Al día siguiente, Hermes se presentó el imponente rascacielos de Industrias Hansen. Las palabras de Hariella lo habían motivado a aceptarlo. Asé que le entregó el contrato firmado a Samuel Park, el director del apartamento de recursos humanos y ambos se saludaron de mano para mostrar su entusiasmo.
—Está bien, Hermes. Ahora espera, escogeremos a alguien para que te indique lo que tienes que hacer y para que te muestre cada uno de los apartamentos del edificio, así sabrás a dónde llevar los paquetes que debas entregar. ¿Tienes alguna pregunta? —dijo Samuel con amabilidad.
—Ninguna, todo me ha quedado claro. Esperaré.
—Entonces, bienvenido a Industrias Hansen, la empresa manufactura nacional e internacional más poderosa del mundo y la que domina los grandes mercados. Es un placer tener a talentos como tú bajo nuestro nombre.
Samuel le dio un apretón de manos a Hermes y se marchó a su oficina. Apenas entró, se aseguró que Hermes no lo viera y cogió su celular:
Samuel.
Ya está todo listo, señora Hariella.
Señora Hariella.
Yo me encargaré de ahora en adelante.
Samuel.
Como usted ordene, señora.
(Visto por Señora Hariella).
Hariella dejó su móvil en la mesa de cristal. Lena estaba detrás de ella y le había contado de lo sucedido, así que estaba informada del estado actual de la situación entre ambos.
—Ya sabes qué hacer, Lena. Encárgate —dijo Hariella—. Recuerda que, para él, soy Hela Hart y no Hariella Hansen, no vayas a confundir mis nombres. Además, de ahora en adelante no existe ascensor presidencial; todos son libres de usarlo. Informa a todos.
—Como ordene, señora Hariella —contestó Lena de forma sumisa. No entendía todo el trabajo y los cambios que estaba haciendo su jefa por ese insípido muchacho que no era digno de ella.
—Puedes retirarte —dijo Hariella de forma imperativa y seca.
Hermes no esperó mucho y, al poco rato, apareció una linda mujer de cabello marrón. La recordaba del día del elevador, era la amiga de Hela, pero con ella no había tenido la oportunidad de hablar. Vestía una camisa blanca y una falda gris que era asegurada por un cinturón n***o. El cabello lo tenía amarrado en un moño con forma de tomate y en su mano traía una tableta de tecnología táctil. Aunque fue sutil, pudo notar que los demás empleados apartaban la mirada de ella.
—¿Hermes Darner? —preguntó Lena sin ninguna expresión en su rostro, como si no lo conociera.
—Sí, soy Hermes —respondió él con entusiasmo.
—Soy Lena Whitney —dijo ella de manera certera—. Soy una secretaría de gerencia en esta empresa. Yo me encargaré de mostrarte las instalaciones de Industrias Hansen. Sígueme. Haremos un recorrido por cada uno de los pisos. Será algo demorado.
—Está bien.
Hermes se puso de pie y se colocó detrás de Lena. Ella era un poco baja, pero hablaba con mucha seguridad. Un destello pasó por su cabeza. ¿No había más de cien niveles? Sí que sería algo muy demorado. Suspiró, pero eso no era nada; ya había logrado entra a la empresa más prestigiosa del país. Lo tomaría como un agradable tour y lo disfrutaría como un intrépido viajero. Sacó una libreta y fue apuntando las instrucciones que Lena le iba dando. Entraban, hacían un veloz recorrido por los pisos y salían de nuevo para ir al próximo. Así que, para las seis de la tarde, ya estaban en los más altos, justo el ciento siete, el penúltimo, y que a la vez era en donde estaba el de Hariella. Al ver a Lena, los escasos directores que estaban presentes, no le prestaron atención.
—Este piso es para los ejecutivos de más alto rango; los directores de cada de una las secciones, por eso hay pocos. Hoy en día la información está muy sistematizada, pero nunca es malo tener archivos en físico —dijo Lena, guiándolo hacia el fondo.
Hermes ya estaba embelesado con todo lo que había visto, pero esta era más ostentosa y su atención fue captada por la fascinante oficina que se mostraba a su vista. Las persianas blancas no le dejaban ver a través del vidrio de las ventanas de PVC.
—¿Y ese despacho a quién pertenece? —interrogó Hermes con voz sosegada.
Lena se había mantenido la distancia con él y se mostraba distante. Había quedado claro que no le distinguía de a aquel día en el ascensor y de que solo eran colegas de trabajo sin ningún tipo de confianza o amistad.
