Hariella sonrió con malicia y despejó sus pensamientos; no podía hacer eso porque acabaría con el avance y el acercamiento que había surgido entre los dos. Hermes quedaría atónito y, estaba segura, de que él no sabría qué decir si se diera la vuelta y le mostrara su verdadera identidad. No era tiempo para hacerlo. No si ella quería seguir adelante con su aventura con el muchacho. Se miró a los brazos, la sola idea de que Hermes estaba detrás de ella le hacía erizar la piel de la intensidad de emociones que era capaz de provocarle aquel hombre; unas que no había experimentado antes y que la hacían latir el corazón con un ímpetu que la hacía sentirse emocionada. Ya había tomado su decisión y nada le haría cambiar de parecer. Ahora utilizaría su dominio en los varios idiomas que manejaba y que hablaba con fluidez. Se mantuvo de espaldas a él, con su gran silla de escritorio protegiendo su cuerpo y su cabeza.
—Bienvenido, Hermes Darner —dijo Hariella, con un melodioso y refinado acento alemán, que logró disimular su verdadera voz y se mantuvo de espaldas, sin voltear la silla—. Me han informado que te habías presentado a la entrevista para el puesto de la gerencia de finanzas, pero se te ha dado un trabajo que no era al que aspirabas o para el que tanto te preparaste. ¿Te molesta tu ocupación como mensajero, Hermes?
Hermes escuchó el armonioso acento que tenía Hariella y no le sorprendía, si era una mujer que era capaz de mantener una empresa tan exitosa como Industrias Hansen, que hablara varios idiomas; eso era de esperarse. Percibió en sus fosas nasales el olor de un perfume ostentoso y del que nunca antes había sentido la fragancia.
Hariella había utilizado otra colonia, de las tantas que tenía, solo para este momento en el que hablaría con Hermes y que él no se diera cuenta de su verdadera identidad.
—No, claro que no; para mí es un gran honor trabajar en su empresa, señora Hariella.
Hariella volvió a moldear una sonrisa en sus finos labios; era la primera vez que Hermes la llamaba por su verdadero nombre desde que se habían conocido. La sensación era más gratificante que en vez de que le dijera el de otra mujer. Era como un sentimiento de pertenencia y satisfacción. Además, se le escuchaba lindo decirlo.
—Aquí en Industrias Hansen, solo recibimos a los mejores y tú tienes un gran potencial. Espero que cumplas bien tu papel y no me defraudes —dijo Hariella de manera severa—. Tú trabajo es traer los documentos a mi escritorio y repartir algunos otros. Tal vez, quiera probar tu capacidad y te solicite un análisis financiero. ¿Estás de acuerdo?
Hermes se emocionó con ese comentario, que la presidenta le tuviera tantas expectativas y le dijera que tenía potencial era un indicio de interés laboral por él. La felicidad lo asaltaba, pero debía mantener la compostura, no debía perderla en público y menos ante la directora y la presidenta de la empresa, eso sería una muestra de que no sabía controlarse.
—Sí, estoy de acuerdo. Es un gran honor trabajar aquí… Haré mi mayor esfuerzo para no decepcionarla, señora Hariella —dijo con voz serena, mientras su corazón latía con vigor.
En los azulados ojos de Hariella se pintaba el anaranjado y precioso atardecer, junto con los enormes rascacielos de la ciudad. Entonces, a su memoria llegó el día de ayer, cuando Hermes la había llevado el edificio mirador y también recordó el gratificante sabor del helado, que había saboreado en su boca.
—Eso es todo —dijo Hariella, esbozando una sonrisa irreverente—. Ya puedes retirarte, Hermes Darner,
—Ha sido un placer hablar con usted, señora Hariella —dijo él de manera reverente—. Con su permiso.
Lena y Hermes salieron de la oficina en silencio. Hariella se dio la vuelta en su silla y dirigió su vista hacia la puerta. Su rostro era de astucia y a la vez malicioso. Esperó varios minutos y después levantó el celular para escribirle un mensaje de texto a Hermes.
Hela.
Estoy cerca.
¿Tienes una nueva invitación a pasear para mí?
Hermes se alegró al ver mensaje, estaba afuera del edificio y todavía podían caminar las calles.
