La atmósfera en la habitación era de pura conexión y devoción. Hermes continuó estimulando a Hariella, sus movimientos siendo tanto amorosos como apasionados. La sentía despertarse por completo bajo su toque, sus gemidos volviéndose más audibles, sus suspiros más profundos.
Hermes, observando el efecto de sus caricias en Hariella, sentía su propio deseo intensificarse. Cada sonido, cada movimiento de ella lo incitaba a continuar, a explorar más profundamente la intimidad que compartían. Con cada caricia, con cada movimiento de sus dedos, sentía que se acercaban más, no solo en cuerpo, sino también en alma.
Hariella con la mirada fija y lujuriosa, observaba Hermes. En sus ojos, vio el reflejo de su propio deseo y amor. Sin decir una palabra, sus cuerpos se acercaron aún más, listos para continuar su exploración matutina, su conexión más fuerte que nunca.
Luego de ese íntimo despertar, Hermes le indicó a Hariella que se colocara a gatas. Ella, con una mirada llena de deseo y complicidad, obedeció, posicionándose sobre sus manos y rodillas, su cuerpo exhibiendo una gracia natural y una belleza etérea. Hermes sintió un escalofrío de anticipación recorrer su espina dorsal al contemplarla así, tan entregada y vulnerable, lista para comenzar su nuevo día como marido y mujer.
Hermes se acercó, colocándose detrás de ella, respondiendo con fervor al deseo que los unía. Con cuidado, se inclinó hacia adelante, acariciando suavemente la espalda de Hariella, desde la base de su cuello hasta la curva de su cadera. Sus manos recorrían su piel con una mezcla de ternura y pasión, cada caricia un preludio a lo que estaba por venir.
Con un movimiento decidido, Hermes se posicionó y comenzó a entrar en Hariella, despacio al principio, permitiendo que ambos se ajustaran a la nueva posición. La sensación era intensa, abrumadora, una unión tan profunda que parecía casi espiritual. Hariella dejó escapar un gemido suave, un sonido de placer puro que resonó en la habitación, alimentando aún más el deseo de Hermes.
Hermes comenzó a moverse con un ritmo constante, cada embestida una expresión de su amor y devoción. La posición les permitía una conexión más profunda, una intimidad que iba más allá de lo físico. Los cuerpos de Hermes y Hariella se movían al unísono, una danza sincronizada de pasión y deseo. Cada movimiento era una sinfonía de placer, una celebración de su unión como marido y mujer.
El placer que experimentaban era tan intenso que parecía casi irreal, una manifestación física de la profunda conexión emocional y espiritual que compartían. Hermes sentía cada fibra de su ser en sintonía con Hariella, cada respiración, cada latido del corazón, resonando en armonía con ella. Sus cuerpos se comunicaban en un lenguaje sin palabras, un lenguaje de amor y entrega total.
A medida que el ritmo se intensificaba, el placer se volvía casi insoportable, una ola de sensaciones que amenazaba con desbordarlos a ambos. Pero Hermes y Hariella, unidos en su deseo, continuaron, explorando los límites de su pasión y descubriendo nuevas profundidades de placer.
Finalmente, alcanzaron el trance, un momento de vehemencia que los dejó exhaustos pero profundamente satisfechos. Hermes se inclinó sobre Hariella, envolviéndola en un abrazo, sus cuerpos aun temblando por la intensidad de su unión. En ese instante, supieron que su amor y su pasión eran eternos, una fuente inagotable de felicidad y satisfacción.
Y así, comenzaron su nuevo día como marido y mujer, su acto conyugal un recordatorio del vínculo profundo y duradero que compartían. Mientras el sol se alzaba en el horizonte, Hermes y Hariella se prepararon para enfrentar el mundo juntos, fortalecidos por el amor y la pasión que los unía.
Luego, Hermes observó la hora en su celular. Se colocó pálido al darse cuenta de que ya era tarde para ir al trabajo; no había avisado de que hoy no se presentaría.
Hariella se percató del cambio de actitud de Hermes y sus ojos se ensancharon al ver la molesta luz resplandeciente del sol que se colaba por la ventana de la recámara. Se preocupó porque debía ir a la empresa, pero recordó que ella era la presidenta y como tal, podía llegar a la hora que quisiera. Durante muchos años solo estuvo centrada en el mundo de los negocios y dejaba de lado cualquier otro pasatiempo, que le gustara. Pero, esta vez, se tomaría tiempo para disfrutar del fascinante romance que ahora vivía con Hermes. Sin embargo, debía suplir los compromisos de una ama de llaves, como lo era Hela Hart.
—Si hubiera una manera de faltar al trabajo —comentó Hermes, preocupado y pensativo—. Pero…
—La hay —dijo Hariella, interrumpiéndolo—. Hoy amaneciste enfermo y yo también. —Hizo un gesto astuto, malicioso y luego le guiñó el ojo a Hermes—. Por eso no nos podremos presentar.
Hermes se quedó mirándola a Hariella, su precioso ángel también podía ser uno malvado.
—Sencillo y efectivo —dijo Hermes—. No amanecí con ganas de separarme de ti.
—Ni yo —dijo Hariella, con sinceridad. Jamás había tenido tantas ganas de quedarse en la cama.
En el mes que llevaban saliendo, se habían enamorado más de lo que creían y les gustaba estar con la compañía del otro; era relajante. Disfrutaban hablando por largos ratos de cualquier tema.
—Llamaré —dijo Hermes, buscando su celular con la mirada.
—¿Puedes prestarme algo de ropa? —preguntó Hariella, colocándose boca arriba y resguárdense en la cobija—. No he traído más nada y no puedo estar desnuda por tu casa.
—A mí no me molestaría —dijo Hermes, bromeando. Ambos se miraron y se rieron con mutua confianza.
Hermes llenó de mimos a su preciosa esposa rubia. Era increíble cómo las cosas habían cambiado de forma drástica para él, después de haberla conocido en el ascensor de la empresa. Desde siempre su vida había sido tranquila y serena, ya que había planeado cada paso en las fases de sus años. Sin embargo, esa mujer había aparecido como una tormenta a remover cada fibra de sur. Cuando estaba con ella, cualquier inseguridad o miedo desaparecían, para dar cavidad a un mundo de posibilidades que se volvían realidad al estar juntos. Había querido ser su novio, pero ella lo había sorprendido al decirle que se casaran. Eso había sido demasiada sorpresa para él. Sin embargo, allí estaban, como marido y mujer, disfrutando de los dulces placeres que podían tener al unirse los dos.