera hacerlo. Así que solo necesitaba dar el primer el paso y él tomaría la confianza necesaria para continuarlo. Luego, se inclinó y colocó el bolso y la rosa amarilla en el piso. —Hermes —dijo Hariella, tomándolo por la mano derecha y lo sacó de la protección del techo de la mansión. Ahí, en esa imparable lluvia repentina con truenos y relámpagos que querían quebrar e incinerar el estrellado firmamento, Hariella lo abrazó por el cuello y lo atrajo hacia ella, se puso de puntillas y entreabrió sus provocativos labios rosados y los unió con determinación a los de Hermes, como si tuviera ansias de robarle el aire. «Un beso bajo la lluvia, en la oscuridad de la noche». «¿No es eso perfecto?».
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