—Esa oficina es de la directora y presidenta de Industrias Hansen, de la señora Hariella Hansen —dijo Lena con orgullo y distinción al nombrar a su admirada jefa—. Ella es la mujer más inalcanzable que podrías conocer.
«Hariella Hansen, la magnate» repitió Hermes en sus adentros y recordó la conversación que tuvo con Hela.
—¿Es como una reina? —comentó Hermes con humor.
—Sí, ese sería el título nobiliario más oportuno para ella —dijo Lena, siguiendo con los halagos—. El de su gran alteza real, la reina Hariella Hansen. Pero ya terminamos este piso, vayamos al último…
En la tableta de Lena apareció un mensaje y ocultó con rapidez el nombre de la emisora. Aunque eso no era un problema, Hermes no la conocía y, a pesar de ver el contacto, no sospecharía nada. Solo fue el impulso de mantenerlo en secreto y de que no la descubrieran la que la hizo reaccionar. Pero, lo que decía, el mensaje por alguna razón, la llenaba de susto. Su corazón se agitó y un ligero escalofrió le recorrió el cuerpo.
Señora Hariella.
Invítalo a pasar a la oficina.
Lena.
¿Está segura, señora?
¿No la descubrirá?
Señora Hariella.
No te preocupes por eso.
Solo haz lo que te digo.
Será interesante.
Lena.
Está bien, señora.
(Visto por Señora Hariella).
—¿Qué pasa, ya no iremos al último nivel? —preguntó Hermes, al ver a Lena, quien se había quedado quieta como una estatua.
—La presidenta quisiera charlar contigo.
Hermes abrió los ojos, sorprendido. Era como si le hubiera dicho que el presidente del país quería hablar con él. Tragó saliva, nervioso. No se había preparado para esto, pero era una oportunidad dorada. La señora Hariella era a quien debía convencer para mostrar que era alguien capaz de administrar un puesto ejecutivo dentro de la empresa y era a ella a quien todos le rendían cuenta: a la magnate. Entonces, siguió a Lena y cuando estuvieron al frente de la puerta, el tiempo pareció colocarse en cámara lenta, como si estuviera de acontecer un encuentro formidable, pues no era una simple mujer; era la persona más importante de esta empresa. Quería que lo viera como alguien capaz y con buena apariencia. Irguió su espalda y se levantó la cabeza, acomodó sus lentes y sus manos le temblaban. El último día en que estuvo tan nervioso fue cuando tuvo que presentar la entrevista, pero luego tomó confianza y logró sostener una exitosa conversación con Samuel Park. Pero entre Hariella Hansen, la directora y la presidenta de Industrias Hansen, y el director del apartamento de recursos humanos, no había ni pizca de comparación. Sintió que sus piernas se hicieron más pesadas, como si arrastrara una enorme roca encadenada, que le dificultaba el paso. En sus oídos solo captaba el coordinado sonido del golpe de los tacones de Lena y de las propias suelas de sus zapatos. La sala era más grande de lo que aparentaba por fuera y había hermoso escritorio rectangular de cristal. Lena se detuvo y él también lo hizo por acto reflejo. La luz naranja del atardecer, que se colaba por las anchas ventanas, le daba un toque otoñal y ahí estaba la increíble silla de oficina, que más parecía un acolchado y moderno trono. Hariella estaba de espalda y se había asegurado de que no se viera su cabello rubio, ni sus brazos. Lena le había dicho que saludara primero y eso era lo que debía hacer.
—Buenas tardes, señora Hariella —dijo y pudo hacerlo sin tartamudear. Pero por un instante sintió que las palabras que le quedaban en la garganta.
—Bienvenido, Hermes Darner —dijo Hariella, girándose en la silla.
El corazón de Hermes latió desbocado al escuchar esa voz. Se había quedado paralizado, dejó caer el maletín y se le resecó la garganta. Sus nervios se convirtieron en susto; la mujer con la que había estado saliendo no era una ordinaria ama de llaves, sino la multimillonaria empresaria que era directora y presidenta de Industrian Hansen: Hariella Hansen, la magnate.
—¿Tú eres…?
—Así es —dijo ella, con sagacidad—. Yo no soy Hela Hart, emplead a medio tiempo o ama de llaves. Yo soy Hariella Hansen, la directora y la presidenta de esta empresa. Yo soy la magnate…