Hermes.
¿Quieres ir por un helado?
Hela.
Me gustaría. El de ayer estaba delicioso.
Hermes.
Te espero en el mismo lugar.
Hela.
Ahí estaré.
Hermes.
Te espero.
(Visto por Hela).
Hariella dejó el celular en la mesa y sonreía emocionada como una adolescente enamorada. Sacó un espejo de su bolso y mejoró su maquillaje, se retocó su lápiz labial y presionó varias veces sus labios los unos contra los otros. Acomodó su cabello rubio y se puso el sombrero que se había colocado el día anterior y luego se cubrió los ojos con las gafas de sol. La mayoría de los empleados ya habían culminado su día laboral y se habían marchado a sus casas o a donde sea que hayan decidido pasar la tarde.
Los encuentros y salidas de Hariella, como Hela Hart, y Hermes continuaron día tras día hasta que pasó un mes donde ambos mostraban una evidente atracción física y un notorio acercamiento entre ambos. Hermes se acopló al trabajo de mensajero y desempañaba su puesto con esmero y dedicación. Pero hizo solo dos amigos; un compañero de finanzas y la otra fue Lena. El p**o era quincenal y tal como prometió, les envió la mitad a sus padres y la otra la usaba para lo que él necesitaba. También para las repetidas citas con Hariella y a pesar de eso, el dinero le sobraba, el salario de mensajero en Industrias Hansen que habían acordado en el contrato, era casi igual al que ganaría como un ejecutivo de la empresa, aunque si eso ganaba él siendo el mensajero, ya se podría imaginar lo que ganaba alguien con un cargo alto.
Hermes estaba completamente embelesado con Hela. Cada encuentro con ella era como una brisa fresca en un caluroso día de verano. No importaba cuántas veces salieran o cuánto tiempo pasaran juntos, siempre encontraba en ella una fuente inagotable de alegría y asombro. Era como si el mundo cobrara más vida y color cuando estaba a su lado. Recordaba con claridad su época en la universidad, cómo su apariencia de nerd y su naturaleza reservada lo hacían invisible para la mayoría. Mientras que, Hela era como si se tratara de la hermosa, inteligente y radiante chica popular.
Sus salidas eran siempre mágicas; visitando y explorando la historia en un museo, paseando de la mano por un parque florido, riendo juntos en el teatro, o descubriendo rincones escondidos de la ciudad. Cada momento se impregnaba de una dulzura inefable. Hela tenía una capacidad única para convertir lo ordinario en extraordinario, y él, se encontraba fascinado por cada pequeño detalle que compartían.
A menudo, Hermes se sorprendía a sí mismo pensando en lo afortunado que haberla conocido y haberse atrevido a hablarle en el ascensor. Ella parecía fría e inalcanzable, pero después de salir, se le hacía alguien demasiado maravillosa. Sus ojos azules, que brillaban como el cielo despejado, y su cabello dorado, que resplandecía bajo la luz del sol, eran solo una parte de su encanto. Lo que lo había cautivado era su corazón generoso y su espíritu vivaz. Su risa melodiosa podía alegrar el día más sombrío, y su sonrisa tenía el poder de derretir cualquier tristeza. Sin saber que, eso solo era una fachada, una máscara, detrás de la verdadera mujer que se escondía debajo de ese manto de mentiras y engaños.
Así, al convivir y el paso del tiempo, lo que había comenzado como una atracción se transformó en un amor profundo y sincero. Hermes se dio cuenta de que su felicidad dependía de verla feliz, de compartir su vida con ella y de apoyarla en todo momento. Cada vez que la miraba y hablaban, las palabras de Hela resonaban en su alma, llenándolo de un amor que crecía con cada día que pasaba. Hela no solo era su amor; se había convertido en su musa, en la inspiración que lo impulsaba a ser mejor y a aspirar a más. Solo con verla, sentía que el mundo estaba bien y que él podía enfrentar cualquier desafío. Enamorado como nunca antes, sabía que Hela era su destino, y que cada momento con ella era un tesoro invaluable que guardaría en su corazón para siempre. Estaba prendado de Hela, sin saber que en verdad era Hariella Hansen, su jefa.